Hace mucho tiempo que conocí a un chico, a un chico guapísimo que vivía lleno de complejos. Estuvimos juntos varios meses como pareja medio real y luego muchos más como follamigos. Lo dejamos porque él quiso dejarlo, yo no lo quería como tal, no estaba enamorada, pero sí es verdad que era de los chicos más maravillosos que había conocido nunca y que las horas a su lado eran geniales. Era un chico de los que ya no hay o yo no he sabido encontrar.

Le perdí la pista, cuando teníamos veintiocho, ahora tengo casi treinta y cinco, estoy separada y con dos hijos preciosos que son lo mejor que me ha pasado jamás. Me las apaño bastante bien sola con el curro, la casa y los dos mini demonios que tengo, gracias a mis señores padres que son los mejores abuelos que ningún nieto jamás podría tener.

Mi vida es muy estable, no pensaba en el amor, ni en tener pareja, casi que ni en follar. No lo pensaba porque estaba bien, porque estaba completa y porque estaba feliz, con todas las letras. No pensaba en nada de eso hasta que volvió Andrés, hace cinco meses, de nuevo a mi vida.

Andrés era míster complejos: gordo, bajo y calvo. Yo nunca he entendido sus movidas de autoestima, porque en sociedad es una cosa y de puertas para dentro es otra muy distinta. No digo yo que tengas que salir a la calle escondiéndote e intentando que se te vea lo mismo posible cuando no te sientes a gusto contigo mismo, pero es que Andrés siempre era el centro de atención, siempre hacía reír a todo el mundo, siempre era el moderador en los debates y el que le quitaba hierro a todos los asuntos. Todo el mundo amaba a Andrés menos Andrés. Cuando llegábamos a casa empezaba a apagar luces, a vestirse en cuanto terminábamos de follar, a irse al baño envuelto en cualquier toalla para que no le viera y un largo etc. que asumo que los lectores de esta web en concreto entenderán perfectamente.

Don Andrés odiaba su cuerpo, muy fuerte, pero su mayo complejo eran sus entradas. Entradas que ya prácticamente eran rotondas, yo le insistía en que se rapase y que se quedase calvo del todo, que seguro que era muy sexy. Pero él se negaba a renunciar al poco pelo que le quedaba y claro, al final cada uno hace lo que quiere y una no es nadie para ordenar, solo podía sugerirle.

El caso es que Andrés desapareció de la ciudad y de nuestro círculo, hace ya años. Nos dijo que se iba porque quería un cambio de vida, que necesitaba irse y encontrarse a sí mismo. Cuando te contestaba a WhatsApp, si es que lo hacía, era con frases cortas, muy cortantes y jamás dando pie a una conversación medio decente. Al final todos dejamos de escribirle y ahora ha vuelto, siete años después.

Ha vuelto con injertos de pelo, con veinte kilos menos y brillo en los ojos. Sigue estando gordo, ha perdido peso sí, pero es que estaba gigante. Ha perdido peso y tiene pelo, pero no está guapísimo por eso, está guapísimo porque sus malditos ojos pueden competir con el sol, es que no sé ni cómo expresarlo, ni cómo explicarlo, ni cómo intentar describirlo. Brilla, es feliz y se contagia.

No tiene miedo ninguno a decir que ha estado de viaje en Turquía, que se ha puesto pelo y que encontró a un doctor que supo controlar su desajuste hormonal y así consiguió bajar los números de la báscula. Pero dice que sus complejos se han ido porque ahora es él de verdad, porque se conoce a sí mismo y porque está orgulloso de haber aprendido a poner soluciones a sus problemas.

Él tenía dinero y posibilidades para cambiar físicamente, para encontrarse mejor emocionalmente y, joder, ¿por qué no? Por qué tantos hombres acomplejados con lo mismo incapaces de coger la sartén por el mango, injertarse pelo y lucirlo orgullosos. Por qué estamos todos tan sometidos a normas sociales sin sentido alguno. Por qué la sociedad da tanto asco. Por qué es tanta locura que te cojas un avión o que vayas a una clínica a poner remedio a algo que te duele tanto. Cada uno se conoce a sí mismo y sabe por dónde tiene que empezar para ser feliz, si de dentro hacia fuera o de fuera hacia dentro.

A Andrés lo critican, pasa por la calle y hablan de él, especulan qué ha hecho y a dónde se ha ido para cambiar, somos de una ciudad pequeña y al final Talavera acaba teniendo espíritu de pueblo.

A lo que voy, Andrés y yo estamos juntos, no diré que estoy enamorada y que vaya a ser el padrastro de mis hijos, solo digo que qué bien tener cerca a un referente como él. A una persona feliz, que soluciona, valiente. Que no le tiene miedo al cambio, a la deconstrucción personal y al qué dirán.

No sé cuánto tiempo estaremos juntos, pero de momento me hace muy feliz y espero que siga así muchísimos años más, sinceramente.

 

Anónimo