‘El tonteo no se considera infidelidad’. Este fue el argumento de mi marido cuando destapé su secreto.

Nunca he sido una persona desconfiada ni celosa, pero observaba que estaba pendiente del móvil, no paraba de escribirse con alguien y su mente parecía en otro sitio. Un día decidí cotillearle el móvil, cosa que no he hecho nunca porque no he sentido la necesidad. Me encontré con algunas conversaciones de gente que no conocía, pero nada raro.

Todo siguió con normalidad, hasta que una amiga me dijo que había visto a mi marido haciéndose selfies cerca de donde suele ir a correr. Aquí es cuando mi cabeza explotó.

¿Desde cuándo mi marido corre? ¿Habrá subido esas fotos a redes sociales? ¿Para quién son?

Volví a coger el móvil y vi dichas fotos y otras que sus amigas le habían enviado. Aquí la cosa ya empezó a cambiar. Habían semidesnudos tanto de ellas como de él, perreo máximo y otros detalles más explícitos que no quiero mencionar.

Intenté analizar la situación sin que me llevasen los demonios. Mi marido sobre pasa los cuarenta, nuestro fulgor sexual ya no es lo que era y él es tan vago que folla online para no tener que desplazarse si pensar una mentira.

Le pregunté un par de días más tarde de una manera conciliadora y tranquila y su argumento principal fue que solo eran conversaciones, que le animaba tener nuevas amigas y que le subía la autoestima ver que seguía gustando a mujeres en su misma situación.

Casi compro su testificación, pero hay varios detalles que se ha saltado: estás casado, no estás en el mercado y en esta vida no todo es gustarle a otra gente. Además, una infidelidad no es solo acostarte con otra persona, todo empieza cuando te planteas algo fuera de tu matrimonio y no importa comenzar a investigar.

 

Como él seguía declarándose inocente, la cosa ha quedado así: él tiene sus amiguitas y yo mis amiguitos y si alguna vez pasa algo subido de tono, ojos que no ven, corazón que no siente.

Anónimo.