Acabo de leer la noticia de que a Harper Beckham (la hija pequeña de David y Victoria) la han estado acosando en las redes sociales por ser supuestamente gorda. Sí, hay gente que se dedica a meterse en internet y llamar gorda a una niña de seis años.

Hay tantas cosas que están mal es esa afirmación que creo que tendré que ir por partes.

Lo primero es preguntarnos qué clase de persona es capaz de insultar a una niña. Estamos hablando de adultos (o en su defecto adolescentes) que sacan tiempo para reírse de una cría, que obviamente no podrá defenderse. ¿Qué clase de satisfacción puede encontrar alguien en eso? Cuando disfrutas con el dolor de un niño o eres un psicópata o un demente.

Otro de los puntos que me llama la atención es: ¿cómo se puede llamar gorda a una niña de seis años? Es cierto que con esa edad se puede tener sobrepeso, pero ¿de verdad tener mofletes y un par de michelines te convierte en una niña gorda?

Hace años que se viene hablando de lo terrible que es la obesidad infantil. De lo que no se habla tanto (y se debería) es de la crueldad adulta.

Yo fui una niña considerada ‘gorda’. Mientras algunas de mis compañeras de clase tenían piernas flacuchas y bracitos huesudos, yo lucía unas buenas redondeces all over. Según mi madre eso no era estar gorda y, ahora que he crecido, sé que tenía razón. ¿Estaba delgada? No. ¿Estaba sana? Como una lechuga. De hecho, la única enfermedad que tuve de pequeña fue la varicela.

Pero a mi alrededor no todo el mundo era tan benévolo como mi madre. Mi familia paterna siempre ha sido muy atlética (no como yo) y se avergonzaban de mi cuerpo. No solo me decían que estaba gorda, sino que cuando me quedaba a comer en casa de mis abuelos, me servían menos comida que a mis primos. Alguna vez les dije que tenía hambre y su respuesta fue ‘eso es bueno’. Tardé mucho en contarlo en casa. Obviamente, cuando mi madre se enteró montó en cólera.

Ese tipo de cosas se te quedan grabadas para siempre. Son las que hacen que con quince años decidas vomitar después de las comidas para entrar en una talla 38. Las que te hacen temblar cada vez que tu pareja te ve desnuda. Las que intentas olvidar a medida que vas madurando y haciéndote más fuerte.

A veces me pregunto cómo hubiese sido mi infancia si hubiesen existido las redes sociales. Si alguien pudiese haber puesto en mayúsculas bajo mi foto la palabra GORDA. ¿Cómo habría reaccionado yo? ¿Y mi madre? Supongo que se habría convertido en hacker para encontrar al autor y romperle las piernas.

Merece la pena que nos preguntemos en qué sociedad vivimos, que etiqueta a niñas de seis años por su físico. Ahora le ha tocado a Harper, pero cuántas habrá sin padres famosos que sufren cada día críticas por tener barriga o gafas o los dientes torcidos. Ojalá todas ellas encuentren la fuerza necesaria para ignorar a tanto troll y convertirse en las mujeres que quieran ser. Pero por si acaso, yo propongo algo: ayudémoslas. Eduquemos a nuestro entorno en el respeto a la diferencia. Y, sobre todo, amemos las imperfecciones porque no hay nada más terrible y aburrido que la uniformidad.