Tengo casi 40 años de experiencia gordil. Siempre he ido para arriba para abajo, como imagino que muchas de vosotras. Y como a muchas de vosotras, también me ha dado miedo, pena, vergüenza, llámalo X hacer ciertas cosas.

Por ejemplo, cuando iba a la universidad me tocaba comer allí los miércoles, porque tenía clases mañana y tarde y vivía lejos. Bueno, pues me pase seis meses comiendo encerrada en el baño. No fuera a ser que alguien viera a la gorda comiendo, y encima sola.

A día de hoy, no sé si es por la sabiduría que dan los años, o por las arrugas, pero ya me la pela bastante todo, y más aun el que dirán.

Por circunstancias y problemas personales que ni vienen al caso ni me apetece contar, he cogido bastante peso otra vez. Y por primera vez he necesitado un alargador para el cinturón de seguridad en el avión.

Como buena exiliada, vuelo bastante a menudo de vuelta a casa, y me he pegado todo un año volando agobiada, aterrizando mala, vomitando, e incluso alguna vez con moraduras en el vientre porque me pego todo el vuelo encogiendo barriga para abrochar el cinturón. Que abrochar abrocha, pero ya si eso respirar lo dejas para otro día.

Este último vuelo ya decidí comerme el miedo, la vergüenza, la pena y todo lo que tenía metido dentro. Volé con mis mellis de casi tres años y necesitaba estar cómoda y poder moverme si quería sobrevivir a la experiencia con mis dos terremotos.

Así que me subí al avión, me senté, intenté abrochar el cinturón, y le dije a la azafata ¿Perdona, me podrías facilitar un extensor para el cinturón, por favor?

En un instante, mi yo adolescente me poseyó y empezó a intentar defenderse, llorando, de las hordas de personas que venían hacia ella con las antorchas encendidas al grito de “a la hoguera con la gorda”. Ya me veía yo las dos horas siguientes aguantando miradas acusadoras, a la gente señalándome con la mano y un sinfín de cosas más porque una gorda había osado subirse en un avión.

Sin embargo, ¿sabéis lo que realmente pasó?

Yo: ¿Perdona, me podrías facilitar un extensor para el cinturón, por favor?

Azafata: Si claro, aquí tienes. Disculpa las molestias.

Yo: Muchas gracias.

Sin más. No pasó nada de nada. Lo pedí, me lo dieron y ya. Cada uno a lo suyo. No me miró ni me señaló nadie. Nadie me gritó. A nadie le importó. Y a mí se me quitó un peso de encima casi tan grande como yo.

Al igual que el primer día que decidí ir a la cafetería de la universidad a comer en vez de quedarme en el baño. Bueno, miento, ese día si que me miraron, para invitarme a comer con ellos y que no estuviera sola.

El próximo verano me atreveré a mandar a paseo a las sillas de las terrazas en las que no me sienta bienvenida.

¿Y vosotras? ¿Os habéis atrevido a hacer algo que siempre os ha dado miedo por el que dirán?

Andrea.