He leído tantas historias de amor online en vuestra página que no me queda más remedio que contaros la mía, bueno, la nuestra. Estoy ya rozando los temidos cuarenta años y todavía se me eriza la piel cuando recuerdo aquellos primeros meses de amor y ‘mentirijillas’. Vayamos por partes.

Por aquel entonces no existía ADSL, ni conexión Wifi, en muchas casas ni siquiera había internet. Pero como mis padres siempre fueron mucho de estar a la última, el nuestro era uno de esos hogares con ordenador a máxima velocidad y un módem que hacía un ruido atronador cada vez que querías conectarte.

Toda la familia estábamos locos con el universo de internet. Y allí cada uno le sacaba el partido y el provecho que prefería: mi padre buscaba recetas de cocina en portales que ya han desaparecido, mi hermano muy probablemente buceaba en busca de fotografías porno, mi madre leía noticias del corazón… y yo, yo descubrí los chats de amistad.

Bueno, de amistad o eso decían. Me lo pasaba realmente bien cada noche entablando conversaciones con un montón de gente. A veces bromeaba y me hacía pasar por otra persona, en otras ocasiones me lo tomaba más en serio y era yo misma. Fuera como fuera, empecé a sentir que al fin había un lugar en el que podía ser sincera y dejar salir a mi verdadero yo sin que nadie me juzgase por ello.

Tenía apenas veinte años y siempre había sido la ‘rarita’ en un grupo de amigas de lo más top. Guapas, listas, siempre a la última, con dinero. Y entre ellas estaba servidora: gordita, con un estilo peculiar, inteligente (eso sí) y siempre con la pasta justa para pasar el día. Era feliz en aquel grupo, no lo negaré, pero muchas veces echaba necesitaba poder ser yo al 100%. Me faltaba algo.

Aquella noche encendí el ordenador como casi siempre. Mi taza de te a un lado y la tranquilidad de el inmenso despacho de mi padre. Accedí al chat habitual e indagué entre los diferentes nicks esperando que alguno llamase mi atención. Antes de que me diera cuenta una ventanita emergente apareció en mi escritorio. Y así empezó todo.

Manu me confesó que llevaba días viéndome en la sala de chat y sabía que debía hablar conmigo. Me pareció un discurso de lo más trillado, algo así como el clásico ‘qué hace una chica como tú en un bar como este‘. Pero no tenía otra cosa que hacer así que respondí con un archiconocido ‘jajaja‘.

El tiempo pasaba y estaba claro que ambos nos estábamos dedicando completamente a aquella conversación. Hablamos de todo un poco. Sobre los clásicos hobbies, nuestros estudios, lo que queríamos hacer en el futuro, la vida en general… Cuando fui consciente de la hora, ya era madrugada.

Esa noche me acosté pensando en Manu y en cómo sería en persona. No nos habíamos enviado ninguna fotografía pero sí se había descrito como un chico de lo más normal. Realmente empecé a notar algo muy distinto tras chatear con él, y me preguntaba si al día siguiente podríamos continuar conociéndonos.

Y así lo hicimos, noche tras noche durante más de dos meses. De aquella abarrotada sala de chat pasamos a Messenger y de allí a darnos nuestros números de teléfono. Manu se convirtió por entero en mi compañero de vida. Al otro lado del país pero siempre conmigo ya fuera a través de un SMS o de un mensaje en mi ordenador.

Mi cara empezó a irradiar una felicidad diferente, y tanto en mi casa como entre mis amigas no dejaban de preguntar qué me estaba pasando. Siempre pendiente del móvil, con llamadas a cualquier hora del día… Necesitaba darles alguna explicación, ¿pero cuál?

Ni mis padres ni aquellas chicas con las que había crecido habrían entendido que estaba comenzando una relación seria con un chico al que había conocido en un chat. Eran los tiempos en los que el ciber-amor estaba acotado para los feos y los ‘pardillos’, en los programas de televisión la gente se reía de este tipo de relaciones y yo no quería eso. No necesitaba que nadie pusiese en duda mi relación con Manu. No podía permitirlo. ¿Se puede ser más idiota que yo en aquel momento?

Y así comenzaron las mentiras. Para mis colegas Manu era un amigo de mi hermano al que había conocido en un viaje en verano y para mis padres un primo lejano de una de mis amigas que se había mudado a otra ciudad hacía unos años. Esquivaba como podía las preguntas sobre su vida intentando que mis historias casasen y no dieran lugar a dudas. Funcionaba, al menos durante un tiempo.

Nuestra historia llevaba en marcha casi un año, se acercaba el verano y el que ya era formalmente mi chico me prometió una primera visita durante el mes de julio. Ya nos habíamos visto en fotografías y ambos estábamos locos el uno por el otro. Así que esperé ansiosa la llegada de Manu preparando con cariño cada plan para aquella semana.

Todavía tiemblo al recordarme esperándole en el aeropuerto. De veras os digo que la taquicardia que tuve durante aquella media hora fue la más brusca de toda mi vida. No tenía ni idea de cómo reaccionaría al verle, ¿y si yo no lo gustaba? ¿y si me había mentido y no aparecía? Y mientras mi cabeza me jugaba un mala pasada, lo vi.

Reconocí su sonrisa a metros de distancia. Él me había visto y se dirigía hacia mí con gesto cariñoso. ‘Hola niña bella‘, me dijo como cada día cuando me llamaba por teléfono. Me sonrojé y allí mismo, ante el mostrador de alquiler de coches, nos dimos nuestro primer beso.

Fue la semana de mi vida. Apagué mi teléfono y no dejé que ni amigos ni familia arruinasen mi tiempo con Manu. En ocasiones él me preguntaba por qué no quedábamos con alguien para así conocer a mis amigos, pero yo evitaba totalmente el encuentro. Por supuesto él no sabía que yo había mentido sobre cómo nos habíamos conocido.

Aquella semana también nos acostamos por primera vez. Todo surgió con una naturalidad brutal y súper bonita. Yo ya había tenido relaciones con otros chicos, pero puedo asegurar que con ninguno había sido tan genial como con él. Las ganas que teníamos de comernos a besos, quizás, o que el amor que sentíamos era real y no una pantomima cibernética.

La última noche antes de su vuelta a casa Manu decidió que quería llevarme a cenar a un sitio que me encantase. Nos arreglamos y salimos a uno de los restaurantes más bonitos de la ciudad. Y para mi sorpresa, una de mis amigas también había decidido cenar en aquel distinguido lugar. Quería morirme, empecé a temblar al verla dirigirse hacia nosotros. Quería salir de allí, fingir que me encontraba mal, ¡algo!

¡Pero bueno la desaparecida! Ahora lo entiendo todo‘, dijo sonriendo y mirando a Manu de arriba a abajo. Los presenté omitiendo por completo todo lo que no fuera el nombre de mi chico, y con prisa le comenté que teníamos mesa reservada y debíamos sentarnos. Ella y su novio de entonces también esperaban por su reserva así que para mi disgusto nos tocaba aguantar unos minutos junto a ellos.

Intenté derivar la conversación a temas que no implicasen a Manu ni su visita, pero era francamente imposible. En seguida surgió la pregunta que lo desencadenaría todo. El horror. ‘A ver, cuéntame Manu, ¿cómo os conocisteis? Porque ella no suelta prenda‘.

Mi voz subió de volumen antes de que mi chico pudiera contestar, ‘ya te lo dije, es amigo de mi hermano‘. Manu me miró desconcertado y mantuvo silencio mientras yo continuaba explicando mi falsa historia. Yo lo miraba de reojo intentando pedirle perdón por todo lo que estaba diciendo. Mi relación se estaba rompiendo con cada palabra, y no le culpaba.

 

Una vez sentados el mutismo de Manu continuó durante largos minutos. Escondido tras la carta intenté explicarle mi situación y mis miedos, pero no recibía ningún tipo de respuesta. Tras un momento tenso lo escuché: ‘Nunca me había sentido tan despreciado en mi vida, te avergüenzas de la verdad y de mí‘.

Se levantó de la mesa y me pidió que no lo acompañara.

Intenté no cumplir con su petición y lo llamé varias veces durante aquella noche, quise acercarme a su hotel para pedirle perdón una vez más pero no tuve valor. Al día siguiente volaba de regreso al otro lado del país y mi cuerpo no podía aguantar tanta rabia. ¿Por qué había sido tan tonta?

Los días pasaron y no supe nada del que hasta entonces había sido mi chico. Su nick dejó de aparecer en la sala de chat y su Messenger continuaba desconectado. Envié un único SMS declarándole mi amor y prometiéndole decir la verdad a los míos, pero Manu no contestaba.

Fui sincera con mi familia y con mis amigas, como pude y entre lágrimas por lo que había perdido les conté la verdad sobre mi amor por Manu. Cómo una sala de chat nos había unido y de qué manera mi miedo a ser nuevamente ‘la rara’ había terminado con todo. Hubo quien supo entenderme y quien se carcajeó ante la ruptura de mi ciber-relación. Eso también me sirvió para saber con quién podía o no contar en mi vida.

El verano estaba terminando y yo solo quería volver a mi rutina de universidad, biblioteca y casa. Mis noches de chateo se habían terminado y mis padres intentaban animarme a hacer actividades diferentes que me mantuvieran distraída. Una noche mi hermano, ese que había permanecido impasible ante toda mi historia, me comentó que al día siguiente necesitaría el coche. Le di las llaves y me eché a dormir todavía derrumbada por el horror de verano que estaba pasando.

Mis amigas habían decidido ir a la playa aquella tarde, inapetente del todo intenté encontrar una excusa para zafarme del plan pero no me lo permitieron. Septiembre había llegado pero el calor seguía apretando con fuerza. Llevé un libro, mi reproductor MP3 y me decidí a evadirme del mundo bajo una sombrilla.

Llevábamos en la playa apenas una hora cuando una sombra tapó de lleno el sol que me calentaba. Entonces pude ver a mi hermano ante mí. ‘¿Qué haces aquí?‘, pregunté extrañada. ‘Fui al aeropuerto a buscar a un amigo‘. Me giré y vi a Manu al otro lado de la enorme sombrilla.

Me levanté de la toalla como un resorte y lloré abrazada a su cuello. Lloré mucho, tanto que la crema que me había puesto en las mejillas resbalaba por mi cara hasta mis labios. ‘Lo siento, de verdad, lo siento muchísimo‘, atiné a decir sin poder mirarle a los ojos.

Tu hermano cogió mi número en tu teléfono y me llamó para contarme la valentía con la que les habías explicado toda la verdad, yo también fui un idiota por no haberte entendido‘, y nos besamos bajo aquel sol abrasador en aquella playa llena de gente.

Mi amor con Manu me enseñó que da igual cómo cuándo o dónde conozcas a una persona, lo importante es que te llene y sepa sacar lo mejor de ti. Jamás he vuelto a mentir sobre nosotros. Han pasado los años y ahora mismo esperamos nerviosos la llegada de nuestro primero hijo. Mi hermano será su padrino, por supuesto. Viva el ciber-amor real y sin fronteras.

 

Anónimo