Y seguimos “celebrando” el día contra la Violencia Machista. Un día que reivindicamos más que celebramos, esta lacra que se sigue llevando tantas vidas injustamente. 

Sigue costándome mucho hablar de este tema. Es una parcela de mi vida que, durante años, me he negado a aceptar que viví, porque aunque tengamos muy clara la frase de “no solo duelen los golpes”, cuando se trata de poner nombre a la violencia silenciosa que has sufrido, parece que sale al ruedo la vergüenza, el miedo, incluso un poco el “síndrome del impostor”. En mi caso, cuando entendí lo que me había pasado pensaba que no tenía derecho a llamarlo así por no haber tenido nunca una marca física de lo ocurrido. Por eso siento que verbalizándolo, alguien puede empezar a validar su propio sufrimiento, porque esto es mucho más común de lo que pensamos. 

Mi relación empezó como todas imaginamos que va a ser: detalles, afecto, validación…Yo salía de una etapa de TCA súper activo y me encontré con un hombre que me hacía sentir la mujer más bonita y atractiva para él. Casi como una droga, me enganché a nuestra relación y a todo lo bueno que sentía.

Todo empezó con sutilezas: no le gustaba que fumara, lo cual no me parecía mal porque era perjudicial para mi salud. Después fue el alcohol, para que no tuviera resaca. Después fueron comentarios sobre mis amistades: si una era promiscua, si la otra muy criticona, si aquella la veía una mala influencia…Esos comentarios pasaron a ser broncas si yo decidía salir con esas amigas. Quizás no me lo decía en el momento, pero no me hablaba cuando llegaba a casa, o no quería verme por la noche. Así fue como, poco a poco, dejé de verme con prácticamente todas mis amistades para evitar un conflicto con él. 

Lo que vino después fue lo que más normalizado veo hoy en día: el control de mi privacidad. Las contraseñas de mi móvil, redes sociales y ordenador pasaron a ser suyas por una cuestión de “total confianza”, “por si algún día nos pasa algo”, “porque no hay nada que esconder”…Y me lo creí. Así fue como él revisaba todas mis conversaciones, me “invitó” a limpiar mis redes sociales de aquellos hombres con los que había tenido una relación o un contacto íntimo (y con los que no, también), e incluso revisaba mis copias de seguridad. Lo que empieza siendo algo súper inocente, en nombre de la confianza, termina siendo una forma de control más. 

Llegó un punto en el que nunca iba sin él. Me esperaba incluso en la puerta del trabajo hasta que terminara. Os juro que yo seguía viéndolo como una muestra de amor, aunque ahora lo piense y no lo entienda…Mis amigas ya no podían verme a solas, ni siquiera mi familia. A mí me afectaba mucho que me hicieran comentarios sobre ello porque sentía que no aceptaban a mi pareja y en vez de verlo como una manera de protegerme, me enfadaba muchísimo con ellos. 

Pues bien, los meses fueron pasando y, aunque yo no supiera lo que estaba viviendo, mi cuerpo estaba dispuesto a mandarme todas las señales. Mi TCA se disparó de nuevo y caí en una de las peores depresiones de mi vida. Apenas iba a clase, no sentía motivación por nada y con 19 años, perdí las ganas de vivir.

Llegó el día en el que algo hizo “clic”. Un hecho que quizás podría haber pasado desapercibido pero que, de repente, removió algo en mí. Me bajé del taxi con unas medias negras tupidas (venía de clase de danza) y una falda de tubo estrecha. No me cambié en la escuela porque iba directamente a casa, por lo que no me iba a ver nadie. Él me miró muy serio y me dijo: “¿Dónde vas así? ¿No ves que se te marca todo el culo?”. Noté como me ponía súper roja y sentí vergüenza y asco por mi cuerpo. Quise que la tierra me tragara. En ese momento, algo súper sutil dentro de mí me dijo esto no es normal. Para mí, fue el primer aviso. 

Después llegó algo mucho más duro: el abuso sexual. ¿Puede existir abuso sexual en una pareja? Pues sí. Al principio era algo tan “normal” como que él era más activo sexualmente y yo menos (algo lógico teniendo en cuenta mi depresión y mi TCA), pero la cosa se puso seria cuando en varias ocasiones me despertaba a media noche por sus penetraciones. A veces, él terminaba y yo me limitaba a llorar en silencio y otras simplemente me despertaba por la mañana sin haberme enterado de lo que había pasado. 

Nuestra relación duró varios meses más pero en estado crítico. Discutíamos mucho, ya no había ni rastro de la maravilla del principio pero mi vida estaba tan patas arriba que era incapaz de imaginarme sin él. Estaba alejada de todo y no sabía cómo iba a poder rehacer todas las piezas de mi vida. 

Un día la relación terminó. No fue de la mejor forma, porque yo respondí con violencia y esa NUNCA es la solución, pero simplemente me salió. Hoy pienso que al menos esa fue la forma de que nuestra relación terminara y yo pudiera tener el coraje de salir adelante y no volver a tolerar algo así jamás. 

Me ha costado mucho sanar esta herida y poder contarlo hoy con serenidad e incluso gratitud. Tranquilas, ¡no me he vuelto loca! Por supuesto ha sido de las cosas más duras que he vivido y que jamás desearía para nadie pero hoy soy consciente de que la mujer que escribe esto, la Mara que soy hoy, es consecuencia de todas y cada una de las vivencias que he tenido. Sin dudar elegiría vivir otra realidad a mis 18 años pero no reniego de la que tuve porque me enseñó cuales son las verdaderas reglas del juego del amor.

Deseo con fuerza que testimonios como el mío no hagan falta un día porque todos tengamos claro qué no se vale en una relación. Mientras tanto, solo espero poder haceros ver que no es verdad lo de que “quien bien te quiere, te hará llorar” porque quien te quiere bien te hace sonreír el alma y está dispuesto a verte volar todo lo alto que te propongas. 

A ti, que sientes que algo no va bien, que te ves alejada de tu esencia, te juro que mereces todo lo bueno de este mundo. Quizás te sientas menos válida, menos bella, por cualquier cosa que hayas vivido pero NADIE tiene derecho a alejarte de ti misma, a controlarte, a no darte el verdadero amor que mereces.

Gracias por leerme. 

Mara.