La verdad es que mi antiguo jefe estaba de muy buen ver. Lo digo así porque, desde que escuché lo que escuché, mi imagen de él había cambiado bastante, y alguna noche me despertaba empapada en sudor soñando con él en situaciones ciertamente inquietantes.

Pero, ahora que lo pienso, estaba de muy buen ver. Qué lástima todo.

Os pongo en contexto: 

Yo trabajaba en una empresa de estas modernas. Una empresa tecnológica a la que la gente va a trabajar en chándal y con gorra, la media de edad es de menos diez años (todos bebés) y en la nevera sólo hay zumo de naranja natural y un brebaje pastoso que dicen que es muy bueno para el tránsito.

La empresa era tan, tan guay, que hasta el jefe era enrollado. Era un hombre de negocios, de esos que está siempre ocupado y apenas para por la oficina, pero lo llevaba con naturalidad y tenía una imagen de papito sexy que fue (además de todo lo anterior) una de las razones que me llevó a aceptar el puesto, para qué os voy a mentir.

Tenía poco más de cincuenta años, estaba divorciado y tenía un hijo muy pequeño al que apenas veía (punto negativo, jefe buenorro).

jefe trabajo

Sospecho que el tiempo que podría estar invirtiendo con su hijo lo dedicaba a hacer sit-ups y pull-ups y todos los ups posibles en el gimnasio, porque cuando lo conocí en persona y le di dos besos aproveché, claro, para colocarle una mano en el hombro, y no veas tú qué hombro, ni la roca más dura del Everest.

Pero lo mejor de todo era que, a pesar de tener todas las papeletas para hacerlo, jamás te hacía sentir incómoda en su presencia.

Era de lo más respetuoso y profesional (aunque esto debería ser lo normal, y no un piropo o algo a destacar), tenía en cuenta la opinión hasta de los más junior, hablaba con seriedad sin evitar ser desenfadado cuando tocaba. Todo un caballero, vaya.

Pero mi imagen de él cambió un día en que se me hizo tarde en la oficina.

 

Todos mis compañeros se habían ido y yo me había quedado terminando una entrega en una sala pequeña al fondo.

Cuando se fueron todos, el jefe estaba en otra sala en una videollamada, pero yo no lo sabía, y nadie me avisó. Y creo que él, al no escuchar ruidos, pensó que se había quedado solo.

El caso es que, una vez terminé la tarea, recogí mis cosas y me dispuse a salir. Al acercarme a la puerta, vi que la luz de la sala en la que estaba el jefe estaba encendida. Miré a través del cristal y lo vi, sentado de espaldas.

Fui a llamar al cristal para despedirme, pero me pudo la curiosidad y me quedé escuchando, porque hablaba por teléfono con alguien.

Lo que escuché después me hizo sentir tan incómoda a partir de ese día que acabé dejando el trabajo.

Fue algo así como que se la iba a meter hasta dentro, que le iba a lamer las tetas hasta dejárselas secas, que se le iba a correr encima, en la cara, en el coño, en el culo, y que le ponía muy cerdo verla trabajar con gafas.

Cuando salí de mi shock y me di cuenta de que, si se daba la vuelta, podía descubrirme, me fui corriendo. No sé si me oiría y me vería salir, pero desde que escuché esa última frase no pude parar de sospechar que estaba teniendo sexo telefónico con alguna compañera.

Así que, a las dos semanas, presenté mi baja voluntaria “por motivos personales”. Y tan personales…