No sé muy bien cómo empezar a abordar este tema porque me parece algo de suma importancia, creo que muchas veces se ha entendido el termino ‘autoestima’ de una manera que nada tiene que ver con la realidad. Unir de forma directamente proporcional tu cuerpo y tu autoestima es un error de principiante. No por tener un cuerpo más normativo vas a tener una autoestima altísima, no por tener un cuerpo no normativo tu autoestima tiene que ser baja. Tiene que ver, por supuesto, pero una cosa no está adjunta a la otra.
La autoestima es el amor propio, no quiero ponerme tiquisimiquis, pero esa es la etimología de la palabra, ‘auto’ es propio y ‘estima’ es amor. Aprender a quererse, cuidar la propia estima y estar orgullosa de tu propio ser es algo que va muchísimo más allá de tu cuerpo, de tus kilos, de tus centímetros y de tus tallas. Simple y llanamente porque tu persona no se reduce a tu cuerpo, es una parte de ti, por supuesto, pero no lo es todo.
Mirarse al espejo y quererse es importante, pero estar en paz contigo misma es lo que realmente va a marcar la diferencia. Siempre lo he dicho, si no te gusta tu cuerpo puedes cambiarlo, pero siempre va a ser mucho más gratificante aceptarlo. Puedes moldearlo a tu antojo, siempre y cuando no dependa de factores externos como enfermedades o impedimentos físicos que se escapan de nuestras manos, pero hazlo siempre porque te quieres cuidar a ti, no porque te lo imponga nadie.
El camino hacia una buena autoestima no es fácil, para nada, pero creo que se parece mucho a lo de llevar una vida sana es mucho mejor que hacer dieta. Hemos leído mil veces, o al menos yo lo he hecho, que una vez que empiezas a cuidar tu alimentación, el deporte que haces y cualquier cuidado físico tu cuerpo te lo agradece y te encuentras mejor contigo misma; primero te cuidas, luego el cuerpo hace y deshace, el error está en cuidarte solamente buscando metas y consecuencias, en ver el cuidado como un castigo y no como una forma de vida. Confía, luego el resto viene solo.
Con la autoestima es un poco igual, no te tienes que levantar por las mañanas y decir ‘ME QUIERO, ME TENGO QUE QUERER, POR MIS COJONES QUE HOY CONSIGO AMARME’. No es así de fácil, chiqui. Esto va poco a poco, paso a paso, sorbo a sorbo. Tienes que empezar por cosas sencillas, por el ‘no picar entre horas’ del alma. Ponte ropa con la que te sientas cómoda, peínate de forma en la que tú te veas favorecida, mírate al espejo y busca algo de ti que te guste mucho y ámalo fuerte, cuando lo hayas conseguido pasas a cosas que te gusten menos y las miras, de frente, las aceptas, las dejas de ver como TAN malas y pasas solamente a verlas malas, luego a que te dan igual y finalmente a aceptar que es para de ti y que eso es bonito porque es tuyo y de nadie más.
Sé que esta teoría puede sonar a sencillez, a que hablo de todo esto por encima, pero es que yo lo he vivido, cientos de personas que escriben aquí han pasado por esto, miles de lectores también y sé que cuando aún no lo has alcanzado suena a cuento de hadas, pero os prometo que a veces la realidad supera a la ficción.
No por perder peso te vas a querer más, no por mirarte al espejo y que te guste lo que veas vas a tener una mujer autoestima, no porque te quepa la ropa de Amancio Ortega vas a ser la reina de las tarimas. Para conseguir eso hace falta muchísimo más, te tienes que querer a partes iguales tanto por dentro como por fuera. Hay veces en las que cuando no sabes cómo gestionarte por dentro lo más fácil es cambiar lo externo, a mí me parece súper lícito. De dentro hacia afuera o de fuera hacia adentro, esa es tu elección, pero por alguna parte hay que empezar.
Yo siempre recomendaré empezar por dentro, por la cabeza, por el corazón, por las vísceras, por el alma, por el autoconocimiento, por aprender cada pedacito de nosotras y amarlo fuerte. Cuando has aprendido a amar tus monstruos internos, aceptar tus michelines es coser y cantar.
Vamos a cuidarnos, vamos a querernos, vamos a mimarnos, vamos a darnos todo el mar que necesitamos. Vamos a dejar de engañarnos y de pensar que por tener cuerpos socialmente aceptados vamos a llegar al Olimpo de la felicidad, porque queridas mías, ya os lo adelanto: no es así.