Me encantan las redes sociales y páginas como esta, nuestra Weloversize, sobre todo la sección del foro donde todas y cada una de nosotras tenemos la oportunidad de compartir unas con otras, incluso de forma anónima, nuestras experiencias, dudas e incluso secretos más profundos.

Me encanta que seamos capaces de formar comunidad o tribu, como está tan de moda llamarlo. Que nos convirtamos, como por arte de magia, en esa familia o amigas a las que -al no ponernos cara- podemos incluso contar las cosas que no te atreves a decir ni a esas personas con las que tienes algún tipo de convivencia o contacto directo, despojándote así de expectativas que cumplir o imágenes previas que seguir manteniendo ante los ojos del otro.

Pero al mismo tiempo me alucina cómo, desde el otro lado, hay personas -y no pocas, precisamente- que aprovechan esta ausencia de identidad real para verter toda su bilis y comentar, desde una superioridad moral que ninguna deberíamos tener, de unas formas que seguramente no se atreverían a hacer en el cara a cara directo y con una empatía que ni está ni se le espera.

 

 

Que yo sepa, poco se ha escrito sobre ellas y yo incluso me atrevería a englobar todo su comportamiento bajo algún tipo de extraña patología que yo llamaría, amigas…

 

EL SÍNDROME DE LA COMENTADORA PERFECTA.

 

Es esa persona que, por lo visto, desde su nacimiento ya estaba en lo más avanzado de la moral, de la ética y, sobre todo, de la perfección, valga la redundancia.

La que nunca cometió errores y te puede dictar, desde esa distancia que la eleva con respecto al resto de las mortales, no solo las instrucciones a seguir para un correcto comportamiento, sino también los juicios más grandes hacia el tuyo, desde el sarcasmo, el desprecio y -en los casos más extremos- también el insulto.

 

 

Son todas esas que, si alguien expone algún problema o historia políticamente incorrecta (aprovechando este anonimato que te permite contar esos secretos que jamás compartirías con nadie) te tiran al cuello para criticarte y no de forma precisamente constructiva.

Las que no somos perfectas, como humanas que somos, a veces nos equivocamos.  A veces cruzamos líneas que nunca creímos que pasaríamos. Y entramos en confusión, disonancia cognitiva e incluso vergüenza.

Y necesitamos visión y opinión ajenas, en lo que tardamos en “desliarnos” o volver a ver con claridad, si las emociones nos han cegado.

Deseamos que alguien nos acompañe sin machacarnos en ese camino de acierto-error que es la vida, mientras terminamos de asimilar ese suceso y aprendemos a comprendernos y perdonarnos a nosotras mismas.

 

 

Pero ellas se ocupan de hacer presentes esos malos pensamientos, de etiquetarnos y llamarnos barbaridades, de mover la cabeza condescendientemente y escribir unas líneas informándonos de lo malas personas, inmaduras, egoístas que somos.

Suelen ver las cosas en los extremos: o son blancas o son negras. No existen los matices en esa atalaya donde ellas habitan. El resto somos mortales a las que mirar con condescendencia si nos atrevemos a contar cualquier cosa que se salga de sus conceptos de moral represiva.

Quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra, versa la Biblia.

Ahí las tenéis a ellas. Libres de pecado, rodeadas por un halo divino que les hace estar en este grupo privilegiado.  Aunque esta actitud las haga caer en la más enorme soberbia y, que yo sepa, este también es pecado capital.

Quiero decir que, cuanto más perfectas se crean, en más imperfectas parece que se convierten.

 

 

No creo que cueste nada hablar y tratar a los demás con cariño o, al menos, con imparcialidad, con objetividad, intentando entender que ningún sentimiento está “bien” o “mal”.  Quizás lo que hagamos con ese sentimiento o pensamiento es lo que se puede considerar “correcto” o “incorrecto”, no el sentimiento o el «mal» pensamiento en sí.

Aún así, todos cometemos errores a lo largo de nuestra vida (benditos porque son los que nos hacen aprender e ir creciendo día a día) pero además, muchas de las personas que escriben en este foro, ni siquiera se encuentran en ese caso.

Nos escriben compartiendo esos “malas” formas de sentir con las que están entrando en conflicto.  Nos preguntan (y se preguntan) “¿es normal? ¿Soy una egoísta?”. Están en una vorágine de dudas y son ellas las primeras que se fustigan. No digo que tengamos que decirles que todo vale, solo tratarlas con el mismo cariño y respeto que todo ser humano merece.

Quizás solo necesitarían sentirse comprendidas, ¿no creéis?. Saber que tienen derecho a sentir lo que sienten aunque, en muchos casos, esa forma de sentir no corresponda de forma objetiva con la realidad y les aconsejemos que actúen prudentemente y no cegados por ella.

A veces solo necesitamos que nos digan “Te entiendo, amiga. Siento mucho que estés pasando por eso y que te encuentres así” para seguir adelante.

Qué lástima que la comentadora perfecta no lo sea tanto como para hacerlo…