Mi amiga y su bebé llevan un mes viviendo en mi casa, y es que nada fue bien en la suya desde el principio, pero su afán por defender lo indefendible y su enamoramiento ciego le impidieron tomar cartas en el asunto a tiempo. Ahora está sola con el bebé, sin trabajo y desesperada. Escribo esto con su consentimiento.

Ella y su novio tuvieron problemas desde el principio, a él le gustaba mucho salir, siempre que ella no saliese, en tal caso era un día perfecto para quedarse en casa. Cuando apenas llevaban unos meses solía desaparecer los fines de semana completos y aun así a mi amiga no le saltaron las alarmas. Una vez que se fueron a vivir juntos, después de varias crisis fuertes, de varias manchas de carmín en sus camisas y de mil promesas de cambio, decidieron ir en busca de un embarazo. Creían que un bebé traería a su caótica relación un poco de estabilidad y unión. Como es obvio, no fue así.

Desde el test positivo hasta la ecografía de las 12 semanas todo fue un camino de rosas. Se hacían fotos juntos con cara de enamorados, paseaban de la mano viendo atardeceres y soñaban despiertos cómo sería su vida teniendo entre sus manos el producto de su amor en carne y hueso. Entonces llegó la eco que esperaban con tanta ilusión. Al no identificar demasiado bien lo que en esa fotografía alienígena se debería de ver, él se frustró y salió enfadado. Aseguró que con toda esa grasa que había entre su bebé y el mundo exterior bastante sería si el doctor detectaba vida allí dentro. Ese día ella durmió con sus padres, él salió con sus amigos a celebrar que faltaba menos para jugar al fútbol con su hijo. Ella lo llamó durante días, pero hasta que no se fundió lo que tenían ahorrado para la habitación del bebé no volvió a buscarla.

Arrepentido y arruinado, apareció en casa de sus suegros pidiendo verla. El padre de ella se negó a darle el recado y cuando ella lo supo le retiró la palabra a su padre por interponerse entre ella y el padre de su hijo. Su madre enfureció y le dijo todas las verdades que había decidido omitir los últimos años para no dañar a su hija. Ella lo recibió todo como un ataque y juró no volver a poner un pie en aquella casa. Otro error enorme que sigue pagando. 

Al volver a casa con él decidieron ser más sinceros y así evitar que las frustraciones de la pa/maternidad dificultasen su relación. Él dejó de acompañarla a las revisiones y pruebas, le era demasiado aburrida la espera y como habían decidido ser sinceros… Pero llegó el momento de conocer el sexo del bebé y, nada más decir el doctor la palabra “niña” él salió de la sala dando un portazo. Ella lo disculpó diciendo que se había emocionado. 

Ese día juró que sería madre soltera y que no lo perdonaría más. Tardó casi dos meses en volver a aparecer en escena. A solo un mes de nacer su hijo apareció, anillo en mano, dispuesto a cambiar por su hija, a la que protegería “de todos esos capullos que hay ahí fuera”.  Empezó a doblar turno en la empresa para ganar algo de dinero extra y poder reponer lo que había gastado en fiestas en los últimos meses. Trabajaba tanto que en su día libre necesitaba evadirse y se iba a casa de un amigo a jugar a la play (siempre me resultó curioso que su amigo usase perfume de mujer). 

Un día ella se levantó de la cama y regó el suelo de su habitación de líquido amniótico sin darse apenas cuenta. Como le había explicado la matrona, se duchó, recogió la casa, cogió la bolsa que había preparado semanas antes y se fue en taxi al hospital. Él estaba en casa de su amigo, se debía de haber quedado dormido sin querer la noche anterior. Cuando lo llamó para avisarlo de que estaba ya empezando a dilatar él se enfadó porque era muy temprano y lo había asustado. “Cuando estés de parto de verdad, me llamas y ya veo si puedo ir”. La matrona escuchó la conversación y, muy enfadada, le dijo que o se presentaba allí en ese momento o no le dejaría pasar. Ella sintió más vergüenza que nunca antes y me llamó a mi para que la acompañase. Horas después apareció él con la ropa del día anterior apestando a alcohol y diciendo que, si ya estaba yo allí, a él no se le necesitaba para nada. La matrona me miró buscando complicidad, puse los ojos en blanco y entendió perfectamente que ella aún no estaba preparada para dejarlo, pero que ya sabía que debía hacerlo cuanto antes. 

Nació la niña, una pequeña preciosa y sana, con el pelo negro de su padre y la paz en la mirada de su madre. Su papá tardó dos días en conocerla. “Sinceramente, no quería que mi hija me conociera sucio y ojeroso. Te mandan saludos los chicos, tomamos ayer unas cañas para celebrarlo y preguntaron por ti. Diles algo que yo no supe qué contarles. Bueno ¿Qué? ¿Te dolió mucho?»

Al fin sabía qué debía hacer, llamó a la enfermera y pidió quedarse sola, así que fue otra mujer quien lo invitó a irse.  Luego me llamó a mi para que la recogiera cuando le dieran el alta. Llevaba años recibiendo vejaciones y humillaciones de ese tío y ahora, aunque reconocía seguir enamorada, había faltado al momento que debería ser el más especial de su vida. Ni siquiera había mirado a la niña al entrar, y un desprecio a aquel ser puro y diminuto no se lo iba a permitir.

Inscribió a la niña como madre soltera, no tuvo reclamación alguna por parte de él, obviamente. Él contó por ahí que la dejó porque la niña no era suya. Yo intento mediar para que se arregle con sus padres y puedan echarle una mano ahora que se ve sola en el mundo tras años perdiendo amistades y su propia identidad al lado de ese capullo. 

 

Relato escrito por Luna Purple basado en una historia REAL.