Hoy vengo a desahogarme. Llevo varios meses controlando mi dieta, comiendo de manera equilibrada e incluso añadiendo una rutina de ejercicios semanales. Pero me he estancado. Bueno, no solo me he estancado, sino que he vuelto a ganar algún kilo. Y estoy frustrada. Porque estoy haciendo esfuerzos por no comerme los 80 churros que un compañero de curro acaba de traer a la oficina, y pienso ¿para qué? ¡Si luego la báscula no responde! ¡Para eso me como ocho churros y paso de todo!

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Los psicólogos dicen que hay dos tipos de personas: los comedores intuitivos (comen cuando tienen hambre y paran cuando están saciados) y los controlados (los que mantienen a raya su apetito recurriendo estoicamente a su fuerza de voluntad). Los primeros son menos propensos a tener sobrepeso y pasan menos tiempo pensando en la comida. Los segundos se obsesionan con la comida y entran en una espiral de comilonas y restricciones, rematada con grandes dosis culpabilidad.

Yo soy una comedora controlada desde que tengo uso de razón. He tenido épocas de comer más y épocas de restricciones, pero siempre controlando. Y si eres un comedor controlado durante toda la vida, es normal que entres en un bucle de frustración, y que cuando engordes, te culpes a ti mismo.

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Sandra Aamodt es una doctora en Neurociencia que ha sufrido en sus propias carnes lo desesperante que es estar a dieta y no adelgazar.  Aamodt ha descubierto que la dieta es un desperdicio de energía. Las dietas funcionan a base de fuerza de voluntad y como la fuerza de voluntad es limitada, está condenada a fallar. Básicamente la solución que nos propone Sandra es dejar de obsesionarse con la comida, con la báscula y con las calorías quemadas y transformarnos en comedores intuitivos: comer cuando tengamos hambre y dejar de comer cuando estemos saciados. ¿Así de fácil? ¿Es posible?

Creo que nunca he sido capaz de escuchar a mi cerebro. Me encanta comer. Siempre he pensado que podría comer hasta el infinito. Comer por los ojos. Siempre estoy dispuesta a comer tenga hambre o no. Pero hago un tremendo esfuerzo por ponerle fin a mi come galletas interno y parar. No paro porque me sienta saciada, paro para no convertirme en una albóndiga gigante rodante.

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Aamodt dice que si queremos luchar contra el sobrepeso las dietas no sirven. Si las dietas funcionasen todos seríamos flacos. Pero a la industria alimentaria le interesa presentar la obesidad como una simple relación entre comida ingerida y calorías quemadas, para desplazar la responsabilidad al consumidor, pero no es cierto. Cuando comenzamos una dieta, perdemos peso a corto plazo, dándonos la ilusión de que efectivamente estamos haciendo las cosas bien y tenemos control sobre nuestro peso. Pero a la larga el cuerpo se adapta y produce respuestas biológicas muy potentes para regresar al punto de partida. ¿Por qué nuestro organismo es tan biológicamente cabrón?

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Y aquí es donde yo vuelvo al punto de partida: mis compañeros se están paseando por la oficina con churros a dos manos. ¿Qué hago? ¿Mando a la mierda todo y me sumo al Día del Churro? Haciendo caso a la amiga Sandra Aamodt voy a intentar escuchar a mi cerebro: ¿tengo hambre? Pues la verdad es que no, estoy bastante saciada, he desayunado dos tostadas de pavo y queso y no tengo hambre. Vale, pues no me voy a comer los churros porque sencillamente no tengo hambre.

No creo que consiga nunca convertirme en una comedora intuitiva, pero ¿me ayudará a tener una relación más sana con la comida? ¿Vosotras sois capaces de escuchar a vuestro cuerpo? ¿Coméis cuando tenéis hambre y paráis cuando estáis saciadas? ¿Y si sencillamente intentamos entender nuestro apetito en lugar de culparle?

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