Si se habla poco de la infertilidad no os llegáis a imaginar la de veces que se omite este detalle cuando ya eres madre de un retoño. Y es que la tendencia habitual se centra en pensar siempre que al haber logrado ser madre una vez el resto ya son minucias y, creedme, nada más lejos de la realidad.

Hemos hablado en otras ocasiones de todos esos sentimientos encontrados cuando no logramos que llegue el embarazo. La rabia, la desesperación, la tristeza o incluso en ocasiones, la envidia. Planear ser madre y no lograrlo puede convertirse en una auténtica pesadilla para muchas. ¿Pero qué es lo que sucede cuando ya tenemos un hijo y el resto no llegan?

Os expondré brevemente mi caso: madre gracias a una inseminación artificial a través de la Seguridad Social tras más de tres años de búsqueda. Hoy en día ya de la mano de una pequeña Minchiña de 5 años que pide día sí día también la llegada de un hermano que ya sabemos que no llegará. Claro que un pequeño milagro o la alineación de los planetas podrían hacer que me volviera a quedar embarazada de forma natural pero las probabilidades son tan bajas que apenas soy capaz de hablaros de un porcentaje.

La Seguridad Social tampoco nos cubre más tratamientos de fertilidad, aunque no hubiésemos utilizado todos los intentos disponibles. Esto significa que de querer volver a utilizar la ayuda de la ciencia para lograr un embarazo tendríamos que sopesar hacerlo a través de una clínica privada cosa que, por desgracia, no entra en nuestras opciones financieras actualmente.

El resultado de todo esto es el que es y que ya sabíamos cuando me quedé embarazada por primera vez, una hija, ella y ninguno más al menos por el momento. Y aunque la felicidad con ella es plena y en ocasiones solemos pensar que tener otro hijo podría ser un caos auténtico también lamentamos el hecho de que ella, siendo tan dicharachera y sociable como es, no pueda criarse de la mano de un hermano o una hermana.

El menosprecio a ese sentimiento de impotencia al no poder quedarme embarazada de forma natural es total y absoluto. La gente suele aferrarse al hecho de que no debería sentirlo tanto cuando al fin y al cabo ya tengo una ¿qué mas quiero? Y sí, tengo una hija y en esto no se equivocan, pero continúo viviendo con ese pesar por no poder decidir tener o no más hijos. Nuestros cuerpos han elegido y esto es lo que hay.

Por otro lado se encuentran todas esas personas que no conocen la historia al completo y miran a mi hija para después preguntar para cuándo un hermanito.

‘¿En serio vais a dejar que se críe sola? Pues vaya pena, además vosotros, que habéis crecido con hermanos y hermanas alrededor…’

Por favor señores, no opinen de lo que no saben, no supongan si no tienen ni idea de lo hay detrás, dejen de intentar organizar la vida de la gente como si todos tuviésemos que vivir el mismo tipo de vida. Intento sonreír forzando el enseñar los dientes una vez más y no les espeto un corte porque por suerte tengo la educación que a ellos les falta.

Por muchos años que pasen la maternidad parece ser ese tema del que todo el mundo parece saber más que nosotras mismas. Subestimar los sentimientos de los demás o tildar de exageradas a aquellas que pasamos por una situación personal complicada es ya todo un clásico cuando hablamos de infertilidad. Como si todo tuviese una solución, como si el conformarse con lo que toca fuese tan sumamente sencillo. Y no lo es, duele y marca a partes iguales, y además lo hace de por vida.

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