Esta es una de esas historias que ahora cuentas cuando vas piripi con tus amigas y te ríes. Pero durante las 12 horas que duró este suplicio fui la persona más pequeñita de la tierra. Pasé muchísimo miedo y solo quería encogerme como si fuera una bola.

Era verano. Y las fiestas del pueblo, lo que implicaba alcohol, música y fiesta pijama en mi casa. Mi amiga y yo no nos perdíamos nunca ninguna verbena. Y ese año, en el que Blanca venía de una ruptura muy dolorosa, no podía ser bajo ningún concepto la excepción.

Llevábamos toda la semana esperando a que llegara el sábado. Además venía Panorama, nuestra orquesta favorita, y sabíamos que volvía al pueblo Antonio. Mi amor de verano de esos que dan para otro post.

Una hora antes de que empezara la orquesta nos juntamos con nuestro grupo de amigas de toda la vida y para cuando la música ya había empezado, nosotras llevábamos gritando un buen rato, estábamos ya en esa fase de exaltación del amor. Creo fuertemente que el alcohol nos toca alguna tecla interna que tenemos escondida por ahí por las entrañas, y eso nos sube el volumen y el amiguismo de manera desmedida.

Al acabar el primer pase, Blanca y yo fuimos a mear al meadero oficial de este tipo de fiestas. LOS MATORRALES. Durante el regreso, nos interceptaron unos Aloe Vera (así es como llama mi amiga a los niños mayores de edad a los que les sacamos al menos 5) y nos quedamos dando palique con ellos. Y aquí comenzó la odisea.

Cuando me quise dar cuenta, a eso de las 12 de la noche, Blanca ya no estaba hablando con nosotros. También faltaba un esqueje de los Aloe Vera, así que no me costó mucho sumar 2 y 2 y desearle buen polvo a mi amiga.

Cuando volví con nuestras amigas y les conté que Blanca se había hecho un aguas para liarse con un chaval, su reacción fue bastante diferente a la mía (supongo que aparte de inocente, soy un poco gilipollas). Ellas reaccionaron con bastante preocupación. Preocupación que se incrementó cuando llegaron las 4 de la mañana y a Blanca no le llegaban los Whatsapp ni le entraban las llamadas de teléfono.

Cuando reaccioné a la situación fui a buscar al grupo de Aloes Vera por la fiesta. Imaginad qué nerviosa estaba que hasta me encontré a Antonio de bruces. El pobre se puso a darme palique, y yo le ignoré totalmente. Cuando se enteró de lo que pasaba, intentó tranquilizarme con alguna bromilla mala del tipo “anda, que seguro que ahora mismo la cara de Blanca no es tan de revenida como la tuya” y en seguida comenzó a ayudarme con la búsqueda.

Llegadas las 5, y al ver que Blanca no volvía, avisamos a la policía que vigilaba la fiesta. Nos dijeron que nos fuéramos para casa y que ellos no podrían hacer nada hasta pasadas las famosas 24 horas. Además, era mejor que fuera su familia quien formalizara la denuncia. Menudo palo. Lo primero que pensé fue que a ver quién era la lista que les explicaba que su hija se había ido a darse un gustazo (o eso esperábamos) y aún no había vuelto.

Antonio nos acompañó a mis amigas y a mi hasta mi casa, y allí nos quedamos en unos sacos de dormir tirados en el suelo. Algunas durmieron, otras buscaban fotos en las historias de Instagram a ver si encontraban pistas, y yo solo podía sentirme muy culpable por no haberme dado cuenta del momento en el que Blanca se había ido.

Afortunadamente, todo se quedó en un susto tremendo.

La muy perra llegó sobre las 11 de la mañana con pasteles para todos, feliz como una perdiz después de (efectivamente) echar un polvazo y preguntándonos entre descojones si alguna tenía bragas limpias porque había perdido las suyas.

Os podéis imaginar el cabreo (hipócrita yo) y todos los rapapolvos que le siguieron después. Lección aprendida. Aunque creo que también os podéis imaginar que ahora es tema recurrente en nuestras quedadas que nos garantiza risas mil.