Cuando la persona que más quieres es como el miembro mala leche del jurado de un concurso de talento.

 

Sin intención de aludir a ningún personaje… (guiño guiño), en serio, hay personas así, por mucho que las queramos. Que al señor de las gafas de sol que sale en Telecinco también habrá quien le quiera, y no por eso vamos a negar que es como es.

Desde que nací, tuve sobre mí la responsabilidad/carga de ser una persona excelente en todo, de no defraudar a mi familia, o más bien, a mi tía. Criada por ella, una mujer maravillosa que había tomado muy malas decisiones en el terreno sentimental, y que en gran parte por ello tenía unas expectativas muy altas sobre cómo yo debía ser en un futuro, crecí con el listón puesto en ser la mejor estudiante, la niña mejor portada, el angelito de la familia, la que estudiaría una carrera importante, la que llegaría virgen al matrimonio…

Jolín, cuando lo pienso… si suena demasiado ahora, imaginaos lo que era para una niña.

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Mi tía me quiere, siempre me ha querido muchísimo, de eso no tengo duda; de hecho, siempre me sentí muy arropada, cuidada y protegida por mi familia, que curiosamente estuvo conformada en su totalidad por mujeres. Fue maravilloso crecer con tanto poder femenino alrededor, con tanta contención y enseñanzas, sobre todo tratándose de las mujeres fuertes y valientes de las que se trataba, pero mi tía en concreto siempre tuvo mucho miedo de que yo repitiese su historia y terminase dedicándole mi vida entera a un hombre ausente.

Me recuerdo siendo aun muy pequeña y escucharle decirme que yo tenía que casarme y que jamás de los jamases se me fuese siquiera a ocurrir enamorarme de la persona equivocada como lo había hecho ella. Y no sé si yo, con aquella edad, entendía realmente a profundidad el significado de aquella advertencia, pero lo que si sé es que, la entendiese o no, la interioricé, porque el miedo al sexo prematrimonial jamás me abandonó y de hecho me hizo casarme sin reflexionar mucho al respecto, quizás porque el matrimonio era algo con lo que yo quería cumplir a toda costa.

Sin embargo, a pesar de que en casi cada curso yo era la que obtenía la medalla a la más disciplinada, a la mejor estudiante y todas las demás que hubiera, a pesar de que jamás volví a casa a la mañana siguiente después de una noche de fiesta (básicamente porque tampoco salía de fiesta), y a pesar de que me casé “como Dios manda” y como mi tía quería, siendo más virgen que la virgen, nada de eso ha sido nunca suficiente para ella.

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Porque para ella, yo era la mejor estudiante, sí, pero era sobre todo una altanera respondona; no le daba dolores de cabeza, pero pesaba más el hecho de que era una holgazana que no ayudaba con los quehaceres; me casé, salió mal y tuve el valor de divorciarme, pero es que seguramente mi ex no era tan malo, y pobrecito… Y así.

Con lo cual se ha convertido no en mi enemiga, porque yo sé que ella jamás me querría ver caer, pero sí en ese miembro mala leche del jurado de un concurso de talento que está puesto ahí precisamente para bajarte los humos, para buscarte el punto débil pasando por alto todo lo increíble que lo has hecho en líneas generales, para pincharte el globo, para exigirte más y más cada vez, para ponerte esa cara que no terminas de pillar y que no sabes bien si es de aprobación o de “¿Cómo no te da vergüenza presentarnos esta mierda hoy?”

Y jode, por supuesto, porque no es sólo mi tía sino sobre todo la persona que me crió y yo la amo con toda mi alma, por lo que su opinión sobre mí, aun cuando con el paso del tiempo he aprendido a tomármela con filosofía y una cervecita, me importa.

En cualquier caso, no me gustaría dejarla en estas líneas como la mala malísima, eso jamás, sino como una persona que necesita sanar para que además el amor tan inmenso que tiene para ofrecer, sea sano también. Todos tenemos cosas que arreglar, heridas que sanar, aunque algunos lo gestionemos de un modo y otros de otro. Pero si de algo puede servirte esto a ti que estás leyendo esto, espero que sea para que no dejes que la opinión ni las expectativas de alguien, por mucho que le quieras, definan tu vida ni marquen tu camino, porque nadie más que tú debe decidir eso, y tienes derecho a equivocarte.

 

Lady Sparrow