La NBC anuncia en su web el casting para la nueva temporada de su programaThe biggest loser (El mayor perdedor). La cadena busca matrimonios, padres/hijos, hermanos, amigos o compañeros de trabajo dispuestos a cambiar sus vidas, con más de 80 libras por perder (unos 37 kilos) y competir por un premio de 250.000 dólares.
El antes y después que se muestra en estas imágenes de dos de los concursantes de la última edición parece un cambio maravilloso, en el que las bondades de la imagen actual supera con creces las del antiguo «yo». Por supuesto, el «antes» muestra caras de esfuerzo en pleno ejercicio y ropa deportiva holgada –que bien sabemos que es poco favorecedora en general–, mientras que el «después», superpuesto sobre la otra imagen, muestra sonrisas y una pose más decorosa, con ropas deportivas pero ajustadas.
Vivimos en una sociedad tan obsesionada con la delgadez y cualquier cambio que suponga perder peso se vive, se alaba y se celebra como un triunfo. Hartas estamos aquí de que se nos critique por hacer apología de la gordura y porque se nos ocurre estar gordas y felices… ¡¿cómo es posible?! Sin embargo, tras la aparente felicidad absoluta de adelgazar, existen consecuencias que la mayoría desconoce.
Cuando las ropas caen, el espectáculo es diferente
Sea cual sea la razón por la que una persona decide perder peso, hay que controlar aspectos nutricionales, médicos y psicológicos, especialmente cuando esa bajada es importante. Comer equilibradamente y hacer ejercicio son aspectos positivos de un cambio de vida que puede llevarnos a perder peso. Si se partía de una vida muy sedentaria, enseguida se nota una mejoría en niveles de colesterol, tensión arterial, glucemia, etcétera. Una reducción de grasas saturadas consumidas también ayuda en la mejora de estos marcadores.
Sin embargo, la flacidez, el descolgamiento y un sobrante de piel es la cara negativa de la misma moneda. Asumir esos cambios en el cuerpo no es fácil y puede dañar nuestra autoestima. Nadie te prepara para enfrentarte a esto porque nadie lo cuenta. Se oculta. Y no tiene solución, salvo la cirugía.
Julia Kozerski es una artista y fotógrafa estadounidense. A los 25 años decidió cambiar su alimentación y hacer ejercicio para adelgazar, y logró quedarse en la mitad de su peso, que rondaba los 150 kilos. A través de una serie de autorretratos, muestra las caras del éxito de su pérdida de peso en la colección Changing room (El probador).
Verse tan diferente –la mitad de lo que eras antes– no resulta fácil. Pero hay más: bajo las ropas, el cuerpo no tiene donde esconder los restos de piel ni las marcas. Julia recogió este proceso, de forma paralela al Changing room, y llamó a este proyecto Half (La mitad). Son imágenes brutales, reales física y emocionalmente.
Más valientes que muestran sus cuerpos
No es la única que se ha atrevido a mostrar la realidad de perder peso. Brooke Birmingham perdió 78 kilos y lo contó en su blog: Brooke: Not on a diet. Una revista se hizo eco de su historia pero no quiso publicar una foto de Brooke en bikini, donde mostraba un abdomen con sobrante de piel. Ella se sintió ofendida porque la revista contaba quisiera esconder su cuerpo y, con él, una parte de la realidad.
Y el último caso que he visto, el de Matt Diaz, que muestra por primera vez su cuerpo desnudo tras la pérdida de la mitad de su peso: unos 120 kilos. Siente miedo del rechazo, del qué dirán, pero cree que es importante mostrarse tal y como es para aceptarse a sí mismo.
Y ahora el debate está servido de nuevo: ¿es honesto promocionar las grandes pérdidas de peso sin mostrar las consecuencias? Y en las consecuencias incluyo la evidente deformidad física pero también el sudor del esfuerzo para mantener esa bajada de peso y las lágrimas del sufrimiento psicológico o emocional.