A lo largo de nuestra vida pasamos por muchísimas etapas, por muchísimos baches, por muchísimos momentos que desearíamos ahorrarnos, evitar o directamente ignorar. Pero no por ello son menos verdaderos, menos reales, menos necesarios.

Cuando tenemos un enfrentamiento con una persona a la que queremos nos duele el alma y el corazón, es muy duro tener discusiones, conversaciones, peleas o debates con personas que formar parte de nuestra vida, pero hay veces que no hay más remedio. Sin embargo, creo de verdad que esas guerras no son tan difíciles de librar como las que se suceden de puertas para adentro.

Si tenemos problemas con algo o con alguien, ya sea trabajo, familia o amigos se acaban resolviendo, de forma más o menos dramática, pero siempre acaban. Sin embargo, cuando la lucha está siendo de nosotras hacia nosotras mismas ahí es cuando corremos verdadero peligro.

Todas hemos pasado por momentos en los que nos odiamos, en los que no nos soportamos y realmente sentimos que tenemos dos partes distintas en nuestro interior atacándose y defendiéndose todo el rato. Te juzgas, te hablas, no te escuchas y no te comprendes. Constantemente, sin cesar, no hay ni un solo respiro a lo largo del día.

Esos días te encantaría poder apagarte, poder abandonar tu cuerpo y tu cabeza, poder salir de ti misma y dejar de pensar. Pero querida, esa no es la solución. La solución es aprender a convivir con las dos partes, aprender a amarlas, aprender a no enfrentarlas, aprender a quererlas a ambas y llegar a un punto en el que dejen de ser dos y las conviertas en una sola.

Porque, ¡sorpresa!, las dos partes son tú, tú no eres dos personas, tú eres todo lo que tienes, lo bueno y lo malo, las luces y las sombras, los blancos, los negros y los grises. Tienes que ser conscientes de que todas las personas tenemos mundo interior, todas tenemos peleas y batallas, todas luchamos por ser mejores, pero también todas intentamos no perdernos por el camino.

Creernos que todo lo que tenemos es bueno, es bonito y es perfecto es un error de principiante. Aquí nadie está libre de pecado, aquí todos tenemos oscuridad y bendita sea, porque ella es la encargada de hacernos brillar más.

Tenemos que aprender a querer nuestros defectos, nuestras inseguridades, nuestras ‘partes malas’, solo así seremos capaces de querernos enteras, de dejarnos ser nosotras mismas, de ser conscientes de todo lo que tenemos dentro. Hay que parar de compararnos, de pensar que tenemos dos bandos, de enfrentarnos con nuestras propias ideas, preferencias y sentimientos.

Hay que tener la capacidad de amarnos en los peores momentos, en las épocas más difíciles, en las situaciones en las que absolutamente nadie sea capaz de enseñarnos amor.

Quiérete bonito hasta cuando estés fea, por dentro o por fuera, será la única manera de que poder ser tú misma.