Soy una loca de las navidades, no me escondo. María Carey cantando el ‘It’s tiiiiiiiiiiiiime!’ ese suyo es mi animal espiritual. Soy de las que compra Suchard en cuanto lo ponen en el lineal del súper, aunque aún estemos a cuarenta grados. De las que decora la casa el 1 de diciembre, como muy tarde. De las que tiene jerseys navideños para toda la familia y se lleva a la oficina una taza navideña diferente cada temporada. Ah, y de las que pone un villancico de tono de llamada y una peli navideña cada viernes y víspera de festivo de diciembre a enero. Adoro la navidad desde que recuerdo, pero nunca me gustó tanto como desde que tuve hijos y pude vivirlas con ellos.

Qué maravilla ver la ilusión en sus caritas. Ese primer paseo para ver el alumbrado cuando eran bebés. La primera cabalgata, la primera vez que entregaron una carta escrita por ellos al paje de los Reyes Magos. Las mañanas del seis de enero… Es que es la mejor época del año. O lo era. Porque desde que mis hijos han alcanzado la preadolescencia… ya no es lo mismo, ni de lejos.

Y quiero llorar. Ojalá tener una máquina del tiempo para poder volver atrás todos los años por estas fechas y luego darle de nuevo para adelante y continuar con nuestras vidas en el año nuevo.

Sé que parece exagerado, pero sufro. Estoy sufriendo con esto de volver a cuando las navidades solo me importaban a mí. Qué coño, para mí esto es como un duelo. Las navidades como las conocía y como han sido más inolvidables y perfectas que nunca, han muerto para mí.

¿Por qué nadie me avisó de que las pasadas iban a ser las últimas navidades con ilusión? No lo vi venir. Pequé de ingenua. Pensé que el pequeño, que siempre ha sido más inocente que la media a su edad, me duraría al menos una más. Pero no, no ha habido suerte. Creo que ni siquiera se trata de que se lo haya cascado alguien, ha caído él solito. Y entre él, su hermano el que ya solo quiere jugar a la consola y andar con el móvil, y el grinch de su padre, pues aquí estoy, escuchando a Mariah Carey a todo volumen mientras pongo el árbol con la vista nublada por las lágrimas.

Que no, que llorar no lloro, es broma. Pero es cierto que estoy triste y afligida por las navidades que ya no volveré a tener. Menos mal que me quedan los recuerdos. Menos mal que tengo miles de fotos y vídeos con los que sobrevivir a base de pildoritas de nostalgia. Me consuelo con todos esos momentos navideños que viví en familia. Con mis niños pequeños y felices poniendo las figuritas del nacimiento en cualquier sitio menos en el que yo las habría puesto. Con aquellas tardes de locos recorriéndome las tiendas de la ciudad para encontrar ese juguete que añadían a la carta a última hora. Ay, qué bonito verlos abrir los regalos y gritar todos contentos que a Papá Noel le había dado tiempo.

Ahora que ya nadie cree en la magia volveremos a poner debajo del árbol ropa y ‘Vale por…’. Ya nadie se levantará a las siete y media de la mañana para ver qué le han traído los Reyes. Bueno, pues no podrán conmigo, yo seguiré siendo la loca de la Navidad. A ver si hay suerte y en el futuro tengo nietos que me permitan recuperar alguna como las que tanto amé.

 

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