Hola, mi novia y yo queremos contaros esta historia de cómo acabamos allanando los pisos de todo el vecindario.

La cosa empezó un sábado gris de invierno, poco antes de la hora de comer. Estábamos en casa besándonos, acariciándonos y mordisqueándonos. Yo estaba más caliente que la espalda de un guiri en Benidorm cuando oímos como los vecinos de arriba cerraban de un portazo la entrada de su casa. Mientras bajaban las escaleras, miré a mi novia y le dije, desafiante: – ¿Te gustaría hacerlo en casa de los vecinos? – Ella se lo tomó a broma al principio y me siguió el rollo sin creérselo: – Claro… vamos a hacerlo – dijo antes de besarme. Yo insistí con la mirada: – ¿Lo dices en serio? –  -Totalmente- añadí.

Ella cogió las ganzúas que guarda en la habitación (es cerrajera), me agarró de la mano sin mediar palabra y cuando oímos el portal del edificio cerrarse (vivimos en un primero) nos aventuramos escaleras arriba entre risas. Abrió la puerta de seguridad a la primera con un movimiento rápido de sus manos hábiles y ver con qué facilidad realizaba la tarea para seguirme el juego en mi fantasía me hizo ponerme más cachonda.

Entramos en un piso que no conocíamos, buscando interruptores (a pesar de no ser de noche, el día, como dije, era bastante gris y aquello estaba en penumbra). Recorrimos sigilosamente toda la casa y finalmente nos acostamos en el sofá de la sala.

Cuando llevábamos media hora follando y yo estaba que no podía más, sonaron las dos de la tarde en un reloj antiguo que había en esa estancia. Nuestros vecinos eran muy rutinarios y siempre volvían a esa hora a casa para comer, pero parecía que se retrasaban un poco, lo cual nos dio una ventaja. Mi novia me miró y me dijo, susurrando:

  • Tenemos que darnos prisa, a ver quién consigue que la otra se corra primero… –

Como era de esperar, acabé corriéndome yo y, a los pocos minutos, mi novia. Salimos medio en pelotas del piso, y bajamos las escaleras mientras nos terminábamos de vestir, conteniendo la respiración, cuando oímos el portal.

Mi novia sacó las llaves de nuestra casa mientras oíamos sus voces en la entrada. Entre risas y prisas se le cayeron al suelo y los vecinos empezaron a subir las escaleras. Con la tensión y excitación que aún quedaba, incluso las manos de mi novia ya no eran tan hábiles. Finalmente conseguimos entrar y cerrar la puerta sigilosamente tras nosotras cuando estaban a punto de vernos.

Follar en casa de los vecinos se convirtió en una fantasía que practicábamos de vez en cuando. Era nuestra pequeña travesura, nuestra forma de transgredir las normas.

Cada vez nos fuimos volviendo más osadas: nos llevábamos juguetes sexuales, lencería, lubricantes… un día, con las prisas, cometimos el error de dejarnos el preservativo de un dildo en el sofá.

Los vecinos empezaron a investigar y comentaron en el vecindario, escandalizados, que alguien se había colado en su casa para hacerlo. Le echaron la culpa al hecho de que había obras y a veces los trabajadores dejaban la puerta abierta. Empezaron las pesquisas y nosotras empezamos también a entrar en los pisos de los demás vecinos. Nos aficionamos a dejar alguna prueba para que supieran que alguien había entrado. Sentíamos que conquistábamos el edificio a base de polvos y nos hacía sentir invencibles.

Cuando los vecinos comentaban cada vez con más frecuencia el problema de los allanamientos sexuales, preocupados, nosotras decíamos que también habían entrado en nuestra casa para no levantar sospechas.

Acabó habiendo una junta de vecinos digna de Aquí no hay quién viva, donde todos se escandalizaron y empezaron a culparse unos a otros: el fumeta del 3ºB, la hija adolescente de los del 5ºD… nosotras seguimos nuestra estrategia y volvimos a fusionarnos con el resto, fingiendo indignación. 

La junta no llevó a ninguna conclusión y nosotras seguimos follando en casa de los vecinos el tiempo y las veces que quisimos, hasta que nos cansamos y pasamos a otras fantasías. Nunca nadie nos pilló. Aún hoy lo comentamos y nos reímos al recordar nuestra aventura quebrantando la ley.

Gordillera