Lo dejé porque olía a atún

Si algo bueno tuvo el confinamiento fue ese florecimiento del amor epistolar, ese slow love, o dicho de otra manera, ese aguantarnos las ganas y conformarse con chatear con la persona que te molaba porque no te quedaba otra, chata. Con la desescalada, algunos de esos incipientes amoríos se pudieron materializar y así fue cómo conocí a Iván, posteriormente apodado: Iván Atún.

Iván era deportista. Mucho. Y cuando empezamos a hablar por Tinder resultó que estaba de capa caída porque no podía ir al CrossFit y tenía una pena muy grande encima, nivel, comprar garrafas de agua de cinco litros para practicar en casa y esas movidas. No sé si fueron las restricciones, pero su monotema fue perdiendo fuelle y le dio por hablarme de otras cosas interesantísimas: las series que le gustaban, su amor por los animales, sus inquietudes, sus complejos… vamos lo que viene siendo conocer a una persona. Lo cierto es que me estaba encantando, pero claro, necesitaba conocerlo en vivo y en directo para no crearme falsas esperanzas. Al fin y al cabo, nunca sabes por dónde le va a salir una tara a alguien. 

Por fin quedamos y todo genial. Superó con creces mis expectativas y, al parecer, yo las suyas también, por lo que seguimos quedando. La primera etapa de la relación transcurrió de sobresaliente. Pero claro, con la nueva normalidad se fueron perdiendo restricciones y aquí mi amigo retomó el gimnasio. No era el sitio donde solía entrenar ni era exactamente lo mismo, pero bueno, que se puso enserio otra vez. Eso no me suponía ningún problema, es decir, que estaba bien que se cuidara y si encima se le marcaban los abdominales eso que me llevaba. El problema eran las consecuencias de aquello.

Para empezar, llevaba un plan muy estricto de comidas. Ya sé que este es un tema delicado y que no era quién para entrometerme, pero a veces me superaba. Sobre todo porque yo entendía que era importante para él y no lo presionaba para hacer las mismas comidas ni me molestaba si no quería probar si quiera algo que yo hubiera cocinado, sino porque era demasiado cuadriculado con los horarios, las calorías, los déficits y la madre que los parió a todos. 

¿Exagero si digo que se negaba a ir al cine porque en mitad de la peli le iba a tocar comer y no se podía llevar un táper? ¿Exagero si después de echar un polvo se iba a la despensa a por una lata de atún? Sí, una lata de atún a palo seco, que más que un novio parecía que hubiera recogido a un gato de la calle.

Pero no era solo eso. Su vida también empezó a quedar condicionada por la ropa. Me explico. Los gimnasios empezaron a abrir, pero con sus correspondientes medidas de seguridad, así que las duchas no estaban habilitadas, al menos en el gimnasio al que iba Iván. Esto se tradujo en que se iba con la ropa de entrenar puesta y, cuando terminaba, se ponía ropa limpia por no volverse sudado. Hasta ahí suena lógico. Lo que no lo es tanto es alegar que “ya te ducharás” porque te da pereza y quedarte con todo el olor a sobaco. Por no hablar de que también era perro para echar la ropa a lavar y se quedaba todo el olor reconcentrado en la bolsa de deporte.

Y eso no era todo. ¿Adivináis cuál era su alimento estrella después del entrenamiento? Pues bien, si no podía echar la lata de atún en ese momento en una papelera, la guardaba en una bolsa de plástico junto a la ropa sucia porque, total, “ya se lavará”, así que se creaba un ecosistema muy raro de peste a atún, sudor, pies… un horror.

¿Era el olor un motivo para dejarlo? Pues a ver, era un cúmulo de circunstancias. Lo que me fastidiaba realmente era que no diera nunca su brazo a torcer, que toda su vida girase en torno a su obsesión de entrenar e ingerir X calorías diarias y que yo, en toda esa vorágine, había pasado a un segundo plano. Vamos, que sentía que se había refugiado en mí el tiempo que estuvo decaído por no entrenar y yo no soy el pañuelito de lágrimas de nadie. Así que lo dejé, y cuando alguien me preguntaba por él y no tenía ganas de dar explicaciones les decía: “Olía a atún”. 

No solían pedirme más detalles.

 

Ele Mandarina