Se acaba el verano y septiembre nos trae la vuelta a la rutina. Huele a cosas súper chulas de papelería, se acortan los días, vuelven las temporadas de la tele que han hecho el parón estival… Vamos, que empieza el año. Porque no nos engañemos, el año para muchos empieza ahora. Somos muchos los que decimos que septiembre es nuestro mes de empezar, y cada día el de más gente.

En mi caso, también volvían las clases colectivas en el gimnasio. Mi noveno primer día de gimnasio fue allá por abril, y entonces tenía solo una razón de peso para volver: el zumba. Aquel nuevo primer día fue relativamente bueno, la sorpresa ha sido volver en septiembre. Entonces volvía después de unos años de no pisar el gimnasio, con muchas ganas y muchas camisetas fosforitas que estaban olvidadas en el armario. En su momento me encantaba, hasta me llegué a aprender algún baile y dejé de parecer un pato mareao. Así que se puede hacer el chiste: echaba de menos zumbar. Ahora, volvía después de un cambio de horario en las clases por el verano, que no me iba bien. Por eso el rollo que he soltado antes de las temporadas de la tele.

Llevamos unos años oyendo hablar del deporte este pero por si acaso, para los que no lo sepan, aquí una descripción rápida. Te ponen una música y la monitora se mueve al ritmo que ya querría cualquiera tener esa energía un rato al día. Mueves el culo, mueves la cintura, mueves la tibia y el peroné. Sales endorfínica perdida después de darlo todo con canciones que igual no te gustan fuera de ahí. Básicamente se trata de bailar siguiendo a la profe. Y hasta ahí todo bien. Ahora, una cosa son las expectativas y otra la cruel e implacable realidad. 

Esto es como montar en bici, te dices. No vas a notar el parón. Tú vas a seguir a la monitora, te vas a adelantar a sus movimientos. Te da igual que te pongan otra vez el “despacito”, “la gozadera” o “la macarena” porque tú lo vas a dar todo y te vas a mover que ni Beyoncé.

La pega es que por alguna razón, aunque tienes las mismas articulaciones que la profesora, no las mueves igual. Es más, no te mueves igual que nadie. No solo el cuerpo no te responde y más que Beyoncé eres un C3PO vestido de Decathlon; sino que además no sigues los pasos y vas más perdida que Travolta. La profe, que se da cuenta, se apiada de ti y se te pone al lado para repetir las cosas más despacio. Por si no estabas dando el cante lo suficiente. Y te dice:

-¡Ya lo tienes!

Y tú piensas “no, que va”. Pero asientes y sonríes mientras se te mete el sudor en los ojos y te falta el aire. 

La cosa no ha hecho más que empezar. Se acaba una canción y antes de que empiece la siguiente, la profe grita (grita, porque ahí la única que está ahogada eres tú) una orden que tú oyes a cámara lenta.

-¡POR PAREJAS!

Todo el mundo tiene una super amigui con la que hacer el indio juntas en este rato. Tú eres la que de tu pandi ha ido sola, porque nadie puede ir a la misma hora que tú. Total, que le toca a alguien bailar o cargar contigo. Ala, pues venga…

¿Habéis visto en Big Bang Theory cuando Amy y Sheldon van a no sé qué sitio para bailar bailes de salón? Pues de repente tu conversión en Amy es súper real. Y mira que mola Amy eh! pero igual no es el mejor momento para el cosplayer.

La clase se acaba con una canción que baja el ritmo, en la que se aprovecha para estirar; un aplauso y hasta la semana que viene. Te duele todo el cuerpo, sudas por todas partes (literalmente, todas) y puede que estés preguntándote quién te manda a ti meterte en ese fregao, con lo a gustito que estabas tú en  tu casa o en algún cacharrito de los del gimnasio, con tu música y a tu ritmo. 

La semana siguiente allí estás la primera con una sonrisa, porque pese a lo malo, te has enganchado. 

 

Laura López