Lo peor de ser pobre es tener vecinos

Si yo fuera rica, no me compraría un pisazo en el centro con vistas al skyline ni uno o varios yates. ¡Qué cutrez! Los ricos despilfarran como si tuvieran el don divino de estar en todos sitios al mismo tiempo, cuando su cuerpo es uno y su vida es finita. Pero hay algo que sí les envidio: la posibilidad de comprarse una mansión en una urbanización privada y no escuchar un alma en metros y metros a la redonda. 

Valoro mucho la tranquilidad.

Por eso vivo en una aldea del norte rodeada de monte, con su huertito y todo para sembrar (aunque lo que yo hago es recoger). Un sitio idílico de 10 o 20 casas que ni bar tiene, pero bien comunicado y a cinco minutos de todos los servicios que puedan cubrir las primeras necesidades. Pagando, además, un alquiler asequible en tiempos de inflación. 

Antes de que me preguntéis que dónde está ese sitio, os diré que no es tan perfecto. La casa donde vivo se reformó en su momento y se partió en dos, de manera que hay un apartamento arriba y otro abajo. Los gestiona una casera que es un amor, me invita a vermú los domingos en su jardín inmenso y, cuando le cuento algún problema que tengo en casa, tarda medio día en solucionarlo. En los cinco años que llevamos aquí, nunca nos ha subido el alquiler. 

 

Pero si el lugar no es perfecto es, precisamente, por la casa de abajo. Se ha convertido en un ir y venir de despropósitos, lo que también solivianta a mi pobre casera, que se pone de los nervios con tanto disgusto.

  • Cuando la fauna no está en el monte

Vivo en plena cordillera, pero no me hace falta echarme al monte para admirar curiosos espécimenes. La casa de abajo se ha convertido en la cueva de algunos de ellos, pero hay otros habitantes del pueblo también dignos de mención. No sé cómo un sitio tan pequeño puede dar tanto de sí. 

 

He tenido vecinos que dormían de día y paseaban de noche, blancos como vampiros y llevando en brazos a dos pequeños perros. No iría más allá de lo anecdótico, y cada uno hace lo que quiere con su vida, si no fuera porque se pasaban la noche entrando y saliendo de casa. Al hacerlo, golpeaban un portón viejo y enorme que hacía que se zamarrearan los cimientos de la casa, despertando a los vecinos y al mismísimo Satán en el infierno. Nunca supimos a qué se debía este ir y venir tan molesto en plena noche.

tener vecinos

He tenido una vecina que se obsesionó con la colonia de gatos semicallejeros. No porque la molestaran, porque incluso los alimentaba, pero inexplicablemente terminó lanzando restos de comida a la ventana de otra vecina para expresar su malestar. 

 

He tenido un vecino joven y prejubilado, sin aficiones ni responsabilidades, pero con una pensión de más de 2.000 euros y muchos vicios. Terminó con deudas que le impedían pagar el alquiler y estampando su quad en mitad de un camino rural cuando volvía a casa borracho. El pobre no era digno de ira, sino de preocupación por su integridad física y objeto de chismorreo. 

 

Los de ahora se llevan la palma. Vinieron el primerísimo primer día pidiendo la clave del wifi, antes incluso de presentarse, “pal chiquillo, sobrino de mi mujer, que está de visita”. Al otro día que lo acercáramos a la gasolinera a por un bidón de diésel. Al otro que necesitaba hacer una llamada de teléfono, y andan pidiendo cachitos de no sé qué y vasitos de no sé cuánto a los vecinos. Me causarían la empatía de una familia que pasa apuros económicos y necesita ayuda. Pero cuando hacen reuniones hasta las 4 de la mañana un día entre semana, con su cante y su baile incluidos, la empatía se convierte en odio visceral transitorio. Me hace maquinar todo tipo de venganzas que, afortunadamente, se disipan con los primeros rayos de sol de la mañana. 

  • Los vecinos, la lacra de este y de todos los tiempos

No hay que creerse mejor que nadie, pero de educación y respeto sí conviene presumir, a ver si esa personalidad se hace trendy y todo el mundo la copia. Ni yo ni mi pareja hemos causado molestias en los años que llevamos aquí, de eso estoy segura, y la relación con el resto de vecinos lo atestigua. Incluso con los más ruidosos. 

 

Si pertenecéis a este selecto club de vecinas ejemplares, os doy algunos consejos para lidiar con estos garbanzos negros del puchero de vuestra comunidad:

tener vecinos

  • Piensa en lo positivo. En mi caso, lo positivo es experimentar alivio cuando se van. Me dura poco, porque pronto llegan potenciales inquilinos interesados que me vuelven a poner los ovarios en el cuello del miedo. Pero el instante que dura bueno es. Además, me da material para escribir.
  • Haz sesiones de odio controlado. Reúnete con los otros vecinos “normales” y contad anécdotas. No pasa nada si se adornan un poquito, por el bien del relato y del buen rato, sin difamar a nadie. Acabas riéndote de la situación y quitándole importancia (ya se sabe que mal de muchos…), pero el odio tiene que ser controlado para no entrar en bucle y acabar sacando tus instintos más primarios con los vecinos molestos. 
  • Las pequeñas venganzas no están mal. La mañana siguiente de una fiesta, es la ideal para hacer litros y litros de salmorejo con la batidora a toda pastilla. Fue lo que hizo mi novio el otro día. Era la una y media de la tarde, pero él sintió que se estaba vengando. Fijáos qué malote, que le faltó el pasamontañas. También vale empezar a limpiar a las 9 h con la música a todo volumen y escoger el género que creas que les sienta peor.  

 

Nótese la ironía del post, aunque también mi malestar. A todas las que me entienden, un fuerte abrazo. 

 

Anónimo