Sufrir vaginismo en primera persona

 

No me gusta hablar del concepto “perder la virginidad” ni mucho menos simplificarlo al acto de penetración, pero es necesario que empiece mi experiencia por ahí. Empecé a “perder la virginidad” en julio y concluí en septiembre. ¿Cómo es eso? Dolor, mucho dolor. Mucho llanto. Frustración. Encontré en mi pareja muchísima comprensión. No pude tener mejor compañero. No fue el primero con el que lo intenté, pero sí el único capaz de entender que el vaginismo me condicionaba mi sexualidad y mi estado anímico.

Probando desde lubricantes a meditación

Con mi primer novio estuve 6 años sin lograr mantener relaciones sexuales con penetración. Incapaz. Probé de todo. Mil tipos de lubricantes, técnicas de relajación, ejercicios de suelo pélvico que incluían dilatadores… Y nada. 

La relación fracasó y empecé con otro chico que me transmitió tanta paz que olvidé todo y me dejé llevar. Costó muchísimo, pero lo logré. Lloré, pero de alegría. Juro que sentí que “alivio” por quitarme ese peso de encima. Lo veía así. Un “peso”, una obligación, un paso que tenía que dar y que lejos quedaba de disfrutar. 

Poco a poco, fue cambiando. Empecé a disfrutar del sexo, pero acudir al médico es, todavía a día de hoy, mi asignatura pendiente. 

vaginismo

Visitas al ginecólogo imposibles

Una revisión. Una “simple” revisión. Vaginismo. Dolor. Mucho dolor. En una ocasión llegué a patear a mi ginecólogo por insistir en que era “un segundito”. “Un segundito” que a mí se me tradujo en horas. Tuve problemas para embarazarme, así que recurrí a tratamientos que solo aumentaban mi frustración, mi agonía y el dolor. 

Padezco de endometriosis, por lo que necesité de multitud de pruebas ginecológicas para confirmar el diagnóstico. Falta de aire, llanto, ansiedad… en todas y cada una de ellas. 

El espéculo contra la pared 

Me quedé embarazada de manera natural. Una gestación de alto riesgo, cargada de controles y de más dolor. 

Rompí la bolsa a un mes de mi fecha probable de parto y tuve una pérdida significativa de líquido amniótico. En pleno shock y en proceso de asimilar que estaba de parto más de cuatro semanas antes de lo espero, no sé para qué diablos la ginecóloga me introdujo el espéculo en la vagina. Acabó estrellado contra la pared. Lo lancé como mísil. Y, desde entonces, no permití más tactos ni que nadie se asomase por los bajos. Me dolía más un tacto por el vaginismo que las contracciones del parto. 

Lo que he tenido que escuchar

“Ya será para menos”. “Eres una exagerada, no debe doler tanto”. “Pobre tu novio, no podrás hacerlo”. “Eso te lo arreglo yo con cuatro polvos”. Estos son algunos de los comentarios que he escuchado a lo largo de mi vida, que incluyen incluso profesionales sanitarios. Solo se interesó en explicarme el término una matrona de la Seguridad Social que vivió mi sufrimiento como propio. Siempre se mostró dispuesta a ayudar, cuando yo estuviese preparada para ello. 

En cuanto a parejas sexuales que he tenido a lo largo de mi vida, me han tomado por “loca” o han asumido el rol de “superhéroes”, creyéndose que con su mágica polla podrían acabar con mi vaginismo. Gira mucha ignorancia en torno a este tema, cuyos mitos solo consiguen frustrar aún más a quien padece esta patología. 

El dolor no es normal. Si crees que puedes sufrir de vaginismo, consulta a un especialista. Si el especialista te toma por el pito del sereno, cambia de especialista; pero no te rindas. Se sale. Se disfruta. Y se pare. 

 

Anónimo