Hay gente a la que le ponen los cuerpos mazados, las barbas, los pies, la mentalidad, la inteligencia. Otros prefieren las curvas, los hoyuelos, los labios o los michelines, entre otras cosas. A mí lo que pone es la voz.

Podéis llamarme rara, pero juraría que no estoy sola en este mundo. ¿Es un fetiche? Pues puede ser, no te lo voy a negar; aunque yo prefiero llamarlo gusto, preferencia o diversidad.

Me enamoro de las voces y me ponen cachonda las voces. Están conectadas automáticamente con mi clítoris. Puedo saber si un hombre me va a hacer disfrutar del mejor de mis orgasmos en cuanto le oigo hablar. Una que es medio bruja o que sabe lo que le pone contenta.

¿Pero y si luego es un cero a la izquierda en la cama? Pues se han dado casos en los que no hay remedio, pero por norma general, me pone mucho más un señor gimiendo que una polla descomunal. Podría correrme solo con escuchar como disfruta la otra persona, disfruto del estímulo sonoro mucho más que del visual; en pareja y en soledad. Sí, en soledad, porque no siempre tenemos a disposición de una a un señor que nos moje las bragas y hay que buscarse los recursos. Prefiero un buen audio, cerrar los ojos y dejarme llevar que mil videos caseros de porno amateur.

Que me susurren, que se desgarren por dentro de placer, que su cuerpo choque contra al mío al ritmo de sus bramidos enérgicos; que contenga la respiración para terminar en un estallido sonoro digno del mejor de los orgasmos, un bufido de explosión, de clímax, de relax.

Photo by Matheus Ferrero on Unsplash
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Y disfrutar del silencio, de la calma del después, de ese vacío acústico cuando todo ha terminado. Y no tenerle miedo, si no ganas.

Dicen que tenemos cinco sentidos, a mi hay días que solo me harían falta dos: el tacto y el oído. Y dejarme fluir, dejarnos fluir. Sentirnos rítmicamente y acabar susurrándonos entre los labios que este polvo ha sido la hostia.

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