Vivo en el extranjero desde hace ya 7 años, en una ciudad europea de esas en las que a los españoles nos encanta quejarnos del frío y la lluvia. Esta ciudad me ha dado millones de cosas buenas y me ha hecho muy feliz en muchos aspectos, pero si hay una cosa que no me ha dado, ha sido hombres decentes, con más de un tema de conversación, y dignos de admirar. Ni uno, hasta que apareció él, mi actual novio-casi-marido, al que conocí en una app tipo Tinder, llamada Bumble

La diferencia con Bumble – fundada por mujeres- es que después de hacer match, solo la mujer puede desbloquear la conversación, en un máximo de 24h. Si en esas 24h, ella no inicia la conversación, el match se deshace para siempre y pierdes la oportunidad.

Yo nunca había estado cerrada a este tipo de apps para encontrar el amor, pero venía tan escarmentada por lo que me había encontrado “en el mundo real” que pensaba -tonta de mí- que en las apps sería incluso peor. Me daba infinita pereza ponerme a pasar el dedo hacia la derecha o la izquierda, y ni os cuento lo que me costaba iniciar una conversación para que no se perdiese esa ocasión. Quedar, solo quedé con uno, y me aburrí infinito. 

Sí, reconozco que no tenía la mejor de las actitudes, pero por suerte toda esta tortura del ligoteo online duró poco. No llevaba ni 15 días usando la app, cuando apareció él: su nombre, edad, una descripción – “me gustan los viajes improvisados”- y cuatro fotos mal hechas que, ahora sé, no le hacen nada de justicia. Y, sin embargo, ese poquito fue suficiente para que yo abriera mucho los ojos y dijera “Uuuuh, ¡este sí!”. 

El match tardó segundos en llegar y, sorprendiéndome mucho a mí misma, le abrí la conversación enseguida. ¿Dónde estaba aquella persona que tenía que ponerse el recordatorio en el móvil para que le avisase de que las 24h estaban a punto de caducar? La conversación fluyó desde el momento en que le abrí el chat, y el resto de las quedadas pendientes y conversaciones a medias cayeron en un inevitable tercer plano. 

Si la primera impresión había sido buena, iba a flipar por lo que había detrás. Cada cosa que descubría de él era mejor que la anterior, y cuando quedamos pocos días después, pasamos desde las 7 de la tarde a la 1 de la mañana hablando con una cerveza de por medio sin parar de sonreír con los ojos. Creo que me volví a casa sabiendo que ya podía borrar la app.

Dos años después de aquella cita, estamos muy enamorados, viviendo y teletrabajando juntos en un estudio de 30m², moviendo los papeles para poder casarnos cuanto antes y planeando vivir en España. No ha habido, hasta el día de hoy, ningún tipo de drama ni de dudas por parte de ninguno de los dos; solo felicidad a raudales y mucha sintonía. 

Me mata de felicidad recordar esos primeros días y lo claro que lo tuve desde el principio, y cómo, con el paso del tiempo, esa certeza no ha hecho sino afianzarse. Ahora sí, puedo decirlo, los flechazos en las apps de ligoteo existen, y las historias a veces salen muy muy bien.

 

Ale C.G.

 

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