Los tres peores polvos de mi vida
Todas tenemos experiencias sexuales que nos dejan marcadas para bien… o para mal. En mi caso, me he encontrado un poquito de todo y hoy me apetece compartir las que he considerado que han sido las peores en su conjunto: contexto, trato recibido, características y comportamiento del partenaire… en definitiva, de esas veces que en tu cabeza suena “Ojalá me lleve el diablo”.
El hombre tortuga
En mi cabeza ya lo apodé así porque tenía cierta obsesión por los jerséis de cuello alto. Tú te metías en su perfil de Instagram y en la mayoría de las fotos aparecía de esa guisa, que digo yo que sería muy friolero el muchacho, pero siendo de Sevilla me extrañó un poco. Llega a vivir en Soria y lo habría apodado El sherpa. En fin, que yo lo veía y me daba vibes de tortuga, pero obviamente eso era un mero detalle superficial e insignificante que para nada me iba a condicionar a tener una cita o a enrollarme con él, así que cuando se dio la ocasión acabamos en la cama y ahí ya… se me vino el mundo encima.
Entiendo que cada uno tiene su forma de expresar el placer y lo respeto, pero claro, yo también tengo mi forma de vivirlo y si, durante un misionero (bastante mediocre, además) me veo que el chico, que se mueve tirando a poco, empieza prontísimo a gemir de forma extraña me planteo si de verdad es algo subjetivo o es que de verdad folla raro.
Al principio pensé que se oía algo proveniente del patio de vecinos, porque yo oía un pitido propio de los juguetes de perro, un squishy de esos que lo aprietas y pita. Pero no. Era el hombre tortuga siendo AÚN MÁS TORTUGA. ¿Habéis visto el vídeo de YouTube las tortugas follando? Pues sonaba igual y además in crescendo, que lo oyera todo el bloque. La turtle session duró lo suficiente como para sentirme una muñeca hinchable, pero estaba tan desconcertada por el sonido que no fui capaz de reaccionar.
Cuando se corrió, se levantó y se vistió. Supongo que tendría muchísimo frío en el cuello. No se preocupó en que yo me corriera ni de hacerme sentir cómoda ni nada.
Don Limpio
Esta es fácil de deducir. Sí, era calvo, pero lo llevaba mal. Quiero decir, entiendo que le jodiera quedarse calvo tan joven, pero no lo asumía y por su forma de reaccionar ante cualquier mínima alusión, comprendí cuando estábamos en el lío, que me era muy difícil salir de la situación sin llevarme un rapapolvo de recuerdo. Y yo solo quería un polvo, a ver…
Sin rodeos: le sudaba mucho la calva. Pero en plan, que le chorreaba. Y claro, con ese calor de agosto y que se puso encima, me estaba poniendo fina. Como decía, no quería ni siquiera insinuárselo porque sospechaba que lo iba a cabrear, pero, por otro lado, empezó a entrarme el sudor en los ojos y me escocía, no veía nada… vamos que así no se podía disfrutar. Cuando me vio la expresión de la cara y comprendió lo que ocurría (no era tonto, sabía que le chorreaba la calva) se levantó bruscamente a por papel para limpiarse y empezó a despotricar muy ofendido. Yo no entendía muy bien qué estaba pasando, pero me vestí y salí de allí zumbando.
A día de hoy sigo sin entender por qué le ofendió si no le dije nada ni hice gestos, solo aguantar el escozor…
Encima de limpio tenía poco, que no solo le sudaba la calva, ¡olía a zorruno!
Los tres peores polvos de mi vida
Tarzán
Ni tenía melena ni lo crió una mona (que yo sepa), pero era monosilábico y se daba golpes en el pecho para hacerse el macho.
A mí me gustan las personas con más conversación, la verdad, pero era de esas veces que priorizas en otras cosas y bueno, por lo poco que lo conocía, no me pareció un machirulo narcisista a priori. Pero lo era.
Acabamos en su casa y me propuso hacerlo a cuatro delante del espejo. Era una habitación de matrimonio tipo casa de abuela: la cama grande con cabecero rococó, la lámpara de araña y, claro, no podía falta el mueble cajonera llámalo sinfonier, aparador, peinadora… con espejo que tenía toda la pinta de que María Antonieta se hubiera empolvado la nariz allí mismo.
Total, que le accedí porque sí es verdad que da morbo mirarse y si yo veía que no me molaba, siempre podía mirar para abajo o cerrar los ojos. Pues cometí el error de dejarlos abiertos y lo que vi me dejó el chocho seco como la mojama. El tío quería que nos pusiéramos para mirarse él, es decir, pude apreciar claramente como su mirada no se cruzaba con la mía en ningún momento, se ponía caritas sexis y morritos y, cuando cogió ritmo, se empezó a dar golpes con un mano en el pecho (la otra la tenía en mi cintura) haciendo sonidos guturales. Parecía una mezcla entre Vikingos y un partido de tenis.
Cuando se corrió los sonidos guturales se incrementaron, así como los golpetazos, que se levantaría con moratones en el pectoral al día siguiente porque se dio bien fuerte el jodío. Como habréis deducido a estas alturas, este también me dejó asqueada y a medias.