Hace poco fui al grupo de WhatsApp a largar sobre un tema que podemos considerar universal: las suegras. A la mía se le había ocurrido sumarse, junto con su marido, a uno de nuestros planes de fin de semana en pareja. Y, como a su querido hijo le dio apuro disuadirla, pese a aventurar mi reacción (es más fácil cabrearme a mí que a su madre), lo único que me quedó fue irme al grupo de amigas a rajar.
Dio la casualidad que, la tarde antes, una de mis amigas se había quejado de su mamá política en el mismo grupo. A ella le molesta que, siempre que va de visita a su casa, nunca deja que su bebé se duerma la siesta, y la cría se pone de un humor de perros. Y otra amiga, unos días atrás, nos había contado lo mucho que le molesta el trato distintivo que hace su suegra entre su hijo y el hijo de su cuñada.
Así que, tras esta ristra de despropósitos de suegras, se me ocurre cerrar el tema con una sentencia generalizante que nos haga sentir que estamos juntas en esto:
—Nada, ¿qué le vamos a hacer? Si no hay cosa más intensa y más pesada que una suegra.
Entonces llega mi amiga y suelta:
—Pues la mía no es así.
Todas en el grupo sabemos que su suegra es un ser de luz que la quiere como a una hija más, si es que eso es posible. Todas sabemos que su suegra le manda táperes, cuida a su crío cuando hace falta, no se mete en nada ni hace un solo comentario fuera de lugar. ¿¿¿Era aquel el momento de decirlo???
Me dio la sensación de que mi amiga me estaba “refregando” por la cara su idílica relación con su suegra. Simplemente, ella aprovechó la ocasión de sentirse superior al resto, o presumir de tener mejor situación. Eran demasiadas suposiciones las que yo estaba haciendo, así que le pregunté directamente:
—¿Cuál es tu intención al decir esto ahora?
Me explicó que le había parecido que yo generalizaba y se sintió en la obligación de decir que ella es una excepción a la norma. Como si ella fuera la defensora de las suegras del mundo.
No es una tontería tan tonta
Es una anécdota cotidiana que no tiene ninguna importancia y se olvidó al par de horas, pero me sirve para ilustrar el caso de ESAS amigas: las que se lo toman todo de manera literal y personal, y no son capaces de decir algo que a ti te anime en ese momento si eso no casa con la realidad que ella vive. Ella tiene que dar su opinión en todas las conversaciones porque la escucha activa no es una opción, aunque lo que diga ya lo haya contado mil veces y contradiga el consenso común o el sentir general del grupo en un tema determinado.
A ver, Puri, si eres una de esas, déjame decirte que no siempre tienes que ser tan sensata ni tan justa como tú te crees que eres. Tu amiga ha llegado cabreada con algo y lo ha contado en el grupo para desahogarse, posiblemente, para controlar el impulso animal de ponerle a su marido las maletas en la puerta.
Y tú, en ese pico de cabreo, en ese instante en el que solo tenías que leer a tu amiga y dejar que se pasara ese estado irracional en el que se ha sumido (y que ella sabe que era irracional), has decidido contradecirla. Y, al contradecirla con algo PERSONAL (no es que estuvieras desmontando un bulo, Puri) has “invalidado” lo que siente y la has cabreado más. ¿Te costaba algo esperar al día siguiente para enviar una foto de la comida que te ha mandado tu suegra y decir lo afortunada que te sientes, por ejemplo, neutralizando esa generalización que tanto te ha molestado? ¿Te costaba algo no poner NADA, Puri, si no era para mostrar empatía con TU AMIGA y no con SU SUEGRA o con la tuya?
Quizás también tenéis una amiga así y entendéis lo que quiero decir. Si no la tienes, es que eres tú. Si tú, la que siempre que lee en Weloversize testimonios de mujeres rajando de sus parejas dice: “Uy, pues qué suerte he tenido yo, porque mi marido no es así”. ¿Quieres una medalla o algo?
En fin, solo me estoy desahogando en este otro foro de “conocidas” virtuales. Para cuando lleguéis a vapulearme por infantil o algo similar, ya se me habrá pasado el cabreo.
Esse