Mi ex me dejó al enterarse de que me había quedado embarazada y fue lo mejor que pudo hacer

El muy capullo.

Ahora que han pasado años puedo contarlo con objetividad y desde el pleno conocimiento de que huir fue la decisión más acertada de todas las que se le debieron pasar por la cabeza. Para él y para nosotros.

En cambio, en su momento… Me hizo de todo menos gracia.

Llevábamos cerca de dos años juntos, pero no avanzábamos, nos habíamos quedado estancados en ese punto en el que formalizáis, lo dejáis u os quedáis en una dead zone muy delicada y peligrosa mientras os decidís por lo uno o lo otro.

Nosotros estábamos atascados en la zona muerta y ninguno de los dos daba muestras de querer ir más allá. Pero tampoco de querer bajarse de aquel vagón.

Lo que pasa es que eso lo comprendí después, cuando él ya no estaba y vi lo nuestro con perspectiva.

Mi embarazo fue una especie de milagro divino. Tomaba la píldora y casi nunca la olvidaba, sin embargo, se ve que en aquel ciclo alguna se me escapó. O simplemente falló, quién sabe.

Lo peor del caso es que fue él quien se dio cuenta de que estaba embarazada.

Notó cambios en mi cuerpo de los que yo no era consciente, tal vez porque ni me planteaba la posibilidad de que ese método anticonceptivo pudiese fallar.

Habíamos salido a cenar y, aunque él no era nunca la alegría de la huerta, esa noche estaba más parco en palabras de lo habitual. Esperó a los postres y me soltó ‘creo que estás embarazada, deberías hacerte un test y asegurarte’.

‘Asegurarte’.

No ‘asegurarnos’.

Menudo spoiler y avance de temporada me hizo con una sola palabra.

Yo casi me ahogo de la risa, pero él estaba tan convencido que al día siguiente me hice una prueba de embarazo que, obviamente, dio positivo.

No le había dicho que la iba a hacer, tenía pensado enviarle una foto del palito para que se quedara tranquilo y echarnos unas risas. Al final no le mandé ningún mensaje, claro está que debíamos hablar en persona y cuando yo me tranquilizara un poco.

Esa tarde vino a mi casa después del trabajo, muy serio y algo nervioso, como si yo no tuviera bastante con mis propios nervios.

Le dije que tenía que contarle algo y antes de continuar me cortó para decirme:

‘Me da igual si estás embarazada o no. Y me da igual lo que quieras hacer si lo estás. No quiero seguir contigo’.

Se secó las manos en el pantalón, se dio la vuelta, se marchó por donde había venido y no volví a saber de él.

Bueno, sí que supe alguna que otra cosilla.

Supe que dejó su piso y volvió a casa de sus padres. Que se marchó del sexto empleo que dejaba desde que le conocía. Me contaron que iba a tomarse un año sabático para viajar por el mundo y descubrirse a sí mismo, aunque no tardó un mes en volver. Que se hizo un habitual de la noche y que se movía entre las chavalitas como un baboso de película del destape.

 

Joder, que el tío tenía treinta y ocho años, no dieciséis.

 

Me quedé tirada embarazada de pocas semanas y sin saber qué hacer ni si podría arreglármelas sola, porque al otro 50 % implicado en a concepción de mi hijo le había entrado una especie de pitopausia precoz que le había nublado el poco juicio que le quedaba en su cabecita inmadura.

 

Seguí adelante con el embarazo, con miedo y montones de dudas, pero también con la responsabilidad y madurez que otros no tenían y que debía aportar yo sola. Lo cual tampoco resulta nada extraordinario si tenemos en cuenta que yo cumplí los treinta y cinco poco antes de dar a luz, no era ninguna niña.

Y estoy feliz de haber tenido a mi pequeño sola y de estar criándolo yo sola y a mi manera. Sin la presencia de un hombre que nunca podrá llamarse Padre, que no quiso ni quiere serlo y que, cuatro años después, sigue viviendo la vida loca en la misma ciudad en la que crece un hijo al que ignora y del que se ha desentendido totalmente.

En una ciudad que no es demasiado grande y en la que todos aquellos que le conocen, y conocieron nuestra relación, ven sus rasgos reproducidos en la carita de mi niño. No importa cuantas veces lo niegue yo, la naturaleza se ha encargado de despejar dudas desde que nació.

¿Por qué será que los hijos no reconocidos siempre son clavados a los hombres que reniegan de ellos?

Yo ya no le guardo ningún rencor. No puedo hacerlo después de haberme dado lo mejor que tengo, ni siquiera cuando sé que no fue ni mucho menos su intención.

Le estoy muy agradecida también por mantenerse al margen y de verdad deseo que siga haciéndolo. No le necesitamos para nada.

 

Anónimo

 

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