¡Qué maravillosas son las vacaciones en la playa! El sol brillante, las olas susurrantes y el sonido constante de mi ex diciéndome que no éramos compatibles. Sí, así es, amigas, me dejó en medio de nuestras vacaciones, como si fuera una especie de inesperado souvenir. Fue algo que me pasó hace ya tiempo pero hoy me apetece contaros esta historia.

Mi chico y yo llevábamos unos meses juntos y aparentemente estábamos muy bien. Se acercaba el verano y yo tenía cuatro semanas de vacaciones porque mi empresa cerraba el mes de agosto, así que le propuse a Juan, nombre ficticio que voy a ponerle para preservar su intimidad, pasar unos días en la playa.

Yo lo preparé todo. Elegí el destino, el hotel y compré los billetes de tren. Pero lo que yo no sabía era que los que iban a ser unos días de relajación en la costa, se convertiría en la semana más incómoda de mi vida.

Desde el primer día de vacaciones yo notaba a Juan raro, distante, menos cariñoso de lo habitual, y en varias ocasiones le pregunté si estaba bien, si le pasaba algo. Él me repetía que estaba bien y que era una pesada.

Hacia el final del tercer día, justo cuando estábamos disfrutando de una tranquila caminata por la orilla del mar, con el sol poniéndose en el horizonte, decidió soltarme la bomba. «Creo que deberíamos terminar». Por un momento pensé que estaba de broma, una especia de broma cruel que no entendí. Pero no, iba totalmente en serio.

Me dijo que ya no se sentía a gusto conmigo, que le parecía muy buena chica pero que no sentía por mí lo que tenía que sentir. Me quedé en shock. No porque yo estuviera enamoradísima de él, o porque pensara que íbamos a pasar el resto de la vida juntos, estaba bien con él y me dejaba llevar. Pero que me dejara el tercer día de nuestras vacaciones juntos no me pareció el mejor momento.

Podría haber esperado a volver, o haber cortado conmigo antes de irnos. Habríamos perdido el dinero del tren y la señal del hotel, pero al menos no habría sido tan incómodo pasar con él el resto de los días. Porque sí amigas, nos quedamos los dos juntos hasta el domingo.

Ya estaba todo pagado y ninguno de los dos parecía estar dispuesto a abandonar el lugar antes de tiempo.

Nos encontramos atrapados en una habitación de hotel con vistas al mar y al drama emocional.

Así que ahí estábamos, compartiendo el mismo espacio, pero emocionalmente a años luz de distancia. Las mañanas se convirtieron en una competencia silenciosa por ver quién podía hacer el mejor intento de ignorar al otro. Yo me levantaba antes que él y me bajaba a desayunar al buffet del hotel a las siete de la mañana. A las ocho estaba ya en la playa, la mayoría de los días en primera línea porque a esas horas ni los viejitos han bajado aún a poner su sombrilla.

Y él ni pisaba la playa, o yo al menos no me lo encontré por allí el resto de días. Se quedaría durmiendo en el hotel, se bajaría a la piscina, o se iría andando a un playa más lejana para no verme. Jamás se lo pregunté.

Por las tardes intentamos hacer actividades separadas para evitarnos el uno al otro. Pero lo mejor eran las noches… yo nunca fui de salir, así que me iba a la habitación a dormir temprano, mientras él aparecía a las tantas de la madrugada oliendo a alcohol. Supongo que se iría de fiesta. Alguna noche se me pasó por la cabeza que podría estar ligando con otras chicas, hasta pensé que sería capaz de traerse a alguna al hotel. Menos mal que no llegó a hacer una cosa tan fea.

Finalmente, llegó el día de nuestra partida. Nos miramos con una mezcla de alivio y tristeza mientras recogíamos nuestras cosas y dejábamos atrás el hotel que había sido testigo de nuestro último acto como pareja. El viaje de vuelta fue una experiencia que no le deseo a nadie. Mantuvimos conversaciones vacías para llenar las tres horas de tren que a mí me parecieron interminables.

Al llegar a nuestra ciudad, nos despedimos con un abrazo y nos deseamos lo mejor el uno al otro. Nunca más volví a ver a Juan después de aquellas vacaciones, las más incómodas de mi vida.

 

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