Llevábamos juntos algo más de un año y la mitad de este tiempo lo habíamos pasado a distancia ya que mi chico encontró trabajo fuera del país.

Estábamos tan bien juntos y tan unidos que, sin ningún tipo de duda, habíamos decidido continuar la relación puesto que su estancia allí además iba a ser provisional y en otro añito como máximo, estaría de vuelta a nuestra ciudad.

Durante su tiempo en el extranjero nos habíamos visto en un par de ocasiones en las que él había viajado de vuelta a España fugazmente cuando sus días libres se lo habían permitido.

En esta ocasión me tocaba a mí durante mis vacaciones, así que con toda la ilusión del mundo habíamos organizado mi viaje a Londres, que es donde se encontraba.

 

 

Todo parecía marchar según lo previsto y él parecía estar tan ilusionado como yo con volver a encontrarnos. Pero me llevé la sorpresa más grande de mi vida en el momento más inesperado:

En la mañana de mi viaje estuvimos hablando con total normalidad. Acordamos y concretamos con exactitud los planes de recogerme en el aeropuerto y todo lo que haríamos a lo largo de esos días, pero todo esto se desmoronó en pleno avión.

Aunque yo tenía el móvil inoperativo la mayor parte del tiempo, hubo un momento del viaje en que lo conecté para encontrarme con que me había escrito un WhatsApp en el que escuetamente me comunicaba que se había dado cuenta de que no quería que continuásemos juntos.

Que lo sentía muchísimo y que procedía a bloquearme entendiendo que eso sería lo mejor para los dos.

 

 

En el primer momento pensé que no se podría tratar más que de una broma de mal gusto. Era impensable para mí que él fuera capaz de hacer algo así o que pudiésemos estar mal como pareja pues en ningún momento había habido ninguna señal de esto…

Hasta que comprobé que efectivamente me había bloqueado y que pasaban los minutos y eso no cambiaba.

Sin salir de mi asombro ni saber qué hacer, simplemente esperé a que el avión aterrizase (obviamente no podía hacer otra cosa).

Entonces, respondí a su mensaje comprobando de esta forma, una vez más, que seguía bloqueada.

Probé a llamarlo sin éxito alguno pues no entraban mis llamadas.

 

 

Transcurrida una hora de no dar crédito a la situación, no sabía qué hacer, ni qué sentir, ni nada.

Estaba completamente tirada en el aeropuerto en una ciudad desconocida y un país del que solo chapurreaba el idioma, además de no tener donde cobijarme ya que lógicamente me iba a quedar en su casa durante aquellos días.

Era para mear y no echar gota. Era tan fuerte que me negaba a asimilar que eso fuera cierto y que me estuviese ocurriendo a mí.

Después de un rato de andar erráticamente y sin rumbo fijo por el lugar y de aceptar que lo que estaba sucediendo era real, pensé en coger un avión de vuelta enseguida aunque ya tenía comprado mi billete de regreso mucho tiempo atrás y el precio me había salido muy económico.

 

 

Hice cálculos y me di cuenta de que si compraba otro billete para volver en ese momento, la broma me saldría por una pasta mucho mayor que si me buscaba la vida y encontraba algún improvisado alojamiento barato por allí para esos días.

Así que, después de dudarlo mucho, de ver opciones por internet y de hacer cálculos desde el asombro que aún sentía en mi cara llena de lagrimas, decidí quedarme en la ciudad hasta el día previsto de vuelta.

Y ya no era solo por el dinero sino por una cuestión de amor propio: ese personaje podía haberme hecho la marranada más grande pero yo había decidido disfrutar dentro de lo posible y que me arruinase lo menos mis planes.

Así que eso hice. Durante esos días, me dediqué a hacer turismo y pegarme un viaje conmigo misma de reflexión y disfrute a pesar del dolor que me había causado.

Y esta decisión hizo que ese dolor fuese menos grande, pues me llenó de fuerza y empoderamiento.

 

Anónimo

 

Envía tus movidas a [email protected]