Me di cuenta de que no le quería a 20 días de casarnos

 

No me importa lo que él crea, lo que diga su familia o lo que piensen algunos de los que eran nuestros amigos. Yo me enamoré de él la misma noche que lo conocí y supe que le amaba con locura pocos meses más tarde.

Eso jamás lo he dudado.

Como tampoco dudo que a su lado fui feliz. Fueron muchos años, fueron muy buenos y no los cambiaría por nada.

Recuerdo con muchísimo cariño lo mejor de nuestra relación y, entre muchos otros, recuerdo perfectamente el día que me pidió que nos casáramos.

Me di cuenta de que no le quería a 20 días de casarnos
Foto de Jasmine Carter en Pexels

Habíamos hablado de ello con anterioridad, no fue la típica pedida de mano que hace que la novia se caiga de culo porque el tema llevaba un tiempo en el aire. Con eso y todo, él quiso hacerlo de la forma tradicional. Organizó un fin de semana romántico, una cena aun más romántica e hincó la rodilla para ofrecerme un anillo con su brillante y todo.

Y mi respuesta fue un sí rotundo. Sí, claro que sí. Claro que quería casarme con él.

En mi plan de vida no había nada que no le incluyera a él.

Había todo lo típico: la boda, los viajes, el piso, los hijos… Estaba todo atado y bien atado.

Así que seguimos con el plan preestablecido y nos pusimos a organizar nuestra futura boda.

 

Me di cuenta de que no le quería a 20 días de casarnos

 

Me impliqué muchísimo con todo lo relacionado con la celebración de nuestro matrimonio. De verdad que me hacía ilusión y que lo estaba disfrutando.

Escogimos una fecha muy especial para nosotros. Visitamos chorrocientos restaurantes y lugares de eventos. Redactamos varias listas de invitados.

Me probé mil vestidos, diseñé las invitaciones, hablé de ello mil veces con mis amigas.

Me moría de ganas de que llegara por fin el día de darnos el sí quiero delante de los nuestros. Sobre todo, me moría de ganas de festejar y bailar hasta el amanecer.

Pero un día, sin motivo aparente, todo cambió.

Me di cuenta de que no le quería a 20 días de casarnos
Foto de RODNAE Productions en Pexels

De pronto empecé a sentirme rara, mal. Se me había instalado la angustia en el estómago y no había forma de que desapareciera esa horrible sensación.

Lo achaqué a los nervios, pese a que no me había sentido nerviosa antes y no me parecía que lo estuviese entonces.

Descubrí que ya no me apetecía hacer nada relacionado con la boda. Le pedí a él que se encargase de la luna de miel porque yo era incapaz de saber a dónde me gustaría ir. Pasé totalmente de las flores, de los detalles para los invitados, del sabor del puñetero sorbete.

Vomité en la prueba final del vestido que tanto me había gustado y con el que ya no me veía ni medio bien.

Mi madre y mi hermana riéndose de mis nervios pre-boda, haciendo bromas sobre un posible embarazo, y yo teniendo una revelación: estaba a punto de cometer un gravísimo error.

No se me ocurre otra forma de explicarlo. Lo que tuve aquel día en la tienda de vestidos de novia fue una revelación en toda regla.

Sin que ocurriese nada especial y sin ningún detonante concreto, me di cuenta de que no le quería. A 20 días de casarnos.

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Rectifico, no me di cuenta de que no le quería. Me di cuenta de que no le amaba. Pues querer, por supuesto que le quería. Y le sigo queriendo porque ha sido el amor más grande de mi vida, hasta el momento.

Es solo que… dejó de serlo.

Nuestro amor fue perdiendo intensidad paulatinamente, hasta que ya solo quedó el cariño, la costumbre y los planes.

No fue fácil asumirlo ni mucho menos decírselo a él. Ni contarle a la familia que ya no había boda. Ni avisar a todo el mundo de que se había cancelado.

Llegué a pensar si no sería más sencillo fingir que no me había dado cuenta.

Sería mucho más cómodo hacer como si nada. Al fin y al cabo, seguía queriéndole. Era la vía fácil, continuar adelante con la boda. Acomodarme. Aferrarme a lo que se suponía que tenía que pasar, aunque supiera que, tarde o temprano, se iba a acabar.

No era justo para ninguno de los dos.

Él no lo entendió, sigue sin entenderlo y no sé si algún día será capaz de perdonarme y de comprender que nunca le engañé, que no quise hacerle daño, sino todo lo contrario.

Cancelé nuestra boda y le dejé porque no le quería como le tenía que querer. Y merecía saberlo.

 

Anónimo

 

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