Hola amigos, ¿cómo estáis? Por si no me conocéis (faltaría más) me presento: soy Perra de Satán, soy una mujer y soy heterosexual. Pues lo normal, cariño, que dirían muchos. Bueno, yo diría que tan normal, tan normal, no soy, pero eso ya es cosa mía. Por mucho asco que me pueda dar la palabra «normal», la verdad es que la usamos constantemente (y yo la primera, I must confess) y tendemos a pensar que hay cosas que son normales (o sea, aceptados socialmente) y cosas que no. Dicho esto, que una mujer sea heterosexual podría ser considerado «lo normal», vale. Acepto vuestros prejuicios para con la normalidad. Pero dejadme que os diga una cosa: lo que no puede ser normal es que, por muy heterosexual que yo sea, me guste tanto comer pollas. 

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Tampoco me preocupa demasiado saber de dónde me vendrá a mí esta magnífica, sana y natural afición que yo tengo, no me voy a volver Freud ni voy a sacar a relucir aquí mis traumas infantiles. Es que me da exactamente igual de dónde me nazcan esos deseos irrefrenables (y constantes) de arrodillarme ante un hombre y venga dale que dale hasta que se me desgasten los labios.

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Lo único que me importa es saber que he sido bendecida con el don del comepollismo y que me encanta compartirlo con el resto del mundo siempre que tengo ocasión. Cuando la tengo, claro, que por mucho que una sienta la llamada de la madre naturaleza y salive hasta cuando va en el metro y se fija en el paquete de un hombre cualquiera, no puede nunca olvidar que vive en sociedad, y que hay una serie de convenciones establecidas que te impiden pegarte a la entrepierna de un desconocido cada vez que te entran las ganas.

Una pena, la verdad, porque que me caiga ahora mismo un rayo si soy la única que piensa que si nos dejásemos de tantos remilgos y diéramos un poquito más de cancha a nuestros deseos, mejor nos iría a todos, individual y colectivamente. Pero bueno, la cosa es que no te puedes comer una polla siempre quieres ni te puedes comer siempre la polla que quieres.

Eso sí, el día que pillas una… ¡fiesta nacional!

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Y como encima sea una que llevabas mucho tiempo esperando…

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Que me gusta tanto comer pollas que en la mayoría de las ocasiones prefiero el sexo oral a la penetración, sin duda alguna. Que a veces solo necesito hacer una mamada para quedarme tan a gusto, sin haber tenido yo el orgasmo, evidentemente. Que me encanta que me coman el coño, por supuesto, pero que si tuviera que elegir a vida o muerte, muchas veces prefiero yo dar antes que recibir, ¡soy la madre Teresa de Calcuta de las relaciones sexuales!

Y que me da igual si comer pollas es lo normal o no lo es, si es de guarras, de frescas, de zorras, de mujeres que no se quieren a sí mismas, de estrellas del porno, de madres, de hijas, de ligeras de cascos, de jóvenes que abortan antes de los 18, de viciosas, de putas, de chicas que te gustan para follar pero nunca te casarías con ellas, de golfas, de gordas, de flacas, de las que van provocando, de señoras que no se respetan ellas, cómo las vamos a respetar nosotros, de sinvergüenzas, de listas, de tontas o de mujeres heterosexuales. Comer pollas es lo que a mí más me gusta, y con eso me basta. 

guarrilla