Esta historia se remonta a 2017. Después de cinco años saliendo con mi pareja y uno casada, me enteré de que me estaba siendo infiel. Como yo soy la primera cotilla a la que le gusta leer la carnaza de las historias, no me dejaré ningún detalle en el tintero. Él llevaba varias semanas trabajando mucho hasta tarde, y cuando estaba en casa me comentaba que se sentía muy nervioso porque los jefes le estaban metiendo mucha caña. Siento no ser fina, pero literal que me decía que se cagaba todo el rato del estrés, así que se pasaba igual una hora en el cuarto de baño al día.

A mi me empezaron a extrañar ciertas cosas. Por ejemplo, un día mientras estaba haciendo una de sus visitas diarias al señor baño, me metí en WhatsApp para hablar con una amiga. Como él era la última persona con la que había hablado, me salió su conversación y vi que estaba en línea. Diréis que no es para tanto, pero me obsesioné un pelín y siempre que entraba al baño se pasaba todo el rato en línea.

Yo siempre he tenido claro que ante cualquier problema lo primero que hay que hacer es hablarlo con la otra persona, pero cada vez que le preguntaba me llamaba exagerada, loca, celosa o decía que todo eran imaginaciones mías, que él estaba igual que siempre. Le creí y me empecé a sentir ridícula por desconfiar, pero él cada vez estaba más frío y yo más triste.

Un día de esos en los que se quedaba en el curro hasta tarde yo tuve un pequeño accidente y me partí el tobillo. Desde el taxi le llamé al móvil pero no contestó, así que le llamé al trabajo para ver si podía acercarse al hospital al salir de trabajar y así volver los dos juntos a casa en coche. Sorpresa la mía cuando en el trabajo me dicen que allí no está, que él salía siempre a las 7 de la tarde. Cuando por fin pude contactar con él, le pregunté que donde estaba y él me dijo que trabajando. Claramente me mintió, pero a mí me dio miedo saber la verdad o que me llamara celosa una vez más y no dije nada. Sé que es triste, pero así son las inseguridades y la falta de autoestima.

Yo tenía claro que algo pasaba, así que un día mientras él estaba en el baño le miré el ordenador. Allí encontré conversaciones subidas de Facebook, e-mails y fotografías subidas de tono de una chica. Pude ver con mis propios ojos que las horas en las que supuestamente trabajaba, en realidad estaba acostándose ella.

Llorando y con el corazón a mil entré en el cuarto de baño y me lo encontré con los pantalones subiditos y el móvil en la mano. Le dije de todo y me fuí de casa. Me pidió perdón, me dijo que solo era sexo y que me quería, que todo era culpa del estrés y que por favor no me marchase. En ese momento estaba tan mal que me dio igual, así que pasé varias noches en casa de mis padres.

Tanto ellos como mis amigas sabían perfectamente lo que pasó, y aunque me aconsejaron no volver con él, tenía una dependencia emocional enorme. Tras decenas de mensajes y llamadas acabé decidiendo y quedamos en un bar. Después sucedió lo que ya sabéis por el título del post, le perdoné. Sus «lo siento» y «voy a cambiar» me ablandaron e incluso llegué a pensar que me había puesto los cuernos porque yo era poca mujer para él. Ridículo, lo sé.

Pasaron las semanas y aunque al principio todo era perfecto, la cosa empezó a empeorar. Yo desconfiaba de todo y él me hacía sentir como una exagerada, una loca y una celosa patológica (tal vez lo era). Cuando tardaba en el baño yo me ponía a llorar y cuando no llegaba de trabajar a la hora me temblaban hasta las pestañas. Como veis, la situación era insostenible.

Un día él me escribió un mensaje diciéndome que tenía que trabajar hasta tarde, y mi corazón se hizo mil pedazos. No sé qué narices pasó por mi cabeza pero encendí su portátil y busqué hasta el último rincón, pero no encontré nada extraño. Había borrado todo salvo un e-mail de Amazon con un pedido a una dirección que no me era familiar. Era un libro y había seleccionado la opción «regalo» con una dedicatoria: «Aunque el destino intente separarnos yo te agarraré con fuerza». Sí, el destino era yo, y el un hijo de puta. 

Busqué la dirección en Google Maps y fui allí a hacer guardia en la puerta, hasta que media hora después él salió por la puerta. Me vio y se le descompuso la cara, pero más pálida me quedé yo.

Esta vez fue la definitiva y no me fui yo de casa, sino que le eché a él. Me dieron igual sus perdones y sus excusas, me importaba más mi felicidad. Lo que si me dolió fueron los comentarios que, sin mala intención, me hicieron sentir culpable por toda esta situación. «Si es que lo sabía», «te lo dije», «por qué volviste con él», «estaba claro que te iba a engañar otra vez», «es que de buena eres tonta» y un largo etcétera.

¿Me busqué lo que ocurrió por volver a confiar en un hombre así? Todavía me lo pregunto…

 

Anónimo