Cuando tenía 5 años mi madre murió. Era una mujer joven y fuerte pero un buen día comenzó a encontrarse mal, le dio un ictus y murió, prácticamente delante de mis ojos.

Siempre tuve la impresión de que a mi padre le quedé grande, me tuvieron cuando aún eran adolescentes y se tuvo que casar con mi madre “por mi culpa”. Nunca fue un padre implicado conmigo, con lo que la muerte de mi madre fue ya el colmo. Nos mudamos del pueblo casi de un día para otro a la otra punta de España y rápidamente se echó otra novia y empecé a sobrarle del todo. Una niña pequeña y traumatizada no es precisamente un plato de gusto para un hombre joven y egoísta que nunca quiso ser padre.

Conviví con ellos un tiempo pero mi madrastra era como las de los cuentos, maligna. Me trataba mal, nunca me dio cariño y encima para ella era un estorbo, lo cual me hacía saber cada día. Mi padre era sencillamente un cero a la izquierda, un padre ausente o casi inexistente, que permitía que por ejemplo yo no pudiese nombrar a mi madre en casa, porque su nueva mujer me lo prohibía.

Casi agradecí que con 7 años me metiesen en un colegio interno. No tenía hermanos, no tenía a nadie. Mi padre no se hablaba con su familia, y aunque yo tenía recuerdos bonitos con mi familia materna, mi padre me dijo una y mil veces que ellos no querían saber nada de mí, y vivían a más de 700 km. Y así crecí, sola, un año tras otro viviendo en varios centros y temiendo a las vacaciones porque no quería volver tampoco con mi padre y su mujer.

Con 18 años, cuando terminó el periplo por los centros, me fui a vivir con una compañera con la que me había criado. Mantenía algo de trato con mi padre porque obviamente él me mantenía: prefería pagar dinero, primero en los centros y después para que viviera independiente, porque era la manera de tenerme alejada de casa. Tuve también muchos roces con él por el tema del dinero porque pretendía que yo le molestase poco y casi que me alimentase del aire.

Pronto empecé a trabajar y a buscarme la vida sola, con lo cual mi padre prácticamente terminó de esfumarse, y de hecho a día de hoy hace años que no hablamos.

Pasaron los años, me casé y formé mi propia familia, fui madre. Y si mi herida de abandono y pérdida era grande, cuando tuve a mi niña ya sí que no podía entender de ninguna manera cómo puede dejarse a una hija a un lado como si fuese un perro. Y cómo mi familia materna, después de perder una hija y hermana como era mi madre para ellos, pudieron repudiarme a mí también siendo sólo una niña que no tenía culpa de nada y que era lo único que les quedaba de ella.

Necesitaba respuestas. No sabía si quería un abrazo o escupirles a la cara, pero necesitaba verlos frente a frente y que me explicaran el por qué no merecí su cariño.

Mi marido me apoyó y me planté en el pueblo un buen día y pregunté por ellos, 25 años después. En muchos municipios es sencillo encontrar la gente por los motes, y así fue.

Toqué la puerta de una hermana de mi madre. Abrió y me miró. Yo me quedé en silencio porque directamente no me salían las palabras. Y me reconoció. Me llamó por mi nombre y me abrazó. No sé cuánto rato pudimos estar las dos abrazadas llorando. Ella me secaba las lágrimas y sólo sabía decir que llevaban 25 años esperándome y que cuánto me parecía a mi madre. Y me abrazaba y me besaba otra vez.

Llamó a mis otros 4 tíos, que se presentaron en su casa rápidamente. Todos me besaron con muchísima alegría y celebraron el reencuentro llorando. Después llegaron primos y más primos, y todos y cada uno de ellos parecía que me conocía y casi que me esperaban.

Me explicaron que mi padre no se portaba bien con mi madre, que la engañaba, y que eso hacía que no se llevase bien con la familia, porque ellos le afeaban sus comportamientos y tuvo varias peleas con mis tíos y mi abuelo. Cuando mi madre murió ellos quisieron ayudarle a criarme, pero no sólo lo rechazó, sino que al poco me sacó del pueblo y ya nunca pudieron encontrarme.

Me contaron que mi abuela lloraba cada día, que murió pronunciando mi nombre y que les hizo prometer que me seguirían buscando. Me enseñaron cartas y pesquisas, llevaban 25 años buscándome, era cierto.

Yo estando tan sola toda la vida, y resulta que tenía una familia entera esperándome. A día de hoy somos una piña y estamos recuperando todo el tiempo perdido, que fue mucho. Adoran a mi niña y siempre que estamos juntos me colman de cariño y atenciones, cosa a lo que no me termino de acostumbrar pero que me reconforta mucho el corazón.

Anónimo

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