Siempre me he considerado una mujer autosuficiente en todos los sentidos, empecé a trabajar cuando tenía dieciséis años, nunca me ha gustado depender de nadie, así que compaginé los estudios de derecho con poner copas los fines de semana, cuidar niños y todo tipo de trabajillo que me iba saliendo, lo importante era que me diera algo de liquidez. 

Después de terminar la carrera, master y demás cursos de idiomas me coloqué en un buen despacho de abogados y ahora estoy por entrar en los treinta y cinco y no me he dado cuenta de que lo mejor de mi vida ha pasado entre juzgados y cuatro paredes de cristal. 

Como no nos poníamos de acuerdo para coger las vacaciones de este año, lo sorteamos, a ver quien se iba en cada mes y para mi mala suerte me tocó la primera quincena de junio. Una putada se mire por donde se mire. 

Tenía varios caminos, quedarme en el piso, limpiar a fondo y quedarme en la ciudad, irme al pueblo con mis padres y bajar algún día que otro a la playa con ellos, porque mis amigas, a día de hoy todas casadas y con hijos, con una vida de estrés no iban a poder quedar ni una tarde para ir a algún spa. Ni se diga para ir de vacaciones como hemos planeado otros años. Así que opté por hacer una ruta en tren por Europa. Barcelona. Lyon. Milán. Frankfurt. Berlín y Ámsterdam. 

Ámsterdam, el lugar donde mi vida se puso patas arriba. Cuando estuve en Bolonia, Italia, de Erasmus, conocí a una holandesa, Mirjam, salíamos de fiesta con un grupo de gente muy bueno y nos lo pasábamos genial, total que le escribí por Instagram para decirle que iría y enseguida me organizó una ruta por los bares y pub más emblemáticos de la ciudad. 

Anduvimos por bares de nombres impronunciables bebiendo cerveza como si se fuera a acabar el mundo, hasta que pasó lo que tenía que pasar. Terminé acostándome con un holandés guapísimo, alto, moreno de ojos claros, nos entendíamos en inglés, aunque sobraban las palabras, no podéis imaginar… había tomado la mejor decisión, al menos eso pensaba yo en ese momento. 

15 de agosto. 

Festivo, cojo el puente para ir a la playa a pasar unos días con una gran amiga, bromeo cuando la veo correr de un lado a otro con la niña de dos años y el grande de siete que no para de mirarle las tetas a todas las chicas que hacen toples.  Me gruñe, y me responde que ya me enteraré cuando sea madre, pero le digo que eso no está en mis planes, pues no he encontrado el compañero ideal hasta ahora, así que, descartado. 

El caso es que, desde la mañana, me levanté con una sensación un poco extraña, lo achaqué al calor normal de agosto, el bochorno de la marea de la playa, no sé, algo en mi no estaba bien. Estando en el chiringuito, me moría de ganas por comerme un espeto de sardinas, y a la hora de ponerlo en la mesa, tuve que salir corriendo del asco que me dio. Comí lo buenamente que pude y mientras recogía mis cosas en el apartamento para regresar a la ciudad, mi amiga me preguntó si me encontraba bien, y me explicó que, en sus embarazos, los ascos eran normales, y que parecía que estuviera embarazada. ¡Ni loca!

16 de agosto. 

Me toca trabajar, no hay mucho jaleo, pero estoy de guardia porque hacemos servicios de oficio, me levanto y cuando voy a darle un sorbo al café, de nuevo ahí están, se me arrodea el estómago. Miro en el móvil la aplicación del periodo, dos meses casi de retraso. Soy muy irregular y como siempre tengo quistecillos a veces no tengo la regla… ¿pero tanto?

Me visto corriendo y entro en la farmacia de paso al despacho. Voy haciendo memoria de lo que puede haber sucedido, hasta que me acuerdo del holandés. Dios, iba algo bebida, pero sabía lo que estaba haciendo, y con el calentón, no recuerdo del todo el momento condón.

Tan solo hay un par de compañeros en el trabajo, voy directa al baño y hago el test. ¡PREMIO! ¡Estoy embarazada!

Cojo aire y recapitulo. No quiero ser madre soltera. Follé con un holandés que no conocía de nada. Mi trabajo. La hipoteca. Un hijo. ¡Joder! 

Miro el Instagram de Mirjam, en su perfil no está el chico, pero en las fotos etiquetadas resulta que sí está. Lukas. Al menos el nombre no es muy complicado. Ni siquiera lo recordaba. 

Menudo cacao tengo en la cabeza. Siento que todo me da vueltas.

Respiro. Miro su Instagram, no tiene pareja. Vuelvo a respirar. ¿Dónde me voy a meter? 

17 de agosto. 

He ido a mi ginecólogo, estoy de casi diez semanas de embarazo. He escuchado el latido del corazón de mi bebé. 

He tomado la decisión de escribirle a Lukas y contarle sobre mi embarazo. Si quiere formar parte de la vida de mi hijo, será bienvenido. De lo contrario, seré una mamá soltera. Nunca lo había imaginado, pero así será.

Ya os contaré.

 

Anónimo

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