Me hizo retrasar el tema de tener hijos hasta que fue demasiado tarde y luego me dejó
Una vez leí en alguna parte que el motivo por el que la mujer tiene una vida fértil más corta que la del hombre, es porque la especie necesita la figura de la abuela. Así, a grandes rasgos, venía diciendo que era necesario que las mujeres dejaran de tener hijos a cierta edad para poder ayudarse las unas a las otras en la crianza y el sostenimiento de la comunidad. Vamos, que eso de que la conciliación son (literalmente) los padres, viene siendo así desde la prehistoria. Rectifico, que la conciliación son las madres. Porque de la función del abuelo, el estudio no decía nada.
Y yo, que no estoy muy versada en biología humana, te compro el argumento si hace falta. Pero la verdad es que me jode. Me toca mucho los ovarios caducos que el hombre y la mujer tengan esa gran diferencia en su disponibilidad reproductiva. Aunque tal vez mi trauma personal tenga algo que ver.
Y es que yo soy una de esas mujeres que postergó tanto su maternidad, que perdió la oportunidad. Cosa que, si la hubiera hecho por voluntad propia, aceptaría y trataría de asumir como mejor pudiera. Sin embargo, lo que más me mortifica es que no lo hice por mí. Lo hice por él. Por el hombre que el día de nuestro primer aniversario de novios, me dijo que era la mujer de su vida. Que sabía que quería casarse y tener hijos conmigo. El mismo que, cuando llegó el momento que habíamos acordado para intentar conseguir un embarazo, me pidió esperar.
Me hizo retrasar el tema de tener hijos hasta que fue demasiado tarde y luego me dejó
Teníamos 34 años, a mí me quedaba un año bueno. Y eso con suerte. Pero no era tan consciente de ello como lo soy ahora. Pensé que lo mismo daba 34 que 35. Y luego que tampoco podía haber tanta diferencia con los 36. Me puse muy nerviosa a los 37. A los 38 perdí la paciencia. No entendía qué pasaba, por qué no paraba de posponerlo si llevábamos años hablando de la ilusión que le hacía tener al menos un par de niños.
Debí de tocarle la fibra, porque ese mismo mes dejamos de usar métodos anticonceptivos. Sé que no tiene por qué ser así, pero yo ya había anticipado que sería complicado acertar a la primera. Un año era una espera muy normal. Dos… a mi edad, pues también. Tenía 40 recién cumplidos cuando nos derivaron in extremis a la unidad de infertilidad.
Y casi 41 cuando el ginecólogo nos recomendó valorar la donación de óvulos. Durante todo ese tiempo la relación se resintió mucho. Sobre todo, debido a la frustración que nos causaron todos aquellos intentos infructuosos. Al menos a mí. Porque para cuando nos sentamos a hablarlo, lo que dijo él fue que ya estábamos mal desde antes siquiera de ponernos con ello. Me confesó que había tardado tanto en decidirse porque no estaba seguro de querer ser padre. Más concretamente, de querer ser padre conmigo.
Me hizo retrasar el tema de tener hijos hasta que fue demasiado tarde y luego me dejó
Y me dejó. Después de decirme en mi cara que me había hecho perder más de 6 años de mi vida, se piró de casa para no volver.
Nunca sabremos si me habría quedado embarazada de haberlo intentado antes, pero eso no quita que le culpe. Me culpo a mí por haber cedido sin rechistar y por no haber sospechado ni por un instante lo que ocurría. Y le culpo a él por no haber tenido los huevos de enfrentarse a lo que sentía. Por no haber roto la relación cuando dejó de ver un futuro conmigo. Por no haberme dado la oportunidad de planificar yo el mío a tiempo de decidir ser madre con otra persona. O incluso en solitario.
Yo ya no puedo cumplir ese sueño. Sin embargo, él y sus pelotas todavía tienen esa posibilidad.
Anónimo
(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)
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