No soy de las que creían en las relaciones a distancia porque al final es un peso muy grande que pocas personas aguantan. Pero un día, surgió. Y tiré para adelante. Total, ¿qué tenía que perder, no?

Empiezo por el principio: A día de hoy todas conocéis Tinder y como funciona, pero las más veteranas sabemos que también existía otra aplicación (igual de útil y además con perfiles más completos, o mejor dicho más variado que el típico “aquí te pillo, aquí te mato”). Se llama “Adoptauntio” y podías seleccionar y filtrar por gustos y preferencias, como quien va al mercado, y seleccionar el producto que querías “llevarte a tu cesta”.

Estaba yo filtrando “mis productos” cuando me apareció el perfil de (llamémosle) Octavio y ¡BOOM! Me llamó la atención al instante: Tenía rastas y tatuajes, era alto y tenía fotos en los mismos festivales a los que iba yo y dije: ¡Allá que voy!

Lo puse en mi cesta y me mantuve a la espera de que quisiera “ser comprado”.

Al día siguiente me había hablado (tenías que ponerle en tu cesta para que ellos pudieran hablar contigo, sino que podían solicitar ser adoptados y eras tú quien decidía) y la conversación fluyó hasta que me dijo que era de Madrid (yo vivo en Barcelona). Ahí se me vino todo abajo y le dije que no estaba yo para esa historia y que quería algo fácil.

Ilusa de mí. Insistió muchísimo y al final cedí, me dijo que vendría él todas las veces y se mudaría a Barcelona si hacía falta.

Seguimos conociéndonos y hasta ahí todo normal: Hablábamos cada día, reíamos, nos llamábamos, hacíamos videollamadas, que conectamos, vaya. Y al mes y medio vino a verme. La verdad es que ese fin de semana fue fantástico: Cenar, follar, paseo, playa, follar, comer, follar, turismo, follar, etc. Dos semanas después fui yo a Madrid y pillamos un hotel: misma dinámica y todo igual de bien. Y así decidimos vernos cada dos semanas, cada uno bajaría una vez al mes a ver al otro y ver como iba evolucionando el asunto.

Y os lo digo con la mano en el corazón que por primera vez en mi vida pensaba que iba a funcionar algo con alguien a distancia: Estaba cómoda, sin agobios, tenía siempre ganas de verle y de hablar con él, incluso le presenté a mi familia y mi grupo de amigos. Y él ya quería venir a vivir a Barcelona conmigo (a los tres meses de empezar), que buscaría algún trabajo fácil a media jornada para dedicar tiempo a cumplir su sueño de ser gamer profesional.

Ahora lo pienso fríamente y no entiendo cómo tardé tanto en mandarlo a la mierda. Estuve meses tragando mierda hasta que me contó su plan genial de su boca y todo se empezó a torcer. Además de lo anterior pongo algunos otros ejemplos de perlitas que iba soltando: «Con quién estabas, por qué no contestas al teléfono, quién es ese tío de las fotos que has subido, como que sigue tu perfil en Adopta abierto si estás conmigo, yo soy el único que está dando todo en esta relación”, etc., etc., etc,.

Intentaba afrontar todas esas conversaciones con paciencia y explicarle bien lo que yo opinaba al respecto, pero siempre giraba la tortilla y al final incluso llegué a pensar que la mala era yo y que tenía que hacer lo que él me decía, que “le estaba haciendo daño con mi actitud y las parejas están para apoyarse”.

Hasta que un día me dijo que estaba preparándose para venir a vivir a Barcelona (repito: a los cuatro o cinco meses de conocernos) y lo vi claro. El vernos cuatro o cinco días al mes hacía que todo fuera muy intenso e intentáramos no pelear nunca, pero cuando estábamos lejos salía su verdadero yo: Él siempre había sido así de inmaduro y controlador, lo que pasa es que yo no lo había querido ver hasta ese momento. Y me di cuenta, amigas: Siempre me llamaba para preguntarme qué hacía (antes de entrar al trabajo o al salir), me preguntaba con quién estaba (para saber si eran chicos o no), me pedía fotos de la ropa que me ponía y que le avisara de cuando salía / llegaba a casa (control absoluto sobre mi mente y mi cuerpo), hasta llegó a preguntarme porqué me depilaba si él no iba a ir ese fin de semana, esto entre otras muchas cosas…

Y como un balde de agua fría cayendo encima… ABRÍ LOS OJOS: Era control. Eran celos. Era manipulación. Eran los inicios del maltrato psicológico, el que no se ve pero existe.

Qué decepción, desengaño y vacío en el pecho verlo. ¿Os imagináis qué hubiera sido de mí si no hubiera abierto los ojos? Qué suerte haber salido de ahí antes de tiempo, poder desprenderme de esa relación que no hubiera ido a buen puerto, y ser capaz (al fin) de ver a las personas por lo que son. No por lo que quiero ver.

Moreiona