(Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real)

 

Siempre se ha dicho que de una boda sale otra y que en las bodas se liga mucho, pero nunca imaginé hasta dónde podían llegar esas frases hechas.

En agosto del año pasado fui a la boda de Carlos, un amigo de mi novio y, como siempre en estas ocasiones, elegí un vestido modosito y holgado, que tapara mis carnes y me hiciera pasar desapercibida. La gordofobia interiorizada es lo que tiene. Lo primero en lo que me fijé fue en lo guapo que era, mi novio y él habían ido juntos a la universidad y, aunque tenían la misma edad, mi futuro marido parecía (y sigue pareciendo) diez años más joven. Las entradas de uno contrastan con la mata de pelo del otro, y qué decir de los ojos luminosos y despiertos del hombre al que acababa de conocer, en comparación con los hundidos y apagados de mi acompañante. Las presentaciones duraron poco. Fue una boda por la iglesia, de lo más tradicional, de las de salve rociera y lecturas del nuevo testamento.

Luego llegó la parte que más me gusta de las bodas (más bien diría que la única): el banquete. Al lado de cada plato habían colocado una tarjeta en la que se leía: Hemos hecho un donativo en tu nombre a la protectora Patitas Felices. En la tarjeta aparecía la cara de un perrito. El detalle me derritió, siempre he sido amante de los animales. Y cuando mi novio me dijo: “Esto es cosa de Carlos, que es un amante de los perros”, mis bragas estaban más húmedas que la colada recién hecha un día de lluvia. Después llegaron los bailes y, después de eso, la barra libre, cuando la gente pierde la vergüenza con el alcohol y se pone a hacer bailes ridículos, como mi novio, que no paraba de bailar «el lago de los cisnes» intentando imitar el movimiento de una bailarina con los pies y moviendo los brazos como alas de gallina. Y yo, que no bebo, decidí que eso era demasiado y salí a caminar por los jardines.

Fue ahí donde me lo encontré. Me pareció aún más guapo con el pelo despeinado, corbata desanudada y expresión ligeramente abatida. Su mujer no estaba. Decidí romper el silencio:

– Es un detalle lo del donativo

– Tengo un perro que adopté en esa protectora. Les debo mucho – me dijo

– Yo también tengo un perro

– ¿Cómo se llama? – dijo con curiosidad

– Lennon, como John Lennon. ¿Y el tuyo?

– Bruce, como Bruce Springsteen – sonrió

– Esto podría ser el principio de una comedia romántica – dije.

Volvió a sonreír. Esta vez más abiertamente.

– Podría.

– Si no fuera porque estamos en tu boda… – volví a la realidad.

– ¿Sabes por qué se casan los hombres? – dijo, simulando no haberme escuchado

– ¿Por amor? – dudé

– No

– ¿Por convención social?

– No. Se casan para no por no perder a la mujer que quieren, y una vez que lo han hecho se preguntan por qué- dijo encogiéndose de hombros, como si fuera lo más obvio del mundo.

Esa pregunta fuera de lugar y la vomitiva respuesta deberían haber disparado todas mis alarmas y hacerme pensar: ¡Hermana, date cuenta! 

Eso habría sido lo sensato, pero yo estudié literatura inglesa del siglo XIX y siempre me ha ido la aventura, dejarme llevar por las emociones y el dramón que viene después. 

Además, mi película de Disney favorita desde pequeña es El rey león, y mi canción favorita, ésa que canta Timón: «la brisa de la noche, la luna y su color, el clásico romance lleno de desastres por amooor» de pronto me pareció una señal ¿De qué? No sé exactamente. «Hasta él parece Timón y yo Pumba», me dije, sintiéndome a gusto con mi cuerpo por primera vez en mucho tiempo.

¿Esperabais que hubiera beso? Lo confieso, yo también, pero por muy surrealista que fuera la situación, la vida no es una peli de Julia Roberts.

Después de su luna de miel, que me encargué de stalkear en instagram, Carlos y yo empezamos a quedar cada vez con más frecuencia. Mientras tanto, mi novio trataba de hacer planes conmigo y yo le ponía excusas absurdas y continuas. Creo que eso fue peor que ligar con su mejor amigo y acabar acostándome con él.  Ah, que no había llegado ahí. Pues sí. Una noche, Carlos me pidió que lo acompañara a ver un estudio que pensaba alquilar para empezar su propio negocio y cuando llegamos me encontré con un colchón hinchable con pétalos de rosa en el suelo y una mesa con dos velas. ¿Cliché? Os diré algo: cuando trabajaba de cajera, un hombre de unos 25 años compró por san Valentín una caja de pizza congelada, una botella de vino, preservativos y un peluche. Me pareció lo más tópico del mundo y me dije a mí misma que nunca saldría con un tío así. Y ahí estaba, comiendo tallarines del chino de enfrente y bebiendo vino barato (yo, que no bebo) como si se hubiera pasado cuatro horas cocinando y hubiera vendimiado las uvas con sus propias manos.

Luego, el kit de cena con tu amante: música sexy. ¡Qué piel tan suave! Tienes una manchita en la comisura. Bailemos. Tropiezo sobre el colchón. risas.

Antes de que pudiéramos ponernos en faena, llamaron a la puerta con insistencia. «Serán los vecinos quejándose del ruido» Pensé. Abrimos. Me quedé helada. Ahí estaban mi novio y la mujer de Carlos. Ni siquiera mediaron palabra, solo nos miraron con desprecio y se fueron. Eso fue lo que peor me hizo sentir. Carlos, sin embargo, parecía tan tranquilo.

Carlos y yo seguimos viéndonos, pero ya no es lo mismo. En parte porque me siento fatal por lo que hice y en parte, no os lo voy a negar, porque el componente peligro me excitaba.

Un año después de la boda de Carlos, nos llevamos una sorpresa: Mi ex novio y la ex mujer de Carlos se casaron. 

Una semana después, Carlos me pidió matrimonio. Un escalofrío me recorrió la espalda: ¿Lo hacía como venganza? ¿Se ligaría a otra en nuestra boda? ¿De verdad querría casarse conmigo? ¿Dejaría de quererme tras la boda? Y yo, ¿Quería estar casada con un hombre así? Me surgieron mil preguntas más, pero, mientras él seguía arrodillado en medio del restaurante en el que estábamos cenando, me sentí como cuando te preguntan qué vas a tomar y no lo tienes claro, los segundos pasan y la presión te hace pedir lo que pedirían los demás. – ¡SÍ! – Aplausos.

Y así he acabado prometida con el antiguo mejor amigo de mi ex novio, con el que ligué en su boda con la actual mujer de mi ex novio, que a su vez era mi acompañante. 

 

 Gordillera