La historia que quiero contaros comenzó hace ya más de un año. Yo soy maestra, me encantan los niños, pero hace mucho tiempo que sé que no quiero ser madre. No es incompatible una cosa con la otra. Adoro a los niños y me encanta participar activamente en el desarrollo y crecimiento de un montón de criaturas, pero también me encanta tener un horario para esto y uno en el que sea yo mi única prioridad.

Sé que me llamarán egoísta, pero me parece más egoísta tener hijos por el qué dirán y luego no atenderlos como se merecen. El caso es que disfruto mucho de mis sobrinos, de los niños de mi amiga Luna, pero también disfruto de llegar a casa y ponerme Netflix sin control parental para ver lo que quiero.

Hace ya tiempo que me hice bastante amiga de una chica que vive al fondo de mi calle. Ella estaba casada, tenía un niño y estaba embarazada de la niña cuando la conocí. Coincidimos en varios sitios con mucha frecuencia, empezamos a hablar y resultamos ser muy parecidas y tener mucho en común. Una cosa llevó a la otra… Y nos hicimos amigas.

Poco después de nacer la niña ella estaba siempre mal. Su post parto estaba siendo muy duro, su marido no había querido coger el permiso de paternidad y ella sola con los niños y la casa no daba hecho, con los dolores que aún tenía por un problema médico durante el parto.

La vi tan desbordada que se me partía el corazón y, con toda mi buena intención, le dije que yo podía echarle un cable. Yo podía ayudarla a limpiar su casa, podía hacerle algún recado o quedarme unas horas con los niños para que hiciese lo que tenía que hacer o, sobre todo, para que descansase.

Ella en principio me dijo que no, muy avergonzada, pero por la confianza que habíamos creado y la sinceridad que adivinaba en mis palabras, accedió a que le ayudase a poner la casa a andar y a que la tarde siguiente, al salir del cole (yo como profe y su hijo como alumno), me llevase a ambos a mi casa para que descansase.

No quiso darle pecho a la niña y ambas estaban a gusto, así que no había problema alguno en que pasase unas horas la niña en mi casa.

A las 8 de la tarde apareció en mi casa con una sonrisa de oreja a oreja, feliz por haber podido descansar por primera vez en mucho tiempo y agradecida por la tranquilidad que yo le había ofrecido.

A la semana siguiente me pidió traerme a la niña para poder hacer algo en casa, ni recuerdo el qué. El niño ya era mayor y no le estorbaba tanto, pero a la niña debía tenerla en brazos casi todo el tiempo porque estaba en pleno brote de cólicos y no le permitiría hacer lo que tenía que hacer. Por supuesto, le dije que sí.

Una semana más tarde me lo pidió de nuevo y realmente para mí no suponía un malestar y accedí. La siguiente semana bromeó con establecer una tarde fija, como si ir a mi casa fuese una extraescolar para su bebé. Nos reímos, pero desde entonces cada jueves la niña pasaba la tarde en mi casa.

Cuando el niño quiso empezar a ir a patinaje, me pidió que me quedase con la niña los martes “también” para poder llevarlo. Así empezó a ser mi responsabilidad martes y jueves.

Un lunes tuvo una reunión del AMPA y ya se quedó los lunes también. La niña había ido creciendo y nos habíamos ido encariñando la una de la otra, ella empezó a andar en mi casa, la mayoría de sus juguetes estaban allí. Cuando me di cuenta, pasaba cuatro tardes a la semana conmigo.

No fui muy consciente del progreso de esto hasta que alguien me propuso un plan para un miércoles de noche y le dije que dependía de a qué hora me recogiesen a la niña. ¿En qué momento se había convertido en mi obligación?

Fue tan paulatino que no me di ni cuenta. Yo, que no quería tener hijos para tener libertad, me veo criando a una niña (pues la recojo en la escuela infantil y se la llevan de mi casa ya en pijama para dormir) que además está creciendo separada de su hermano.

Cuando reflexioné sobre esto me propuse decirle, con toda la delicadeza del mundo, que creía que debíamos hacer las cosas de otro modo. Esa niña no pasaba tiempo con su familia. Solamente las tardes de los viernes, porque luego se iba a casa de los abuelos el fin de semana. Allí su hermano estaba pasándolo fatal, pues se celaba muchísimo de su hermanita, con la que no estaba acostumbrado a tener que compartir la atención de los adultos.

No llegué a hacerlo, pues entonces ella me contó que se iba a separar de su marido y que no sabía cómo haría ahora ella sola con los dos. La custodia la querían compartida, así que una semana de cada dos se me liberaría de mi obligación de niñera, pero el resto del tiempo… Seguiré atada a esa niña porque realmente creo que es mejor que esté conmigo que en una casa en la que no se le tiene el menor aprecio. A ver ahora que los fines de semana con los abuelos se verán truncados con el divorcio cómo se organiza.

Yo, por mi lado, pondré distancia para no tener que hacerme cargo también entonces. Quiero a esa niña con locura, pero añoro mi libertad.

Conste que sé perfectamente que la culpa de esto fue totalmente mía por no verlo venir y permitirlo. Desde fuera me parecería super sencillo, pero en mi posición me siento atada irremediablemente.

 

 

(Escrito en primera persona a petición de la protagonista real)

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

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