No sé si en vuestra pandilla también ha pasado que parece que les ha entrado a todos la prisa por casarse al mismo tiempo. Da igual si llevan dos o veinte años juntos, de pronto les ha dado a todos por formalizar lo suyo firmando un papel y grabando un par de anillos. En la mía ha sido así. El año pasado asistí a siete bodas. Podrían haber sido ocho, pero es que dos caían en el mismo sábado y hubo que renunciar a una. Lo de estirar la pasta para ir a tanto evento es todo un superpoder, conque tener también el de la bilocación ya sería abusar. En parte nos pudimos permitir ir a las siete porque no todas fueron en verano, sino que empezamos en primavera y terminamos en diciembre.
He de decir que las disfrutamos mucho, porque las bodas de la familia pueden estar bien, pero las de los colegas son otro nivel. Y yo, que pensaba que quería casarme en el registro de mi ciudad, con nuestros padres y un par de amigos por testigos, y en un futuro lejano, con cada boda que nos echábamos a la espalda dudaba un poco más.
Como si hubiera caído en algo así como un síndrome de Estocolmo sacramental raruno, iba tomando apuntes e imaginándome vestida de blanco y bailando en una carpa decorada con toneladas de flores. Muy loco todo. Pero la movida esta no me afectó a mi sola. Y yo no era ni medio consciente de lo que estaba pasando por la cabeza de mi novio, hasta que pasó.
Hasta que fuimos a la última boda. La de diciembre. Y, al principio iba todo dentro de lo normal. Ponernos guapos. Las prisas. La ceremonia. El arroz. El vivan los novios. El cóctel. Las cervecillas. La cena. Los vinos. El postre. La tarta… Y luego el baile, la barra libre, las bromas con los amigos, las fotos y los novios de aquí para allá departiendo con todos sus invitados. Nada que no hubiera sucedido en las seis últimas. La única novedad era la actitud de mi chico. Estaba como un cuarenta por cierto mas moñas de lo habitual. Incluso, en cierto momento, empecé a verle nervioso. Pero no entendía por qué y, francamente, lo achaqué al alcohol que llevaba dentro.
Me pidieron matrimonio en la boda de un amigo y se lio pardísima
Total, que entre un arrumaco y el siguiente, le pregunté descojonada qué leches le pasaba, me dijo que nada, que es que era muy afortunado de tenerme y que me quería muchísimo. Yo me descojoné de la risa, le hice la cobra al decimoquinto beso del último minuto y le dije que tenía que ir al baño. Cuando salí no estaba donde lo había dejado, lo busqué por la pista y lo encontré dándole la turra al Dj. No tuve que ir a buscarlo porque enseguida vi que le daba una palmada en la espalda y volvía al lugar en el que estábamos con los demás.
Se me volvió a abrazar como si lleváramos un mes sin vernos y, cuando empezó a sonar Marry you, de Bruno Mars, noté que le temblaban las manos. No recuerdo muy bien el qué, pero el Dj dijo algo con lo que llamó la atención de todo el mundo, consiguiendo que se formara un círculo a nuestro alrededor.
Mi chico sacó un micrófono del bolsillo trasero, improvisó una declaración rápida, hincó la rodilla en la pista y me hizo la gran pregunta mientras me tendía un anillo confeccionado con los alambres del tapón de una botella de cava.
Me quedé tan flasheada que el pincha tuvo que preguntarme qué respondía. Le dije que sí, por supuesto. Y nuestros colegas se volvieron locos y hasta nos mantearon por todo el salón y bueno… todo ese rollo. Mi chico y yo nos pasamos el resto de la noche en nuestra propia nube de purpurina y nos fuimos a casa contentos y felices de la vida, la verdad.
No fue hasta unos días después que una amiga me contó lo que había pasado… Y es que el impulso romántico de mi chico les sentó como el culo a los novios y, bueno, que se lio pardísima.
Por lo visto el mosqueo de la pareja fue evidente desde el minuto uno. Al punto que la novia se había pasado media hora llorando desconsolada en un baño y que al novio tuvieron que tranquilizarlo entre dos amigos porque quería cantarle las cuarenta al mío allí mismo. Y nosotros todos happys y ajenos a la movida.
En frío, puedo estar de acuerdo en que no era el momento ni la ocasión. En que es cierto que no teníamos derecho a quitarles el protagonismo y que, en definitiva, estuvo feo. No obstante, yo creo que igual para tanto tampoco era. Que es que hay hasta un grupo de Whatsapp que nuestro amigo el novio abrió al día siguiente para comentar el terrible agravio con la pandilla. Incluso en plena luna de miel siguieron avivando la polémica.
Me pidieron matrimonio en la boda de un amigo y se lio pardísima
Mi chico le llamó para disculparse y no le cogió. Le mandó un mensaje pidiéndole perdón, explicando que se había venido arriba y no había pensado en las implicaciones de lo que estaba haciendo. Nunca le contestó. Yo intenté hablar con ellos y tuve más éxito porque, según sus palabras, era obvio que no estaba al tanto de nada, pero me han manifestado su tremendo malestar y no ha habido forma de que acepten quedar y hablar los cuatro de ello.
La cosa se ha desmadrado tanto, que la pandilla se ha dividido en dos. Los que están de acuerdo con ellos y los que creen que se les ha ido un poco la pinza y que ya se les pasará. Pero, lo que pasa es el tiempo y ellos siguen en sus trece.
Mónica
Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real que nos envió una lectora. Envíanos la tuya a [email protected]