“Hablando se entiende la gente”, muy trillado, y muy cierto. Tenía ya varios años con mi primer novio de la adultez y era un tipazo: guapo… bueno guapo no, guapísimo. Inteligente, seguro, sin problemas económicos ni “issues” con la mamá como complejo o Edipo o aun peor, desapego.
Todo era genial, su familia era increíble, sus amigos y los míos se llevaban bien (cosa que es extremadamente inusual), y yo no habría cambiado nada, pero él si quiso hacer un cambio, que jodió las cosas en aproximadamente 5 minutos. Los más largos de mi vida, y que quisiera olvidar, pero obviamente no puedo.
Y sé lo que están pensando, “él la cagó”. Pues no. Fue peor.
Celebrábamos un logro laboral de su parte y eso explicaba por qué su familia y amigos estaban ahí, pero no porque mi familia y amigos también. No lo cuestioné demasiado. Estaba feliz de que estuviésemos todos juntos, en un lindo restaurant, con comida exquisita y buen champagne.
Para ser honesta, muchas cosas pasaron por mi cabeza en el transcurso de la cena: lo grande que iba a ser la cuenta, el sexo increíble que íbamos a tener, y hasta el pedazo de espinaca que tenía su madre atascado en el diente y reclamaba mi atención, pero no estábamos lo suficientemente cerca para señalárselo sin que fuese grosero.
Quizás si no hubiese sido por la maldita espinaca, lo habría visto venir. Pero no, estaba tranquila, ocupándome de mis propios asuntos, distraída por los dientes de mi suegra y lo siguiente que supe fue que él estaba de rodillas frente a mí. Me tomó unos segundos entenderlo, “quizás solo está atando mis zapatos” pensé, pero yo no llevaba trenzas, y él tenía un anillo en la mano.
Es curioso que intente olvidar algo que no recuerdo, pero ¿lo que dijo? No lo recuerdo, fue como si pusieran tapones en mis orejas y solo veía sus labios moverse de forma muy lenta.
¿Qué dije yo? Nada. Ni una sola palabra salió de mi boca. Miré a mi alrededor, buscando señales de que fuese una broma, pero de pronto todos tenían cara de funeral. Sabía que tenía que decir algo, dar una razón, pero estaba en blanco, nada. Él tampoco dijo nada más, nadie dijo nada más. Me encontré a mí misma caminando hacia el baño, y cuando salí, mucho, mucho rato después, la fiesta había acabado, solo mi mamá y mi mejor amiga permanecían en la mesa.
¿Por qué? – Me preguntó una de ellas.
No lo sabía, no supe que no era algo que no quería hasta ese momento, en el que él estuvo frente a mí de rodillas. Aun no sé por qué, a estas alturas no importa. Pero desearía haberlo visto venir, y no enterarnos juntos de cómo me sentía al respecto. Y cuando digo “juntos” me refiero también a su familia, la mía, y las amistades de ambos: el equipo completo.
Resulta que estoy loca, o así me llaman los detractores, no sé si por no haber dicho que sí o por no haber dicho nada en absoluto. Pero por lo visto el no haber hecho lo que todos los demás esperaban, quiere decir que estoy jodida de la cabeza.
Pero no tengo duda que fue lo mejor, un matrimonio ha de ser como cuando nos probamos ropa en una tienda, “si no te encanta al momento, no te va a gustar nunca”.
Firma: Danellys Almarza