Me invitó a comer con sus amigos, pero me pidió que les mintiera porque se avergonzaba

 

Chica conoce a chico a través de una app. Chico vive en una playa maravillosa y le propone a la chica pasar la tarde, y la noche, allí juntos. Y la chica allá que se va, dispuesta a vivir una aventura más, o al menos a disfrutar de un día apañado de playa. Pero lo que nunca se imaginó es que viviría un día al más puro estilo serie juvenil de secretos y romances con gente adinerada y “pool parties” californiana. Bueno, en este caso, “cadizforniana”.

En esa época en la que no tenía nada mejor que hacer y quería vivir todas las experiencias del mundo, me aventuré a ir a conocer a un chico un fin de semana y me planté en la playa con mi toalla, mi bañador y mi bocadillo. El plan era vernos por la tarde, ya que él tenía una barbacoa con unos amigos antes, pero yo me fui por la mañana para aprovechar mejor el día y pasar un rato a gusto frente al mar. 

Pero solamente pude aguantar como quince minutos, puesto que hacía un levantazo considerable, iba a salir volando y estaba comiendo muchísima arena. Así que me fui para el coche, a dejar las cosas y a buscar un bar para refugiarme mientras esperaba. Pero el chico con el que había quedado después, llamémosle Andrés, finalmente me propuso ir con él a la fiesta. 

Yo soy timidísima y alérgica a los eventos sociales multitudinarios, no conocía a absolutamente a nadie (literalmente, porque tampoco había visto en persona a Andrés en mi vida) e intuía que el ambiente del personal sería surfero “supermegaguay”, nada que ver conmigo. Pero estaba allí, en medio de una tormenta de arena, a varias horas de mi casa y con el espíritu aventurero activado, así que acepté.

Cuando llegué a la casa salió Andrés a recibirme. Allí, en la puerta, solamente unos minutos antes de presentarme a sus amigos, le conocí. Creo que le causé buena impresión y él era más o menos como me había imaginado. Pasamos a la casa y casi sin enterarme de ningún nombre porque la música estaba muy alta (tampoco me iba a acordar), fui uno a uno saludando a todos. Después me dieron la primera cerveza del día y me senté con Andrés un poco apartados, junto a la piscina.

Estuvimos un rato pequeño hablando de lo típico, para romper el hielo, hasta que nos llamaron para ofrecernos algo de comer. Pero antes de volver con todo el mundo, Andrés me pidió que no contase de qué nos conocíamos en realidad. Le daba vergüenza decirles que habíamos coincidido a través de una aplicación de ligues y se montó la película de que hacía tiempo que éramos amigos, gracias a un compañero de trabajo imaginario. Yo no tenía ningún problema con decir la verdad, y no soy buena mintiendo, pero como estábamos allí con su gente y no quería ponerlo en un aprieto, acepté. 

Volvimos con los demás e intenté integrarme en el grupo. El ambiente no iba mucho conmigo, tampoco la música, pero me dejé llevar mientras flipaba con el hecho de encontrarme allí. Yo, que no podía decirse que había tenido una vida especialmente interesante. Estaba en un pedazo de casa con piscina, junto a la playa, bebiendo y comiendo, y rodeada de un montón de gente de diferentes lugares. Las conversaciones me hacían sentirme un poco fuera de lugar: todos eran jovencísimos, bronceadísmos, viajadísimos, vivían eternamente de vacaciones y hacían como que trabajaban en la empresa de sus papás. Pero, tengo que reconocer, que a pesar de mis reticencias y de que seguramente no podría encontrarme a gusto habitualmente en ese ambiente, me recibieron genial. 

Andrés y yo, que estábamos cada uno a lo suyo, de vez en cuando cruzábamos las miradas y nos sonreíamos. Yo hablaba principalmente con las novias de sus amigos, que por supuesto me preguntaron de qué nos conocíamos y cuánto tiempo llevábamos juntos. Tuve que mentirles sobre el origen de nuestra relación, tal y como me había pedido Andrés, y negué que estuviésemos saliendo. 

El día pasó volando y yo estaba muy a gusto (las cervezas también ayudaban), a pesar de que no era el plan con el que había llegado allí. Propusieron ir a ver la puesta de sol y cenar después en un restaurante. Andrés y yo nos acercamos en su moto y, justo antes de entrar, nos besamos apasionadamente, muy apasionadamente. 

También me confesó en ese momento que finalmente le había contado la verdad a sus amigos. Yo ya sabía que en cuanto se pusieran a preguntarle cosas de mí no iba a poder sostener la mentira. Yo sí había sorteado más o menos el engaño, pero ahora debía entrar de nuevo con toda esa gente sabiendo que sabían que les había mentido. Me dejó completamente vendida. 

Al día siguiente, después de dos buenos polvos, regresé a mi casa temprano. Lo del sexo no había estado mal, pero sobre todo volvía en el coche pensando en lo bien que lo había pasado, gracias a haberme obligado a superar mis prejuicios y mi timidez. Y, por supuesto, habiendo aprendido a no mentir nunca más por nadie, y menos todavía por avergonzarse de mí.  

 

Anónimo

 

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