De estas que te pones bastante a tope con el Tinder y cuando ya tienes un buen abanico de posibles matches, te pones a descartar. Pues este no porque solo me ha preguntado por el grado de depilación de mi toto, pues este tampoco porque su primera frase ha sido «follamos, wapa?», pues este es majo y me ha seguido el rollo con mi frase ingeniosa, BINGO.

Te pasas una semana entera rajando con él por whatsapp, por teléfono y dejándoos comentarios en Instagram (en fotos viejas para que el pipeo sea palpable). Y de repente te empiezas a dar cuenta que oye, que el chico es muy majo, te pone muy perraca y que estaría bastante bien lo de quedar con él, así que lo propones. ¿Quieres quedar para tomar una birra? Tengo un par de horas libres el viernes por la noche (ahá).

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Acepta tu invitación y la semana se te hace interminable porque tienes bastantes ganas de verle y palparle, y qué coño, de empotrarle contra la pared del bar. Es jueves y ya el tonteo ha pasado a cochineo, os decís todo lo que os queréis hacer (craso error de principiantes), por lo que tu chochete está más contento que la Ceci Wallace en un McDonalds. Y llega el viernes.

¡Ay San Viernes! Te preparas, te acicalas, le das brilli brilli a tu chumino con un bodymilk que deja un tono dorado irisado y te pasas 3 hora de reloj escogiendo qué ponerte. Qué tonta, si sabes que te va a durar poco, je je je. Habéis quedado a las 22h en ese bareto, el que parece un cuarto oscuro y te da ganas de ser un Dementor succionando almas y fluidos corporales. Llegas y le ves, y cuando te encuentras con su mirada te parece que estás dentro de una comedia romántica porque notas los fuegos artificiales y el caloret faller hasta en el toto.

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Os pasáis un par de horas hablando e intimando, te insinúas y se insinúa, pero ninguno de los dos da el paso. «Otra cerveza más y me lanzo», te dices. Y así lo haces. Te lanzas a su boca como a la fuente de agua cuando sales de clase de Zumba, te amorras bien y dejas volar a tu lengua.

Qué bueno está….Joder qué bien sabe… Ay pero… ¿Qué hace con la lengua?… Joder que me atraganto… Ay no me jodas… AAARGGHHH me está babeando entera… ¿Por qué no dejo de imaginar que me estoy morreando con un perro?… Que acabe esta pesadilla… YA.

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Ay amiga, tú depilándote hasta la raja del culo y te das cuenta de que no vais a pasar de la cuarta ronda de birra. PERO QUÉ MAL BESA, QUÉ LE PASA. Decides darle otra oportunidad, todos sabemos que los primeros besos son o la hostia o un mojón, así que vuelves a la carga. Pero pasa lo mismo o peor y, además, tu crush acompaña sus besos-pulpo con sus tentáculos. No te das cuenta y ya tienes una de sus manos por debajo del vestido, su lengua en la oreja dejándote sorda y la boca como si te hubiese morreado un mastín.

Te colocas la falda, vas al baño, recurres a tu plan B llamado «mi perro se ha comido los deberes» y te piras del lugar de los hechos. Te prometes que nunca más subestimarás los besos y que nunca más te centrarás en una polla, porque amiga, sin un buen morreo no hay perreo.

Autor: Puti Jones.