Mi pareja y yo tuvimos una historia como se suponía que debían ser todas las historias de amor. 

Nos conocíamos de niños pero no nos hicimos mucho caso, nos reencontramos en la universidad, empezamos a quedar y a tontear, formalizamos la relación, nos graduamos juntos y hace año y medio nos casamos. Nuestras familias se llevaban bien, mis suegros me trataban como si fuera una hija más y tenían buena relación con mi padre, mi madre falleció cuando yo tenía 17 años. 

Todo estaba aparentemente perfecto hasta que llegó La Discusión, con mayúsculas, que hizo que mi pareja y yo nos terminásemos separando y yo pasase a ser la repudiada de la familia. 

Después de la boda todo el mundo empezó a preguntarnos cuándo íbamos a tener un hijo, recuerdo sentirme muy agobiada y cansada del monotema cada vez que había reunión familiar o veíamos algún amigo que hacía tiempo que no veíamos. Él lo llevaba mucho mejor que yo, siempre ha querido ser padre y, ahora con perspectiva, veo que estaba muy acomodado: trabajo estable, casa, pareja… No tenía necesidad de cambio, así que cuando alguien preguntaba por el bebé, él siempre me miraba con una mezcla de ilusión y de “recriminación”, ya que era yo la que estaba retrasando ese momento.

Yo quería montar mi propia empresa, llevaba un par de años dándole vueltas y los últimos meses me había puesto en marcha. Había hecho el plan de negocios, me había asesorado sobre como capitalizar el paro, había estado mirando locales y pensando en la marca y el marketing detrás. Las veces que salía el tema, él siempre me hacía algún comentario como que mi ambición iba a acabar con mi tranquilidad, que nunca tenía suficiente o que no necesitábamos más dinero, que los primeros años de una empresa son todo pérdidas etc. 

Este tema nos trajo varias discusiones en las que al final siempre acababa saliendo el tema de tener un hijo. Yo le explicaba que quería esperar a que la empresa tuviera 1 año de vida para así valorar la situación y decidir si continuaba invirtiendo o si era mejor cerrar y volver a mi trabajo antes de que caducase mi excedencia, pero que, sobre todo, quería intentarlo, y tener un hijo, nos gustase o no, significaba no poder intentarlo en al menos 2-3 años. Así que le insistí mucho en que comprendiera mi punto de vista, le expliqué y razoné todo, incluso marcamos fechas en el calendario para que así él se sintiera más tranquilo. Todo parecía más calmado así que seguí mi plan y monté mi empresa. 

Cuando pasó el año, la empresa estaba funcionando bastante bien, no nos sacaba de pobres, pero nos daba bastante más beneficio que mi antiguo trabajo y yo podía tener más tiempo libre. Mi familia y la suya estaban encantados con el proyecto, siempre presumían de ello con la familia y amigos, nos felicitaban por haber tomado la decisión y hasta él, que nunca había estado convencido, parecía sentirse feliz. Esto a mi me reconfortó mucho en su día, porqué no podía evitar sentirme egoísta y sentía que, si la empresa no funcionaba, a parte del fracaso en si y de la inversión de dinero, iba a tener que ver como mi pareja me miraba decepcionado por haber perdido el tiempo y que eso iba a suponer la pérdida de mi derecho a volver a intentar nada así en el futuro. Pero como todo el mundo estaba feliz, en ese buen ambiente volví a sacar el tema de ponernos a buscar el embarazo.

Antes de empezar con ello, tuvimos una conversación larguísima dónde le expuse como me había sentido con el tema de la empresa, que nunca me había sentido apoyada por él y que, si íbamos a ser padres, necesitaba que nos sintiéramos un equipo, no unos rivales por tener opiniones diferentes. Él se disculpó y me dijo que era cierto, que estaba cegado por la idea de la paternidad y que no había estado presente en todo el proceso de la creación de la empresa, pero que eso iba a cambiar y que iba a darme todo ese apoyo. Hablamos de que iba a ser lo siguiente, de qué íbamos a hacer cuando me quedase embarazada y cuando naciera el bebé, porqué ambos teníamos claro que, ya que teníamos la posibilidad, queríamos dar una crianza cercana. 

Le expuse que lo más fácil (y justo) era que él tuviera baja de paternidad en su trabajo y después se pidiese una excedencia. Yo había invertido todo mi dinero en la empresa y ahora, pasado el año, empezaba a tener beneficios reales y un buen sueldo. Él no me había apoyado en ningún momento y tuve que hacerlo todo sola. Después de todo lo que había costado la empresa, no tenía sentido que cerrase y perdiéramos tanto los beneficios que aportaba como todo lo ya invertido o la libertad que había conseguido, a parte de que ya había renunciado a mi trabajo y me iba a ser más complicado conseguir otro. También la hablé de que estaba cansada de que siempre fueran las mujeres las que deben abandonar su carrera laboral para la crianza y que yo me había esforzado mucho. Él, sorprendentemente, estuvo de acuerdo. Me dijo que este era el momento de demostrarme que me iba a apoyar, que estaba dispuesto a dejar de trabajar hasta que nuestro hijo pudiera ser más independiente y que estaba comprometido con la empresa. Así que con toda la felicidad y lo tranquila que me sentía, empezamos a intentar que me quedase embarazada. 

Nos costó medio año de frustraciones, falsas alegrías, lloros, decepciones y obsesión, llegar a conseguir el positivo. Esas dos rayitas que tanto nos alegraron la existencia. Ya os podéis imaginar como fue recibido por nuestras familias, nuestros amigos y por nosotros mismos. Ese hijo era muy buscado y muy querido, y pasé todo mi embarazo muy feliz y plena. Sentía que lo tenía todo, que había podido organizarlo todo y que todo iba a ir bien, pero no podía equivocarme más.

Fue en una comida familiar, un domingo, es que lo voy a recordar siempre. A mi me faltaban 3 semanas para salir de cuentas y nos estaban preguntando por el plan de parto, el hospital y esas cosas. Yo les explicaba todo y notaba el ambiente un poco raro, diferente, pensé que ese era el momento en que las familias empiezan a ponerse “raras”. He leído mucho sobre eso. Cuando de repente sienten que tienen derecho a decidir sobre tus decisiones y se meten en lo que no está escrito. Pues tras varios minutos así, me soltaron la bomba. Mi cuñado me preguntó qué íbamos a hacer con el tema trabajo, yo le expliqué nuestra decisión y me dijo: 

  • Pero mi hermano lleva muchos años en su empresa, ¿Por qué tiene que dejarlo él por una empresa en la que tú llevas solo uno?

Busqué la mirada de mi pareja para explicarle entre los dos el por qué de esa decisión, pero lo que me encontré fue una mirada hacia el suelo y un silencio eterno. Le expliqué a su hermano que esta decisión estaba tomada des del principio y que así lo íbamos a hacer. Empezó una discusión en la que se metió absolutamente todo el mundo. Su familia, tan contenta y orgullosa de la empresa, de repente veía un disparate que yo siguiera trabajando ahí y que mi pareja se pidiera una excedencia. Me decían que cerrar un año tampoco era tan grave, que seguro que me lo podía organizar. Mi pareja estuvo EN ABSOLUTO SILENCIO toda la discusión. Me dejó sola defendiéndome mientras todos me atacaban. Claramente habían hablado antes, a saber cuánto tiempo llevaba esto cociéndose a mis espaldas y yo tan tranquila creyendo que todo iba bien.

Cuando volvimos a casa ardió Troya, le acusé de mentiroso y de engañarme. De haberme comido la oreja para quedarme embarazada y ahora cambiar todos los planes para salirse con la suya. Él simplemente se dedicó a decir que había cambiado de opinión. En ningún momento vi arrepentimiento o un mínimo de empatía por lo que me estaba haciendo, así que me planté. Le dije que no iba a cerrar la empresa, que él mismo vería lo que haría pero que yo no la cerraba. Me dijo que él tampoco iba a dejar de trabajar. Así que lo zanjé. Lo zanjé tan rápido y tan brusco que me dijeron de todo, pero me dio igual. 

Antes de que naciera la niña ya le había pedido el divorcio y no estuvo presente en el parto. Con su familia no he vuelto a hablar, pero me consta que me van poniendo fina allá donde van, cosa que sinceramente, me da igual. Evidentemente a él le tengo que seguir viendo, viene a estar con su hija y a ejercer la paternidad que tanto quería, aparentemente a costa de todo. Yo me he mantenido firme y no he cedido a sus disculpas, porqué se disculpó, pero en ningún momento quiso recular en su decisión del trabajo. He conseguido tener una relación completamente neutra con él y estoy tan enfadada que apenas dolió la ruptura.

Ahora han pasado 10 meses de todo aquello y estoy orgullosa de haber tomado la decisión de separarme. Todo es más difícil, pero estoy segura que quedándome, sólo hubiera sido infeliz.

 

Anónimo

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