Me roban en la oficina

Sé que no soy la primera a que le mangan algo en su lugar de trabajo, pero de verdad que llevo una rachita que es de traca.

Por política de empresa, desde hace unos meses dejaron de ofrecer vasos desechables para el café de la cafetera comunitaria (luego está la máquina de la monedita, pero a eso no se le puede ni llamar café). Para el medioambiente eso está genial, pero nos ha obligado a traer nuestras propias tazas de casa porque son tan cutres que no se les ha ocurrido surtir la cocina con vajilla, cubertería y demás. Total, que yo, al igual que la mayoría, empecé a llevarme una taza de casa, de las más cutres que tenía, una blanca lisa de Ikea a la que le tenía muy poco aprecio.

Pero claro, por poco aprecio que le tuviera no dejaba de ser mi taza y de cumplir una función básica: contener líquidos calentitos que ingiero por la mañana para hacer acopio de energía y no babear el teclado del ordenador.

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En una de estas que fui a la cocina a por algo de fruta, dejé la taza un segundo en el fregadero porque, ya que iba a por comida, pues aprovechaba y la fregaba, no sé, llamadme rara, pero eso de dejar la taza 8 horas con los posos de café pudiendo remediarlo… no va conmigo. Saludé a una compañera y cuando me di la vuelta la taza no estaba. Pregunté a los que andaban por allí si la habían visto, pero nada. Ok. Quise pensar que alguien se había confundido, no me parecería raro teniendo en cuenta que era una taza extremadamente vulgar y básica. No le di más bombo  y pensé que a lo largo de la mañana alguien la dejaría donde la encontró. Error. Pasaron tres días hasta que volvió a aparecer.

¿Qué pasó con esa taza? ¿Resucitó de entre los muertos? Desde entonces me ando con mil ojos de no dejar nada sin supervisión en la cocina, porque menudos son.

Aun así, la historia de la taza no me parece grave teniendo en cuenta que era muy normalucha y que pudo darse un malentendido. La historia de mi kit de higiene dental sí que me parece más preocupante.

De nuevo, sé que no soy la única, pero como me toca almorzar en la oficina, llevo siempre en el bolso un mini neceser transparente que contiene un kit dental. Me lo compré adrede para llevarlo al trabajo y trae cepillo, pasta y enjuague, todo en tamaño de viaje. Una cucada, vamos. Eso debió de pensar la que me lo quitó, que era muy cuqui. ¿Quién roba un cepillo de dientes usado? Hay gente para todo, desde luego.

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Yo solo sé que entré al baño a lavarme los dientes, pero venía con muchas ganas de hacer pis. Así que dejé el neceser apoyado en el lavabo un minuto. UN MINUTO. No tardé más. No había nadie y de haber entrado alguien era una compañera de trabajo. Insisto en que para mí es absurdo robar un producto de higiene tan personal. Pues nada, se lo llevaron. Por si la persona en cuestión me está leyendo, vale 4 euros y lo venden en Primor. De nada.

Una botella de agua, un paquete de nueces, dos coleteros (de los que no dejan marca), han sido algunos de los últimos robos, pero sin duda el que se llevó la palma fue el ratón del ordenador. Todo lo anterior se podría haber achacado a despistes míos en la oficina ―ya os digo yo que no― pero aquello se les fue de las manos. Lo que esa persona no sabe es que me libró de media hora de trabajo que no tuve que justificar de cara a los jefes. Así que casi que me hizo un favor.

Mi consejo si trabajáis en una oficina gigante como la mía es que nunca llevéis objetos personales de valor. No merece la pena, en serio. Bien por dejadez, por despiste, por necesidad… pero hasta las babas te las pueden robar.

 

ele Mandarina