Queridas lectoras, hoy vengo a contaros como a veces las fantasías deberían quedarse en eso… Pura imaginación y nada más. En nuestro cerebro podemos montarnos películas dignas de Oscar, pero tengo comprobado que el 99% de las veces, la realidad decepciona.

Esto fue lo que me pasó con un chico al que voy a llamar Eduardo. Le conocí por Tinder pero tardamos dos minutos en congeniar y darnos nuestros WhatsApp. Empezamos a hablar más y más y a las dos semanas ya me sabía el nombre de sus trece primos, cómo murió su primera mascota y dónde fue su primer beso. Tonteábamos a full y estábamos supercómodos. La conversación empezó a subir de tono y decidimos compartir nuestras fantasías. Como el chico me daba buen rollo, le conté la mía:

«Me pondría muchísimo que me depilases el pubis.»

Él se lo tomó a risa pero tras insistir se dio cuenta de que yo iba en serio. Chicas, qué queréis que le haga… Cuando tenía 15 años vi el capítulo aquel de Sexo en Nueva York en el que a Samantha le afeitaban el chumi y me moló, y desde entonces no me había quitado eso de la cabeza.

Llegados a este punto, ya os imaginaréis lo que pasó, pero os lo contaré con pelos y señales (nunca mejor dicho)…

Decidimos quedar el finde siguiente en su casa para cenar algo, ver una peli y lo que surgiese. A mí me pareció genial porque yo llevaba un par de semanitas sin depilarme y mis bajos lucían tal que así:

 

Yo siempre he pensado que si quieres depilarte, genial, y si prefieres llevar melena, genial también. Sea lo que sea, hazlo porque te mola a ti y no por imposición ajena. Y bueno, a mi lo que me molaba en aquel momento era que un tío me depilase enterita.

Total, que fui a su casa con un par de cervezas alemanas que compré en el Gadis, los morros pintados de rojo y unas bragas negras con lencería en el culo. Estaba preparada para lo que surgiese, o eso pensaba.

Empezamos a cenar y a la media hora ya nos habíamos bebido las cervezas y estabamos dandonos el lote en su sofá.

– ¿Quieres que te haga lo que me dijiste? 

– Si tu quieres, por mi si…

Así que se levantó, fue al baño y volvió con una toalla, un tupper lleno de agua, espuma de afeitar y unas cuchillas. Colocó la toalla sobre el sofá de cuero y yo me empecé a quitar la ropa. Me tumbé abierta de piernas como si eso fuese el ginecólogo, y él se sentó en un taburete cara a cara con mi chirri. Humedeció sus dedos y empezó a mojarme el pubis y los labios vaginales. Después colocó un poco de espuma de afeitar en sus manos y me la esparció. Cogió la cuchilla y se puso a afeitarme como si llevase toda la vida haciéndolo. 

Yo estaba cachondísima y él sabía lo que hacía. Él también estaba a tope. Una situación tan raruna era tremendamente excitante para ambos. Poco a poco me quitó cada pelo que había en mis partes nobles, pero se ve que el chico era perfeccionista, porque cuando estaba rematando la faena intentó quitar un poquito de pelo que había entre mis dos labios vaginales, justo abajo del monte de venus.

ME CORTÓ EL CLÍTORIS, CHICAS. Y claro, eso empezó a sangrar como si me hubiesen pegado un tiro. Yo no sé que tienen las heriditas del coño que por muy pequeñas que sean, parece que vas a desangrarte. Y ni hablemos del dolor… Imaginaos lo que tiene que doler que te corten el clítoris.

Pero lo peor de todo no fue el corte, sino su reacción. Se empezó a marear, tuvo que ir al baño a vomitar y se nos cortó todo el rollo. Por desgracia no volvimos a quedar, pero de lo malo me depilaron gratis.

 

Anónimo