Que te limpien el culo con 30 años te cambia.

En otros posts ya os he hablado alguna vez de lo avergonzada que he estado, durante años, de mi cuerpo. El machaque continuo de mi familia y de gente random, me hizo tener hasta miedo de salir a la calle. Y aunque poco a poco, hace unos años, empecé a hermanarme conmigo misma, había una cosa en la que no cambiaba en absoluto: no me gustaba que me vieran sin ropa.

Vamos, es que ni siquiera en ropa interior. En mi casa, en verano, iba con camisetas de tirantes sí, pero larguitas, y, por supuesto, pantalones hasta la rodilla. ¿Era una tontería? Sí, pero yo me sentía segura, si no, me daba mucha vergüenza salir de mi cuarto.

Entonces llegó 2019, junio de 2019, y la cosa cambió.

Había quedado con una amiga para comer el 30 de junio —os juro que nunca lo voy a olvidar— y hacía un calor de mil demonios. Como me levanté tarde, me vestí tal cual, cogí las cosas y me fui al metro porque había quedado en el centro. ¿Qué pasa? Que el vagón estaba hasta el culo. Cuanto más nos acercábamos al centro, más gente entraba, no había ventilación, ni aire acondicionado… Imaginaos: si fuera rondaban los 40ºC en el metro no quiero saber a cuánto estábamos.

Yo estaba sudando como una condenada, un sudor frío horrible, súper incómodo… Y cuando quise darme cuenta, me estaban levantando del suelo: me había desmayado. Dije que estaba bien, que no se preocuparan, que me bajaba en la próxima. Y lo siguiente que recuerdo es que me estaban bajando entre varias personas del vagón, con mis 94 kilos entonces, y echándome agua en la cara. Me tumbaron, me preguntaron que si me dolía algo, yo dije que sí, que me dolía el pie… Y el personal del metro, que se portaron súper bien conmigo, llamó al SAMUR para llevarme al hospital.

Total, que me había partido, en la caída, la tibia y el peroné y me tenían que operar. Me pusieron una férula ese día y me dijeron que, obviamente, ni se me ocurriera apoyar el pie. Cuando, tras horas de estar en urgencias, me subieron a la habitación, pude ir al baño normal a hacer mi pipí —me llevaron con el sillón de ruedas que había allí—, cené y todo genial.

Pero ayyyy al día siguiente. Mis padres habían bajado a desayunar y a mí me dieron ganas de ir al baño, pero no a hacer pipí. Claro, tuve que llamar a una auxiliar, que me ayudó a ir y me preguntó qué iba a hacer. Yo respondí con total sinceridad y la muchacha me dijo:

—Cuando acabes, llámame para que te limpie.

Claro, yo me quedé blanca. ¿Qué me iban a limpiar el culo? ¿Con 33 años? ¡Ni de coña, vamos! Así que yo, muy valiente, hice mis cosas y, con ayuda de los apoyos del retrete, me levanté sobre la pierna buena. Pero ay, cuando quise girarme para limpiarme. Entre el peso de la férula, que no ayudaba nada, y que tengo menos equilibrio que un borracho en una cuerda, me tambaleaba. Corría peligro de apoyar el pie y, si estando así normal ya me dolía, no quería ni imaginar lo que me dolería si lo apoyaba. Así que, tras un intento fallido y con más miedo que un conejito frente a un lobo feroz, llamé a la muchacha que estaba esperando tan paciente fuera del baño. Y ahí… ahí ya supe que daba igual lo que me tapara, porque me iban a ver hasta el alma.

Durante casi dos meses —el mes entero de la férula tras la operación y gran parte del mes en el que llevé la bota ortopédica— no podía hacer nada sola. Me tenían que acompañar al baño mientras iba con las muletas porque me costaba hasta levantarme con una pierna, me limpiaban el culo cada vez que iba al baño y, por supuesto, me duchaban. Mis padres, y durante unos días los auxiliares, tuvieron que verme todo de todas las maneras posibles. Y, por supuesto, no pasó nada.

¿A qué tenía miedo antes? No lo sé, la verdad. ¿Por qué me daba vergüenza que mis padres me vieran en bragas? Pues tampoco lo sé. Solo sé que, con el paso de los días, se me empezó a pasar la vergüenza, y que me limpiaran el culo se volvió la cosa más normal del mundo. Y ahora, gracias a esos días, en verano paso menos calor porque, aunque no me gusta dormir sin ropa —el pecho grande, me molesta mucho al girarme—, sí que duermo con pantalones mucho más cortos y tops que me mantienen las lolas más firmes. Así que puedo afirmar que eso de que me limpiaran el culo con 33 años, me quitó todas las vergüenzas.