Llevaba trabajando en esa empresa cerca de tres años la primera vez que me habló.

A pesar de que nos cruzábamos varias veces a diario, nunca había hecho nada más que saludarme con un gesto. Ni siquiera con una palabra, solo un cabeceo en mi dirección. Ella era una de las directoras generales y yo uno de los chóferes, por lo que, hasta ese momento, pensaba que era una snob.

Un martes me dijo ‘hola’ y me preguntó cómo estaba. El jueves me invitó a un café de la máquina. El viernes me propuso ir a cenar. Y el sábado amanecí en su piso.

La mujer no se andaba con chiquitas. Era de las que, cuando querían algo, iban a por ello de cabeza. Y por algún motivo que se me escapaba, en aquellos momentos me quería a mí en su cama.

Porque la verdad es que no hacíamos mucho más que eso. Durante las dos primeras semanas todavía salimos a cenar o a tomar algo, sin embargo, luego empezamos a vernos directamente en su casa. No me llamó la atención. Ella tenía cuarenta y dos años, once más que yo. La relación meramente sexual que manteníamos me encajaba con la idea que me había hecho de ella desde que la conocía. Era muy independiente, altiva y bastante cerrada, pero lo pasábamos bien juntos.

Lo pasábamos muy bien, por eso me extrañó que, de un día para el otro, empezara a ignorarme. Tal como vino, se fue. Pasaba por delante de mí en las oficinas como si no me estuviera viendo, no me respondía al teléfono.

Intenté hablar con ella durante dos días, pero, francamente, no es que estuviera enamorado. Allá ella y el bicho que le hubiera picado.

 

Era muy libre de volver a ignorarme, no pasaba nada. Pero empezó a pasar cuando, unos tres meses después, me enteré de que estaba embarazada. Y, por lo que había escuchado, los tiempos encajaban. O era mío, o había estado con otro mientras manteníamos nuestra extraña relación. Según los rumores, no tenía pareja. Se decía que se había hecho un tratamiento de fertilidad para ser madre en solitario.

Y una mierda tan grande como lo de que no teníamos que usar condón porque ella tomaba la píldora, supuse.

Tuve que presentarme en su piso una noche para conseguir hablar con ella y que me dijera, casi con esas palabras, que me había utilizado para quedarse embarazada. No quería nada más de mí, ahora que ya tenía lo que buscaba y que yo había hecho lo único que tenía que hacer. No quería un padre y no me iba a exigir nada. Es más, solo me pedía una cosa, que hiciera como si nunca la hubiera conocido.

El shock fue tal que tardé días en darme cuenta de que las cosas no eran así. Joder, quisiera ella o no, su bebé también era mío. Y no sabía que me iba a sentir de aquella manera, pero me hacía ilusión ser padre. Le hice saber que quería implicarme, ejercer y disfrutar la paternidad. Ella me dijo que ni de coña, luego que se lo iba a pensar y lo siguiente que supe fue que había pedido el traslado a otra ciudad.

Esa mujer me usó para tener un hijo, se lo llevó lejos y, pese a mis esfuerzos, lo máximo que he conseguido es que me deje verlo solo cuando le da la gana y bajo amenaza de llevárselo todavía más lejos si no sigo sus normas.

Mi hijo ahora tiene cinco años y cree que ese señor que de cuando en cuando le lleva a comer por ahí y a jugar al parque, es un primo lejano de su madre.

Y yo acepto esta mierda, porque sé que, tal y como están las cosas con su madre, es eso o no verlo crecer ni saber nada de él.

 

** Historia real de un familiar de una redactora.

 

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