Hay una escena en Paquita Salas en la que nuestra añorada protagonista tiene que meterse en la cama donde ya duermen Lidia San José y Kirá Miró, tras una sesión de amor. A lo cómico que resulta que la buena señora tenga que compartir lecho con la parejita, que para eso también es su cama, se suma el momento de sacar su CPAP. Es decir, su maquinita para la apnea.

Así de cómico visualizaba yo el momento en el que, estando soltera, algún muchacho quisiera quedarse a pasar la noche después de “frungir”. Muchas conversaciones irónicas tuve a cuenta del momento en el que me viera cual diosa cabalgándolo y, a los 10 minutos, colocarme la mascarilla y el tubo que me ayudan a no ahogarme por las noches. Hasta que me pasó.

Mi periplo con la CPAP

Mi serie de vicisitudes con la apnea no fue diferente a otras que he podido leer a las amigas de Weloversize. Me ha servido de mucho leer las historias, por cierto, y diría que esta comunidad es sanadora.

No descansaba bien. Me levantaba con el mismo sueño con el que me había acostado, da igual que durmiera 6 horas o 10. Y, durante el día, iba dormitando por los rincones. A veces, tras arrastrarme durante horas como una bicha, podía llegar a la siesta de después de comer. Y no era de los 20-30 minutitos reparadores suficientes, sino de dos o tres largas horas. Otras veces ni siquiera llegaba a tanto y, si podía, dormitaba un ratito antes de comer. Apenas podía recargar pilas para echar mal el resto de la jornada, como cuando cargas 10 minutos la batería del móvil, o cuando el cable está roto.

Cuando lo contaba a mis amigas y familiares, todo eran advertencias y alarmas: ten cuidado, que no descansar bien puede tener consecuencias, que te vas a quedar dormida un día conduciendo, que no tener un sueño reparador y de calidad también conduce a malos hábitos, que te vas a acarrear algo malo para tu salud mental…

No es que hiciera caso omiso, sino que yo achacaba eso de despertar cada poco durante la noche al estrés y la intranquilidad, así que implementé cambios para relajar mi rutina. No lo considero mal enfoque, dado que siempre viene bien reducir algo el estrés, pero no era suficiente.

Cuando por fin me hice la polisomnografía nocturna, el diagnóstico no dejaba lugar a dudas. Los despertares frecuentes, los ronquidos de leona vieja, el cansancio crónico y la irritabilidad eran causa de una apnea obstructiva del sueño en la que entraba 40 veces cada hora.

Me entró miedo porque vivo sola, y me contaron que la apnea aumenta el riesgo de ataque cardíaco o accidente cerebrovascular, así que me alegré de haber sido diagnosticada y me propuse no dejar de usar la famosa máquina. Tras unas meses de mascarilla va, mascarilla viene, esta me molesta, esta parece que mejor, puedo decir que la CPAP me ha cambiado la vida.

Saqué mi aparato y él se largó con el suyo

Tampoco es que ligue muchísimo, pero ser soltera me ha valido algún que otro comentario de mis amigas a cuenta de la maquinita y el sexo esporádico. ¿Qué pasará cuando…? Para evitar responder a la pregunta de la peor manera, me vi muchas veces preparando el terreno de modo que el pinchito no implicara que el tipo se quedara en mi casa. O hacía por ir a la suya o por quedar a una hora del día en la que hubiera pocas probabilidades de que él quisiera hacer la cucharita después, y largarse por donde había venido.

Pero me pasó como con el físico, que un buen día dije que ya estaba bien de reprimirme y dejar de mostrarme tal y como soy, que ya no iba a sufrir más por los estándares. Me decidí a dejarme llevar sin miedo a lo que él pudiera pensar.

Quedé con un chico con el que ya llevaba unos meses hablando. Lo invité a tomar algo en casa y se ve que nos teníamos ganas, porque ni medio combinado tardamos en despojarnos del atuendo para comernos vivos. Un polvo plenamente satisfactorio para ambos, conversaciones, risas y… el temido momento de sacar el CPAP, porque el tipo no hacía amago de largarse.

Había dos posibilidades: 1) no ponerme la máquina, roncar como una moto que necesita cambio de válvulas y, encima, no descansar nada y arriesgarme a que me diera algo; o 2) vencer los prejuicios, sacar la puñetera máquina y dormir con una bendita ya satisfecha como estaba. Me decanté por lo segundo.

El chaval me miró sorprendido cuando saqué la CPAP, quizás pensando que buscaba un segundo asalto con algún juguete sexual raro que podría ser para sado. Así que le aclaré que era mi máquina para dormir porque sufro apnea obstructiva del sueño.

-¡Ah, bueno! Yo ya me iba, en realidad -se limitó a decir. Acto seguido, se vistió y se largó.

Yo no sé qué se le pasó por la cabeza a aquella criatura, porque ya no volví a hablar con él. Lo mismo se pensó que yo entraba en una especie de trance raro al llevar aquello. O no quería que sus sueños estuvieran amenizados por la respiración de Darth Vader al otro lado de la cama. O, simplemente, pensó que le iba a perturbar mi visión.

Va siendo hora de que revisemos nuestra idea de lo que es erótico y sexy. A lo mejor dormir con alguien por primera vez no es despertar desnuda/o, con la sábana perfectamente colocada sobre el pecho cuando entran los rayos de sol por la ventana, como en las películas. Porque a mí llamadme comodona, oye, pero entre mi salud y no perturbar la visión de alguien, lo tengo clarinete. 

*Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora