Mis amigas y yo nos reunimos hace poco en un parque de mi ciudad para celebrar el cumpleaños del hijo de una de ellas. Charlábamos tranquilamente, con un ojo puesto en el grupo de retoños, cuando algo nos hizo reír: a pocos metros de los niños que jugaban al balón, una de las niñas le cambiaba el pañal a uno de esos bebés que cagan y mean “de verdad”, mientras otra niña la observaba de cerca.

Fue entonces cuando una de mis amigas, embarazadísima de ocho meses, soltó el comentario que nos hizo la tarde:

Madre mía. Vosotras os reís, pero a mí me da grima.

La adulta responsable de aquella niña se sintió ofendida, y enseguida nos enfrascamos en un intenso debate:

¿Y qué vas a hacer cuando la tuya quiera jugar a muñecas? ¿Se lo impedirás?

—Sí. En mi casa, al menos, tendrá que jugar con otras cosas. Ya fuera no la podré controlar.

—Tranquila, que si viene a mi casa a jugar con la mía, le daré una hoja de papel en blanco.

Al final, mi amiga embarazada terminó molesta porque se sintió atacada y cuestionada por sus decisiones de crianza. Lo que es paradójico, porque la que se vio cuestionada inicialmente fue la madre de la niña que le cambiaba el pañal a su bebé.

Juegos

A excepción de mi amiga embarazada, hubo acuerdo general en que niños y niñas son solo niños y niños, y deberían poder jugar con lo que les diera la gana. Dentro de unos límites lógicos que protejan su integridad y su desarrollo, claro, pero no hay necesidad de ser tan estricta.

Lo criticable sería no dejar a un niño o una niña jugar con algo por considerarlo propio del otro género, lo que no es el caso de ninguna de las madres de la reunión. Tengo amigas que les han comprado a sus hijos varones cocinitas por Reyes, o que les pintan las uñas. No habría nada reseñable en ello si no fuera porque, durante décadas, esto no se ha considerado normal.

Los adultos deberíamos desprendernos de nuestra mirada juiciosa y prejuiciosa a la hora de observar el comportamiento de los niños. Solo un adulto podría ver el asentamiento gradual de roles, y la posterior opresión, en una muñeca o un circuito eléctrico de coches. Para un niño o una niña solo son muñecas y circuitos.

Sus elecciones estarán indirectamente coaccionadas por lo que ven, porque, muchas veces, lo que hacen es imitar a las personas adultas con las que se identifican. Pero no veo incompatible que juegue con lo que quieran con explicarles cuestiones básicas de igualdad.

Todo es género

Veo innecesario que mi amiga sufra por estas cuestiones. Quizás cuando sea madre y tenga que afrontar otro tipo de problemas se vuelva un poco más laxa. Lo típico: “Ya veremos cuando los tengas tú”.

No tiene sentido sufrir si tu hija juega con muñecas porque, lamentablemente, género es todo. Por un lado, no le regalará juguetes que ELLA, desde su óptica de adulta, cree que asientan los roles de género. Pero, por otro lado, ya ha elegido un nombre femenino para su hija. La niña la verá salir de casa maquillada y con ropa asociada al género femenino todos los días. Y, seguramente, le hará agujeros en las orejas también.

Niña vestida de novia y cabeza agachada.

Lo que quiere ganar por un lado lo va a perder por otro, porque vivimos en una sociedad radicalmente cisnormativa en la que el género SIEMPRE está presente. El mundo tendría que sufrir una transformación total de aquí al mes que queda para que nazca su hija, y no va a pasar.

Ahora bien, soy consciente de que criar a un/a hijo/a es la tarea más difícil que alguien puede asumir. Cada cual usa sus propios instrumentos, recursos e ideas para hacer llegar sus valores personales, dentro de su conocimiento. Ella caerá en contradicciones, pero, si cree que la prohibición de muñecas es una vía válida para inculcar igualdad, ¿quiénes somos las demás para cuestionarla? Decidirá, educará a su hija como quiera y pueda y las demás no tendremos nada que decir. Igual que ella se debería guardar ciertos comentarios para sí misma cuando se trata de otra niña.

A. A.