¿Hay que ser borde para sobrevivir? Me han ninguneado en la vida por ser amable

 

Espero que haya alguna persona por aquí que lea esto y le pase lo mismo: que se sienta imbécil demasiado a menudo, que note que la ningunean con asiduidad, que piense que el tiempo no la está haciendo más sabia y asertiva, sino todo lo contrario. Espero que así sea, y que no se haya convertido todo el planeta, definitivamente, en una masa de gente borde y despiadada.

Decía Rousseau que somos buenos por naturaleza, pero la vida me está llevando a pensar que no, que este señor vivía en el mundo de Yupi, que hay personas malvadísimas desde el momento mismo en que las engendran y que, he aquí lo que más me inquieta, disfrutan haciendo el mal. 

Desde que empecé a convertirme en eso que llamamos “una adulta”, he venido sintiendo que mi carácter afable, comprensivo y tranquilo me trae más hostias que caricias. No soy capaz de localizar el momento. Cuando era pequeña, y sobre todo cuando era adolescente, era mucho más segura y actuaba con más firmeza. Demasiada, incluso. Pisé y repisé ramos de flores frente a acongojados admiradores, proferí insultos a compañeros de clase, grité a mis padres, grité a mis hermanos, grité a todo dios. Afortunadamente, esa época pasó… Y me convertí en un Furby manipulable a los ojos de los demás.

Ahora, veo con estupor cómo esta sociedad de mierda premia a los bordes sin escrúpulos. Soy testigo del éxito ajeno basado en pisar cabezas hasta que la montaña sea tan alta que te haga tocar el cielo. Asisto a actos de auténtica maldad (a veces demasiado sibilina como para ser fácilmente identificable) que quedan impunes o, lo que es peor, despiertan el aplauso del prójimo. 

Y veo cómo las personas buenas, las que ayudamos a los demás por encima de nuestras posibilidades, nos tenemos que conformar con ver el show desde el gallinero. Cuando me dieron mi primera beca de estudios, invité a mis amigas y a sus madres a una comida que me costó cerca de 500 euros. Después le dieron la misma beca a una de esas amigas, y no nos enteramos hasta meses después. He estado más de 4 años con un novio adicto a varias sustancias, he perdido tiempo de mi vida por ayudarle y ahora me debe más de 10.000 euros (ya no estamos juntos, claro). He apoyado a personas que han pasado por duelos y rupturas devastadoras y esas mismas personas, cuando han encontrado una pareja nueva, han desaparecido del mapa. Alabo el trabajo de mis compañeros delante del jefe mientras muchos de ellos se asignan logros que han sido cosa de otros. 

Siento que siempre doy, que siempre busco el bienestar ajeno, y que nadie, ni siquiera yo, busca mi bienestar propio. Y esto es lo mejor de todo: la culpabilidad me atormenta porque parece que soy buena persona para conseguir algo a cambio. 

Por favor, ayudadme, ¿Qué debemos hacer? ¿Debemos pasar de la gente mala (“No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”) o dejar que fluya la furia y acabar clavándoles los pulgares en los ojos como en aquel episodio de Juego de Tronos en el que todas lloramos porque mataban a Oberin? ¿Solo sobreviviremos si nos unimos al enemigo? ¿Ya no hay lugar para la compasión? ¿Es la generosidad cosa de tontos? Por favor, ayudadme. Sed amables. Pero lo justo, no vaya a ser que os caiga un rayo a cambio. 

 

Berta G.